“Clarín vuelve otra vez, sobre sus pasos e intenta posicionarse en este realineamiento gubernamental con los EEUU para una nueva oleada de crecimiento”, dice el redactor de esta columna. Sirve estar atentos ante la estrategia del grupo periodístico de mayor influencia en la Argentina.

Por Gonzalo Carbajal

La semana que pasó el Grupo Clarín anunció que sus accionistas estudian escindir sus unidades de negocios de acuerdo a un criterio que contempla por una parte los negocios de Cable y Telecomunicaciones (Cablevisión, Fibertel y Nextel) y por el otro los medios periodísticos y de producción de contenidos (los diarios Clarín, Olé, La Razón, La Voz del Interior y Los Andes, Canal 13, TN, Radio Mitre, las señales TyC Sports, Metro y algunas otras y sus medios digitales).

Si alguien pensó que finalmente la desinversión pretendida por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual sería realidad durante el gobierno de Macri, le avisamos desde acá que no es así, que los reyes magos son los padres. Y que este cambio no tiene nada que ver con la adecuación que la Ley exigía, archivada por el ENACOM a partir de la modificación de la 26.522 por el DNU 267/2015.

Es que la ley tal como se votó en 2009 había incorporado topes a la cantidad de licencias que intentaban limitar la concentración de licencias y la suma de abonados en las mismas manos. También la propiedad cruzada de contenidos y plataformas para evitar abusos de mercado. Ni más ni menos que cláusulas antimonopolio para favorecer la competencia y la diversidad en una actividad sensible a la democracia como es la comunicación audiovisual.

Entender los alcances del DNU con el que el gobierno nacional cambió el escenario de la comunicación ¿para siempre? resulta clave para caracterizar la alianza que recorre los vasos comunicantes entre gobierno y empresas.

En un artículo publicado en la Revista del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de San Martín, Luis Lazzaro repasa el escenario de cambios que resulta de la llegada a la presidencia por Mauricio Macri en la convergencia de la economía, la seguridad, las comunicaciones y los nichos de negocios emergentes –como el fútbol- alineados con el bloque transnacional liderado por la geopolítica de Washington.

En ese marco deben entenderse los movimientos del mayor grupo de comunicaciones del país que goza ahora de una protección como no había tenido en buena parte de lo que va del siglo.

La principal colaboración del gobierno fue cambiar la caracterización de la TV por Cable de un servicio de comunicación audiovisual a un servicio de telecomunicaciones. La mudanza implica para la empresa más rentable del grupo un marco normativo que lo saca de la órbita de la Convención de la Diversidad Cultural y los Tratados de Derechos Humanos y lo coloca dentro de los regímenes de liberalización de la Organización Mundial de Comercio.

En otras palabras, Cablevisión queda fuera de las regulaciones que limitaban su crecimiento y vuelve a estar en carrera para reeditar un proceso que ya en los 90 dio que hablar, el del endeudamiento de las empresas de cable para disputar el crecimiento, ya no al interior del país sino a escala regional. En aquellos tiempos la suma de derechos exclusivos deportivos, a la propiedad de las empresas de producción y distribución de los mismos (como sucedió con el Fútbol de Primera) eliminó cualquier competencia y aceleró la concentración de la televisión paga.

La vuelta a las relaciones carnales nos lleva directamente al tiempo que sucedió a la firma del Tratado entre nuestro país y los Estados Unidos de América sobre la Promoción y Protección Recíproca de Inversiones, suscripto en Washington y aprobado por el Congreso en agosto de 1992 que otorga trato nacional a las personas físicas y jurídicas norteamericanas.

Con ese paraguas las empresas emprendieron una carrera que llevaría a que “en 19 meses corridos desde enero del 97 a julio del 98, las compras y fusiones en el área de medios y telecomunicaciones en la Argentina rondaron los 5.500 millones de dólares, una cifra que superó el total de operaciones realizadas en rubros como el financiero, petróleo o transporte” explica Lazzaro en “La Batalla de la Comunicación”.

