Antonia Utrera

Barcelona (España). Septiembre 2016

“Es desde la Luz que mira, que dejo de verme, para Verte”

Sabemos que la conciencia humana es activa e intencional, lo sabemos, y sin embargo a menudo nos olvidamos y actuamos como si el ser humano fuese conciencia pasiva, no intencional. Esto se produce siempre que juzgamos a otros y a nosotros mismos. Desde nuestra mirada, desde nuestro armado de creencias miramos al otro y lo “juzgamos”. No es nuestro Ser quien juzga, sino nuestro ego, nuestro yo.

Cuando emito un juicio y digo: “esto es así” “lo otro es asá”, cuando me apoyo en lo que me separa de ti, en nuestras diferencias, en tu modo de pensar tan diferente al mio ó en tu modo de hacer, que yo no comparto, creo que mi “mirada” es la correcta y por supuesto, la tuya, la equivocada. Y además me interesa ver esas diferencias, porque en ellas me reconozco como identidad diferenciada. Cuando emito juicios reafirmando mi punto de vista, enfrentándolo al tuyo, a tu mirada, en realidad lo que estoy haciendo es parar, fijar tu imagen. No espero del otro una respuesta diferente a la ya conocida, no considero al otro como agente transformador, todo lo contrario, espero que su actitud, esa que difiere de la mía, se mantenga congelada “ad infinitum”, no cambie, sea siempre la misma.

Entonces lo que hago es que lo vacío de posibilidad de transformación, lo vacío de humanidad. Cuando juzgamos estamos cerrando al otro y a uno mismo la posibilidad, la esperanza de un posible cambio, estamos alimentando la conciencia pasiva no intencional, esto es, estamos deshumanizando al otro, y por tanto, deshumanizándonos a nosotros mismos. El mismo planteamiento es aplicable también a una situación, a un momento o a un acontecimiento determinado.

 Nikolaj Cyon: "ALKEBU-LAN 1260 AH, 2011" POSTER.

Nikolaj Cyon: «ALKEBU-LAN 1260 AH, 2011»

 

Fue el Trabajo de Reconciliación iniciado hace tiempo el que poco a poco me fue llevando a un registro nuevo de apertura y libertad. En aquel momento el motor que puso en marcha toda la experiencia fue mi intento de reconciliación con una persona importante en mi vida, con la cual yo estaba muy encadenada por el resentimiento. Tiempo después revisando esa relación  comienzo a mirármela desde otro lugar, desde otro ángulo y comprendo desde esa nueva mirada, que con mi hacer causé sufrimiento. Desde la tristeza por el descubrimiento intenciono un acercamiento, unas sinceras disculpas en un intento de reconciliación. Sin embargo, la respuesta de la otra persona no llega, no hay respuesta.

Y es aquí el punto más importante. Por primera vez me planteo dar una respuesta no habitual, decido que a pesar de la “no respuesta” recibida, mi sentimiento y mi apertura puede seguir intacta, sin variar. Comprendo que más allá de la respuesta de la otra persona, mi decisión de apertura hacia ella, no tiene por qué cambiar. Entonces comprendo por primera vez que soy libre de elegir. Puedo responder al enfado con enfado o puedo responder al enfado, sino con afecto, al menos con neutralidad.

Esto es una caída de creencias básica. Hasta ahora no había duda, si tu me tratabas mal yo me enfadaba y desde ahí te respondía. Por primera vez descubro que yo puedo enfadarme o no, mas allá de cómo tú me trates y que esa es mi “libertad”, la libertad de elegir no actuar mecánicamente desde la forma mental, desde la creencias que operan en nosotros y que jamás nos cuestionamos.

Aun tu tratándome mal yo puedo seguir sintiendo el mismo afecto hacia ti, puedo sentir compasión y estima por ti, porque estos sentimientos están en mi y la respuesta que tu puedas darme es tuya, nada tiene que ver conmigo, no me pertenece ni me vincula. Para mi, que crecí en la creencia de que responder con violencia al maltrato recibido era un valor, se convierte en un descubrimiento revolucionario, una puerta gigante que se abre de par en par, una creencia básica brutal que “cae”, que se desmorona…. y no es de ningún modo ruidoso, sino mas bien suave, como el espacio abierto que voy construyendo.

Es la sonrisa interior que emerge….

Vivir, entonces, se convierte en una aventura. Desaparece lo “dado” para abrirse una puerta a lo “por hacer”. Una apertura que se da entre tu y yo. Un mundo sutil de posibilidades ante mi, un modo nuevo de hacer y de relacionarnos.  ¿Y quien inicia esa apertura? No importa quien, cualquiera de los dos, quizás tu lo percibas, por mi tono y mi mirada, registres, como yo, que estamos pisando territorio nuevo por explorar, la sensación de estar tomando contacto con algo nuevo… Eso nuevo despierta tu atención, te saca de lo mecánico cotidiano, no estas expectante pero si atento a lo “a suceder”. El despertar a un nuevo registro suave de apertura y afecto.

Es la conciencia activa e intencional transformándose a si misma y  al mundo, la que se está abriendo paso. Ahora comprendo mucho mejor cuando se dice que el camino evolutivo de la humanidad, la transformación que irá dando paso al nuevo Ser Humano, se producirá en la medida que las creencias básicas caigan. Si las creencias no caen, si no se modifican, nada sustancial cambiará.

Es una creencia básica primitiva del ser humano que la violencia deba ser respondida con violencia. No podemos avanzar sino caen esa y otras muchas creencias erróneas, que se mantienen firmes sin ser cuestionadas y que operan sin darnos cuenta. No somos conscientes de ellas, sin embargo, están activas, manifestándose… Es importante que las detectemos para poder avanzar. Necesitamos poner luz a esas creencias, a esas formas básicas primitivas, necesitamos hacerlas visibles, conscientes, que salgan a la superficie. Es necesaria la caída de esas creencias que, como muros, nos separan del Mundo.

Sabemos que cuando algo viejo cae es porque lo nuevo ya está, de algún modo, emergiendo.

Comprendo que ese registro de unión con todo que experimento hoy, puede ser solo un vago recuerdo mañana, sin embargo, el muro derribado que significa la caída de una creencia básica, eso no tiene vuelta atrás, ese paso hacia delante es definitivo. Eso es camino construido, un paso mas al encuentro del Ser Humano que hay en todos nosotros, y que sigue ahí, paciente, esperándonos.

Otra puerta! Y otra! Y otra! Mas puertas que se abren!
Caigo en cuenta de que no escucho verdaderamente al otro, o no lo escucho más que desde mi. Eso no funciona, debo aprender a escucharlo desde él. Eso implica abrirme a todo lo que es el otro, a todo lo que no soy yo. Mi mirada se expande para abarcar posibilidades que quizás no estén en mi y sin embargo, tal vez existan en el otro. Escucharlo se convierte entonces en una aventura. Me permito ser sorprendida. Necesito crear vacío, silenciar “lo mio”, dejar espacio para que “lo otro” pueda suceder.