Por Mariana Ghirello/Brasil de Fato y Revista Opera/Enviada especial a Colômbia/ Traducción de Pressenza

El sentido del encuentro fue el de ratificar el acuerdo final entre combatientes y trazar los próximos pasos para la construcciónn de la paz.

Para conocer el futuro de Colombia fue necesario revisar el pasado. El viaje al lugar del encuentro donde serían discutidos los puntos del Acuerdo Final firmado el último lunes (26) entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), partía de San Vicente del Caguán (Caquetá), ciudad que ya había recibido una tentativa de proceso de paz en 1999.

En aquel momento, el entonces presidente del país Andrés Pastrana desmilitarizó un área del tamaño de Suiza, para colaborar en las negociaciones en los estados de Meta y Caquetá. Un episodio en especial marca la plaza de San Vicente: el día en que armaron un palco frente a la intendencia para dar continuidad a los diálogos de paz, y la silla reservada al fundador de las FARC-EP, Manuel Marulanda, quedó vacía.

San Vicente del Caguán. Foto Mariana Ghirello

San Vicente del Caguán. Foto Mariana Ghirello

La ausencia del principal nombre de la guerrilla causó enorme desagrado al gobierno, a pesar de la presencia de un representante de la organización que habló, en la oportunidad, a favor de una “·reforma agraria guerrillera”. Las negociaciones no resultaron que se esperaba y lo que siguió fue un baño de sangre con ataques por parte de los paramilitares y las fuerzas armadas, y el crecimiento de los territorios en poder de las FARC-EP.

Hoy la región está bastante militarizada y cuenta con fuerte presencia de las Fuerzas Armadas a lo largo de las calles, principalmente cerca de puentes, constantemente atacados por la guerrilla. Un día antes de la Conferenica dos personas fueron asesinadas en la zona y una carta de paramilitares fue dejada en el lugar acusando a las víctimas de haber colaborado con la guerrilla.

Todavía hoy son evidentes las marcas de la guerra en la ciudad, humilde y pobre. Torres de vigilancia de mampostería cierran las entradas al precio donde está el puesto policial. Y la población, que innumerables veces sufrió combates y tiroteos, está cansada de la guerra.

Un señor opositor al proceso de paz, “dispara”: “Ellos quemaron mi camión, mataron mucha gente en la región, no pueden llegar al poder. El Estado tiene que combatir a estos criminales”.

Una de las torres de mampostería. Foto Mariana Ghirello

Una de las torres de mampostería. Foto Mariana Ghirello

Decenas de periodistas se agrupaban en el Hotel Primavera para esperar la salida de la chiva (tipico medio de transporte) que los llevaría a El Diamante, lugar de la conferencia. En menos de una hora de viaje, el control del ejército anota el nombre y el número de documento de todos los que están ingresando en la zona. “Es para control y seguridad del evento”, dice un soldado.

Cuatro horas más de viaje y una parada en la Vereda las Damas, donde una placa informa las reglas, multas y el nombre de organizaciones de campesinos locales. Allí el Estado no llega porque es territorio guerrillero. O sea: es la guerrilla quien manda.

Infraestructura

En el lugar, una infraestructura montada para recibir a los visitantes contaba con restaurante, zona de camping, baños químicos, sala de prensa y un mega escenario. Quien quisiera podría dormir en camas normales, pero existían todavía los alojamientos en dos campamentos guerrilleros que contaban con espacio para más de 300 personas.

Las camas típicas, llamadas “caletas”, tenían mosquiteros además de la compañía de los combatientes que recibían a la gente como si estuvieran en sus casas, mostrando el “rancho” con cocina a leña y los baños, agujeros en el piso rodeados de lona. También para ellos la situación era nueva y se divertían un poco con la falta de práctica de los visitantes para acampar.

Campamento Caleta. Foto Mariana Ghirello

Campamento Caleta. Foto Mariana Ghirello

Los campamentos de los combatientes del Bloque Sur tenían camas de heno en el piso, cubiertas con una lona y, para mayor comodidad, una colchoneta. Ofrecieron sábanas nuevas –todavía en sus envoltorios plásticos–, y mosquiteros para todos. Era fácil identificar las “caletas” de los guerrilleros porque estaban siempre organizadas y con un fusil colgando. Ya en el campamento del Bloque Este, había camas separadas del piso, hechas con madera y bambú y la misma recepción cálida.

La conferencia movió también la economía local, con varios puestos de comida y ropa atendiendo a guerrilleros y visitantes. Ahí servían comidas más sencillas, típicas de los campesinos como “sancocho” –una sopa de carne y vegetales–, o “chuzo” –“pincho” de salchicha acompañada con papas o arepa (comida típica típica colombiana hecha con maíz)– y “lechona” –cerdo relleno con arroz y carne.

