Publicamos acá las palabras de Annalisa Pensiero, miembro de Convergencia de las Culturas de Argentina, en ocasión del Foro Social Mundial de Migrantes realizado en Sao Paulo, Brasil, del 7 al 10 de julio 2016.

«Agradezco a las amigas de Convergencia de las Culturas y a los amigos de este Foro por haberme invitado a dar mi aporte.

Provengo del Sur de Italia y tengo la experiencia de muchas familias de clase media que viven diferenciándose de los que están un poco más al Sur, que son los que “merecen” ser discriminados, porque no son como nosotros, que estamos más al Norte, es decir más cerca de la civilización!

No obstante mi condición privilegiada, especialmente en el verano, cuando niña, mi pueblito se llenaba de turistas que venían de Milán, de Florencia o de Roma, me enfrentaba a la disyuntiva de diferenciarme de mis compañeritos del pueblo para unirme a los que en mi representación eran superiores a todos nosotros.

Experiencia insignificante comparada con el drama del emigrante. Sólo quiero decir que puedo identificarme y reconocer la violencia de la discriminación que nos separa y nos divide.

Mi interés por la investigación de hecho surge de esta y otras experiencias existenciales sin respuestas.

Preguntas y preguntas, muchas preguntas sin respuestas en la adolescencia.

Me decido a estudiar antropología para comprender al mundo. No podía creer que la vida era lo que yo veía a mí alrededor todos los días: discriminación, autoritarismo, guerras, pobreza y violencia por todos lados.

Mientras estudio antropología en Roma, me conecto con el Movimiento Humanista, una bocanada de aire fresco en medio de tanta cerrazón de futuro y sinsentido.

Mi aporte hoy es la síntesis de mis estudios teóricos y de mi experiencia, desde el 1989, en el humanismo y parte de esta consideración y de estas preguntas:

El capitalismo, en su etapa neoliberal, ha entrado en un ciclo feroz que atenta impunemente en contra de la vida humana y de su ambiente.

¿Qué podemos hacer? ¿Cómo salimos de la locura irracional del mundo de hoy?

Hay muchas instituciones del Estado, ONGs, partidos, cooperativas y organizaciones que trabajan a diario para transformar la realidad social.

También hay gente a la cual nos gusta comprender, investigar y además darle un sentido a esta labor: ser parte de la comunidad humana que busca salidas a nuestra condición de seres cosificados.

Mi aporte de hoy se focaliza en dos ejes:

  1. Ayudar a comprender porqué la propuesta civilizatoria occidental está en neta decadencia y
  2. Ayudar a reconocer el surgimiento de una nueva cultura, un nuevo paradigma en que el ser humano es protagonista de todo cambio.

¿Cómo llegamos hasta aquí? Creo que es importante la pregunta, para desenmascarar y desnaturalizar la violencia, la discriminación y el racismo.

Para profundizar y fortalecer la convicción de que el racismo y la discriminación son construcciones humanas y que por eso mismo no solo pueden sino que deben ser superadas, es útil comprender como se han ido gestando para ver claramente que no son los frutos inevitables de un árbol como tampoco son el fruto de la providencia divina.

Demos un paseo, rapidísimo, a la historia del pensamiento europeo que inventó el racismo y la discriminación.

Ubiquémonos en la época de la Revolución Francesa (1789), que marca el pasaje del sistema monárquico al republicano. En la Edad Media el ser humano era la prótesis de un Dios severo, que lo veía como un pecador y su prótesis en el mundo terrenal, un pecador que podía aspirar quizás a una vida mejor pero solo en el mas allá. El Rey era su representante en la tierra. Soberbio era aquel que quisiera profundizar para comprender y dar nuevas  explicaciones a los fenómenos naturales o humanos. Los seres humanos eran los súbditos, propiedad indiscutida del rey, que podía hacer de ellos lo que quisiera con absoluta libertad: torturar, matar, explotar, sin que nadie pudiera decir ni una sola palabra. Esa era la condición natural y su lugar en el mundo.  Una época de cosificación de la vida humana bastante más radical de la que vivimos hoy.

Con el filosofo francés Descartes se da por empezada la época moderna. El ser humano reconoce su capacidad de pensar y en base a esa capacidad se define como tal: Cogito ergo sum!

