Fotografía y video: Juan Carlos Marín y Pepi Muñoz

“¿De qué se trata esto?”, me han preguntado más de una persona mientras me abrazaban. “¿Necesitas un abrazo? Yo te doy uno que es muy reconfortante”. Mi respuesta es siempre la misma, se trata de confiar y de transmitir confianza, de demostrar al mundo que podemos seguir confiando en el prójimo, que yo confío con los ojos cerrados y que sepas que tú y yo no somos tan diferentes ¿Confías?.

Yo hoy he confiado, he ido a una céntrica plaza de Madrid donde el transitar de turistas y madrileños es incesante, he puesto mi mochila en el suelo rodeada de los carteles que he usado de reclamo, me he tapado los ojos con una bandana y he abierto los brazos pidiendo un abrazo. No ha tardado en llegar el primero, ha sido muy hermoso.

El no ver agudiza otros sentidos y mi oído se percataba de cosas que viendo no hubiese sido capaz. La persona se acerca sigilosa, sin querer asustar, susurra “te voy a dar un abrazo” y lo hace suavemente. Ahí es cuando llega el mayor deleite, sientes calor en el corazón, en la ombligo y cómo se fusionan las energías, es precioso cuando se acaba la tensión en brazos y hombros y se relajan, se entregan. Ahí es cuando revelas  el fluir de la energía del amor incondicional pasando por los cuerpos.

No me ha dado tiempo a pensar mucho, he tenido pequeñas reflexiones de instantes. No podía contabilizar el tiempo, sentía su paso por el calor del sol, según atardecía hacía más fresco. Cuando llevaba un buen rato abrazando, me vino a la mente que no se me había ocurrido imaginarme como eran las personas que me envolvían con sus brazos mí cuerpo, realmente me daba igual, yo no las podía ver físicamente pero sí he sentido su esencia, entonces me imaginé que venían seres de luz en fila deseando dar abrazos. De ahí pasé al pensamiento sufí “Si haces algo malo a un ser humano, se lo haces a toda la humanidad; lo bueno que le hagas a un ser humano, se lo haces a toda la humanidad”, y visualicé a todas estas personas que se han acercado a darme un abrazo, abrazando a toda la humanidad y, así, elevando la frecuencia de todos los corazones, de todos los individuos que formamos este gran universo.

Estar con los ojos cerrados me ha servido para sentir más profundamente, cada abrazo recibido es sentido de una manera muy especial, muy amorosa.

De los comentarios que me han hecho, me han llamado la atención primero uno que me dijo que era muy valiente por hacer esto, otros me daban las gracias, la enhorabuena o un par de personas que me dijeron que el mundo necesita más gente como yo. Yo soy uno entre muchos en diferentes lugares del planeta. Cada vez somos más pero en la mayoría de las ocasiones no somos noticia.

Recibir abrazos sí que es muy reconfortante, no voy a extenderme sobre los beneficios de dar y recibir abrazos (te hace feliz, sube las defensas, mejora la autoestima…) sólo puedo decir que al terminar la sesión, tras casi dos horas, estaba metido en una burbujita de felicidad y con una cara tal de éxtasis, que todavía mantengo al escribir este artículo. Confieso que ya estoy deseando hacer otra quedada pero esta vez sin taparme los ojos para poder mirar a los de esos “ángeles” que se acerquen a mí.

Me ha llamado la atención que ha habido personas de todas las edades, casi igual número de hombres que de mujeres, aunque he de decir que éstas abrazan diferente, cuesta que un hombre se entregue pero cuando lo hacen sientes esa energía masculina. Vivimos es una sociedad tan condicionada y programada que hace muy difícil dar abrazos, los cambios se han de hacer poco a poco para que la sociedad pueda ir integrando eso que se ha de cambiar. Romper viejos paradigmas, desprogramarnos, es tarea de todos pero para ello tenemos que despertar y lo estamos haciendo muy bien. Ayer así lo sentí.

Destacar que como estaba en una zona turística han pasado muchos extranjeros, alemanes, franceses, estadounidenses lo que para mí ha significado que un abrazo no conoce fronteras, ni es xenófobo. Es más, nos hermana, nos hace iguales, nos invita a amar. Una joven me susurro maravillada “es mi primera vez en Madrid y me encuentro con esto”. ¡Qué hermoso momento!

Una de las últimas personas en abrazarme en esta hermosa jornada fue una niña, su madre la acercó y me dijo que una niña quería abrazarme, dejé el cartel en el suelo, me puse de rodillas y estuvimos un buen rato abrazados. De la emoción se me caían las lágrimas que quedaban atrapadas en la bandana azul que cubría mis ojos.

Al terminar mis compañeros, que estaban grabando en vídeo, me comentaron lo que habían sentido ellos, estaban muy sensibles y emocionados, me informaron de lo que yo no vi, había bastantes estudiantes observando, unos se acercaron a darme abrazos y otros no quisieron, una de esas jóvenes que no quiso darme un abrazo no paraba de mirar, al parecer también estaba muy emocionada, hasta lloró. Sus amigos preguntaron por qué se hacía esto, “necesitamos romper las barreras que nos han estado separando, nos cuesta dejar que nos toquen cada vez más o que nos abrace un desconocido, vamos a volver a la cultura del tacto, al abrazo, volvamos a confiar”.

No hay nada más hermoso que eso, dejarse abrazar confiando en que el universo solo nos ofrece las cosas buenas que en cada momento  necesitamos y que ese abracito que ahora recibo es mi premio del día, a la vez que es el premio del que está al otro lado del abrazo, fusionando corazones, llegando a la unicidad espiritual, sin máscaras, sin pretensiones, y amando incondicionalmente, tal y como se debe hacer.

Yo confío, amo y agradezco.

Hay personas que actúan y personas que hacen que algo  suceda, gracias a todos los que han hecho posible este momento mágico.