El lugar donde se hacía la Conferencia era más lejos de todo eso, como si fuera en otro campamento, pero con guerrilleros en una especie de ingreso que no impedía a las visitar entrar sin autorización. Ahí la estructura era más cómoda, con una cocina de verdad, casas de madera y salones grandes para los debates. Excepto las estructuras de metal y los baños químicos que fueron contratados, todo el resto fue construido por los guerrilleros días antes del evento.

Encuentro de organización

Antes de presentar lo que se acordó en La Habana (Cuba) entre el gobierno colombiano y las FARC-EP, los integrantes del Estado Mayor de las Fuerzas utilizaron los dos primeros días de las 10ª Conferencia Nacional Guerrillera para escuchar a los delegados de otros frentes y bloques. En los días siguientes presentaron y discutieron los puntos del Acuerdo Final. Además, discutieron los rumbos del nuevo partido político, que se formará después de la implementación del acuerdo.

Las reuniones duraban todo el día y los periodistas no podían presenciarlas, pero al comienzo y al final del día –a las 7 y a las 18 horas–, se organizaban ruedas de prensa en las que los integrantes del alto comando respondían de forma bastante objetiva y puntual las preguntas de los periodistas y hasta comentaban lo que había sido discutido, a través de informes.

Cada día había un tema de acuerdo con la agenda divulgada anticipadamente, entre ellos los 52 días de historia de la insurgencia, la lucha por la tierra, el papel de las mujeres en la lucha por la paz y el medio ambiente, un día de homenaje a los muertos y a Simón Trinidad, uno de los líderes de las FARC-EP preso en los Estados Unidos.

Todo era conducido con disciplina militar para organizar la ansiedad de decenas de vehículos y periodistas. Las entrevistas a los integrantes del Estado Mayor, cúpula de las FARC-EP, secretariado o delegados de frentes, debían ser solicitadas de forma detallada y aprobada. A lo largo de los días, la mayoría e los pedidos que no incluyeran al líder máximo de las FARC-EP, Timoleón Jiménez, era atendida.

Los comandantes Carlos Antonio Lozada, Pablo Catatumbo, Joaquin Gomez y Pastor Alape pasaron por la sala de prensa para dar informes, además de mujeres también delegadas y presos políticos. El día de los “caídos” hubo un homenaje al comandante Jorge Briceño, también conocido como Mono Jojoy, el mayor estratega de guerra muerto en un ataque del ejército con bombas, exactamente seis años antes en la misma región donde se hizo el evento.

Iván Márquez fue quien leyó el último comunicado oficial anunciando la paz. En él se daba la noticia de que toda la guerrilla estaba de acuerdo demostrando “la unidad” de las FARC-EP, y una vez más invitaba a los integrantes disidentes del Frente Primero a integrar el proceso de paz. Era la útima vez que las FARC-EP se reunían en una conferencia todavía armados.

Actos culturales

Todas las noches el escenario recibía presentaciones de músicos colombianos que, a veces, tocaban músicas típicas como la “llanera”, el “vallenato” o la “ranchera”. La mayoría de los rebeldes veía a los shows desde sillas de plástico blancas dispuestas en el inmenso descampado, con miradas atentas. Tantas luces y barullo por la noche era algo que jamás sucedía en tiempos de guerra.

Las presentaciones eran hechas por los propios guerrilleros que, con gritos de guerrilla y discursos, resaltaban la lucha y reforzaban la paz. Los integrantes del Estado Mayor, como el jefe máximo de las FARC-EP, Timoleón Jménez, presenciaban las presentaciones hasta el final. Los músicos hacían constantes homenajes a las FARC-EP, mencionando a sus líderes históricos. El himno de la insurgencia seguía al nacional y era igualmente respetado.

La música era constantemente interrumpida por comunicados que silenciaaban a los asistentes. Eran madres, hermanos, tías y tios que llegaron al evento en busca de sus parientes, que ingresaran a la guerrilla hace muchos años. Ni bien se anunciaban los nombres de quién estaba buscando a quién, las personas se miraban para saber si el camarada había encontrado a su familia. Y cuando alguien se levantaba, era aplaudido de forma emocionante.

Familiares separados por la guerra se reencuentran. Foto Mariana Ghirello

Familiares separados por la guerra se reencuentran. Foto Mariana Ghirello

Pasados los momentos de reencuentro, abrazos apretados y lágrimas entre familiares separados por una guerra de más de 50 años, seguían las presentaciones artísticas.

El grupo Rebeldes del Sur, formado por combatientes, era el favorito del público y puso a todos a balar el “Quatro”, pasos  marcados por las botas negras que dibujan el cuatro en el piso de tierra. Cuando el show terminaba, entraba un DJ que perdió las manos en un accidente con artefactos explosivos.

Era un evento de ellos, ellos para ellos, en el cual por primera vez la presna fue invitada y el Ejército no.

Timoleón Jiménez/Mariana Ghirello

Timoleón Jiménez/Mariana Ghirello

 

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