De un ser pasivo que atravesado por la energía divina se movía en el mundo siguiendo sus mandamientos y sus designios, el ser humano activa otra facultad que siempre le perteneció: pensar para penetrar los misterios de la naturaleza, comprenderlos y así transformarla en su beneficio. Empieza una fase de gran entusiasmo y fermento en todos los campos: las ciencias biológicas, la historia, la mecánica, nacen las primeras máquinas. De un entorno indistinto e incomprensible, se pasa a diferenciar los elementos de la naturaleza para comprenderlos en profundidad, empiezan las clasificaciones de los ordenes naturales. Es una verdadera revolución. El método científico para comprender los fenómenos naturales da resultados aceleradísimos que desembocan en el desarrollo de la tecnología.

En este proceso, la complicación para el ser humano empieza cuando en el intento de comprender como se desenvuelve la historia del hombre, cuales son las leyes que dinamizan a la historia, no tendiendo un método propio, especifico para la comprensión del fenómeno humano, que ya no es natural, se le aplica el mismo método científico usado para la comprensión de la naturaleza.

De un exceso de alienación por el dominio de lo divino, se pasa a un exceso de alineación por el domino de lo natural, dando origen a la externalización de la comprensión del fenómeno humano.

El ser humano es visto como una máquina, que responde pasivamente a las solicitudes de su medio natural o social, polea de trasmisión para activar el novedoso y esperanzador proyecto del progreso material prometido por el desarrollo científico y tecnológico.

Es la época de la irrupción de nuevos ideales de igualdad, hermandad y libertad. Ideales que pusieron abiertamente en entredicho la validez indiscutible de las monarquías absolutistas y tiranas.

La revolución industrial y los ideales republicanos impulsados por la burguesía industrial y comercial estaban cambiando definitivamente la cultura europea y el rostro de su vida económica, política y social.

A la aristocracia de las viejas monarquías no le quedó otra que aliarse con la pujante y protagónica burguesía.

Los ideales de igualdad, hermandad y libertad lanzados desde las burguesias que necesitaban espacio para ejercer su nuevo protagonismo, despertaron también la esperanza del pueblo, hasta entonces sometido.

Gradualmente se llega a la creación del Estado moderno que sustituyendo las viejas y gastadas monarquias asume el rol de proteger y regular a la vida de los ciudadanos y su vida social. Los ciudadanos entregaron al Estado el cuidado de su vida, de su integridad y de su propiedad.

¿Pero cómo explicar ahora que la igualdad, la hermandad y la libertad en realidad no eran ideales pensados para que alcanzaran a todos los seres humanos? Es decir que especialmente los habitantes de las colonias en Asia, en África y en Latinoamérica (aunque también de aquellos sectores populares de los mismos países europeos) no eran seres humanos como los otros, ellos tenían que seguir siendo la mano de obra barata funcional al proyecto civilizatorio. A lo sumo podían intentar incluirse a  la propuesta del nuevo Estado que buscaba fortalecer la propia identidad, caracterizada por una lengua, una historia común, una religión, una “raza”.

El Estado-nación nace negando la existencia de la diversidad (cultural, ideologíca) y los que no podían o no querían adaptarse pasivamente tenían que ser expulsados o exterminados. El Estado-nación, especialmente fuera de Europa, se funda sobre  genocidios.

¿Cómo se justifica el exterminio y la aculturación forzada  de lo diverso? ¿Cómo se demuestra la existencia de seres humanos superiores y seres humanos inferiores? ¿Cómo se explica que para algunos seres humanos no hay otro camino que seguir las pautas culturales del dominador sin protestar?

Es partiendo de teorías bioligicistas que se demostró “científicamente”, con mediciones de cráneos por ejemplo, que la humanidad no era una sola, hasta se intentó demostrar el génesis de diferentes troncos humanos (la poligenesia), es decir que no todos nacimos de Adán y Eva y que la condición de seres inferiores y superiores era tal por naturaleza.

Para algunas ideologías eso era inmodificable y el cruce de las “razas” representaría la degeneración de la misma raza humana, hasta su extinción: es la idea del racismo degenerativo francés. Para otras los rasgos de inferioridad podían ser superados, era posible ascender en una escalera evolutiva que desde el nivel más cercano al mono llegaba a la cúspide de la evolución, la cultura inglesa al comienzo y luego la europea: es la idea del racismo evolucionista inglés.

Las bases supuestamente científicas del racismo se fueron difundiendo por medio de los sistemas educativos, por los medios de comunicación, a través del arte, la literatura, poniendo en circulación una amplia gama de estereotipos que se fueron gradualmente asentando en la representación colectiva, como engañoso y deshumanizante filtro para percibir al Otro.