Este proceso, que está explicado en detalle por Lazzaro en el capítulo 2 del libro, tiene como protagonistas a empresas y fondos de inversión, en el caso de Clarín involucraba alianzas con el CEI-Citicorp y más tarde la incorporación como accionista del fondo Goldman Sachs. La empresa insignia del grupo, Multicanal es parte de la vorágine de inversiones y compras que la lleva a ser uno de los dos operadores más fuertes en el sector de la TV Paga. Todo esto sucede en simultáneo con el crecimiento de TyC a partir de la adquisición de derechos exclusivos sobre el fútbol y otros deportes que detentaría por décadas.

El fin de la convertibilidad encontró a Clarín con un fuerte pasivo en dólares, endeudamiento producto de la necesidad de divisas para financiar la compra de numerosos operadores pequeños de cable. Pero la fragilidad financiera que representaban casi 1.000 millones de dólares de deuda, lejos estaba de tener correlato en la capacidad de incidencia. Cuando estalla la convertibilidad, el grupo acumulaba nada menos que 22 pedidos de quiebra. En ese momento, el poder político (denostado por el «que se vayan todos») tuvo que acudir al rescate del holding mediático. La crisis quedaba en evidencia al forzar la modificación de la Ley de Quiebras en enero de 2002 y la Ley de Preservación de Bienes y Patrimonios Culturales, (2003) que estableció un límite de 30% a la propiedad extranjera de los medios de comunicación. El lobby de Magnetto en ambos casos está bien descripto en el capítulo 8 del libro de Martín Sivak “Clarín. La Era Magnetto”.

En su biografía autorizada de Héctor Magnetto “El Hombre de Clarín”, José Ignacio López recuerda un discurso pronunciado por el entonces gerente general al anunciar la creación del holding: “Esto no es solo un hecho societario, sino que involucra un cambio en nuestra estructura y nos pone a la altura de cualquier grupo nacional o internacional para acceder a distintas alternativas de apalancamiento financiero, que nos permitan continuar desarrollando nuestra estrategia a nivel local y regional. Entre otras posibilidades nos posiciona para acceder al mercado de capitales y atraer inversores financieros que estén interesados en la región y la industria…”.

Casi nada diferencia aquellas palabras pronunciadas ante todos los gerentes en noviembre del 2000 de las palabras con las que el Grupo Clarín presentó el cambio esta semana: “…el esquema societario propuesto es el más adecuado para hacer frente a los nuevos retos que plantean, por un lado, la industria de producción de contenidos en un entorno digital, y por el otro, la industria de las telecomunicaciones convergentes. Con esta escisión, cada compañía podrá ajustar aún más su foco estratégico, financiero y operacional con las demandas globales de cada uno de estos mercados, permitiéndoles multiplicar su competitividad. La nueva estructura posibilitará fortalecer dos equipos de management altamente enfocados en alcanzar el potencial de sus respectivos negocios, y tendrán estructuras de capital más adecuadas a sus necesidades. En efecto, las compañías de telecomunicaciones tienen altas demandas de capital por ser de inversión intensiva, tanto para el desarrollo de infraestructura como para la innovación tecnológica”.

La reestructuración de principios de los años 2000 consolidó su capacidad de intervención cosa que quedó demostrada cuando puso en marcha su maquinaria de guerra, aquella que había alistado durante años, contra los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.

Clarín vuelve, otra vez, sobre sus pasos e intenta posicionarse en este realineamiento gubernamental con los EEUU para una nueva oleada de crecimiento. Apalancado esta vez en sus activos (ahora) en telecomunicaciones y apostando al ingreso de capitales que le permita sostener la disputa con otros jugadores internacionales como Turner, que intenta aliarse con su archienemigo Telefé (de Telefónica Internacional). En el firmamento danzan viejos aliados, como DirecTV (ahora AT&T) con el que compartieron la alianza regional Galaxy en los 90. Otra vez se disputa la centralidad de los negocios convergentes.

Es de esperar que cuando los vientos cambien hayamos construido conciencia política y poder popular capaces de evitar que nuevamente sea el pueblo argentino el que se haga cargo del costo de las aventuras de estos CEOs que se dedican a hacer negocios con plata ajena.

El artículo original se puede leer aquí