El Otro es el no-europeo y el modo de prejuzgarlo y de cosificarlo es considerado natural, entendiendo por natural el hecho de que así es por naturaleza y que por eso mismo no es posible modificarlo. Esta forma de ver es la que ha establecido la ciencia objetiva, racional y empírica. Los negros, los indígenas, los árabes, los judíos, los gitanos  etc. SON así como nuestra ciencia objetiva nos dice que son.

Lo que es importante observar es que esta visión pasiva del ser humano no le pertenece sólo a las ideologias de origen aristocrático y burgués, sino que está a la base de las ideologías que nacen del marxismo también.

El joven Marx, en los manuscritos económicos filosóficos de 1844, define su antropología y su concepción del ser humano que le confiere bastante más libertad de conciencia y protagonismo de que lo que luego la cultura materialista dominante de la época termino por concederle. El ser humano termina siendo la polea de trasmisión de la revolución del proletariado como reacción natural a la opresión, la alienación y la injusticia. Evidentemente no estamos discutiendo los importantísimos y revolucionarios aportes del marxismo y del socialismo al proceso histórico. Sólo estamos queriendo mostrar que, como toda construcción humana, con el paso de las generaciones se transforma dejando atrás lo que es superado y llevando hacia el futuro los aportes todavía útiles para nuevos pasos evolutivos. Las ideologías marxistas y socialistas están en ese proceso y creemos que deben agregar a su materialismo cultural e histórico una nueva comprensión del funcionamiento humano más cercano a las corrientes existencialistas y fenomenológicas, entiendo que las construcciones humanas son fruto de la intencionalidad, es decir del proyecto humano insertado e inseparable de las circunstancias de su momento histórico.

Generaciones y generaciones nos hemos formado con estas ideas y este modo de concebirnos a nosotros mismos como humanos, las hemos  absorbido acríticamente y tienen un increíble sabor a verdad porque la experiencia de vida humana es posible porque se registra internamente, se siente internamente. Es decir creer que soy  superior o inferior a otra persona, no es simplemente una idea, sino que me siento así, me represento al otro arriba o abajo y esa representación de mí mismo y del otro la puedo vivir y la puedo reconocer porque la siento internamente. Es ese sentir que confiere a la experiencia el sabor a verdad.

El racismo y su vivencia cotidiana que es la discriminación es un invento ideológico de la modernidad, que no tiene ningún sustento científico y sobre todo que no es simplemente una idea sino que es el modo de representarse a si mismo y de representar a los demás que tenemos bien anclado adentro porque así lo sentimos.

La ideología evolucionista se ha globalizado y sigue vigente hoy. Los sectores populares, en todo el mundo, aquellos que no han “logrado ascender en la escala social” para posicionarse en un lugar digno en la sociedad, quedaron ahí porque ahí merecen estar (meritocracia), no han tenido la suficiente inteligencia, espíritu de iniciativa, estudios y adaptación a las reglas del juego del sistema.

Con esa justificación, la promesa del Estado moderno, que asumiría -como ya dijimos- el rol de proteger y de cuidar la integridad de todos los ciudadanos se evaporó. El ciudadano o el extranjero que no logró ser parte del pujante mundo de las finanzas, de la economía de mercado y de sus instituciones públicas o privadas, se quedó mirando por la ventana las maravillas de un mundo que gira cada vez mas rápido y en el cual él no tiene ninguna cabida.

Ni el horror de los dos conflictos mundiales ha sido capaz de convencer a los mercaderes del mundo de que el camino tomando no puede funcionar.

A los dos conflictos mundiales sigue una superficial  revisión y análisis y mea culpa que desemboca nuevamente en la manipulación del futuro humano.  Las reivindicaciones de todos los grupos humanos cosificados, explotados y violentados durante la época colonial del siglo XIX se transforman en la lista de Derechos Humanos a proteger y a tener en cuenta a futuro, plasmados en la Declaración Universal de los D.D.H.H. del ‘48.

Un paso adelante, sin duda, pero hoy a casi 70 años de la Declaración Universal de los D.D.H.H., nuevamente nos preguntamos. ¿Qué pasó?

Los operadores de la  cultura materialista, cosificadora y violenta,  que metafóricamente Silo definió como el camino del NO a la vida, el camino de la evolución humana mecánica y sin sentido, han manipulado y mentido nuevamente. Han instalado la cultura del consumo como panacea que compensa la propia deshumanización.

Y en la percepción del otro se instala un nuevo invento tramposo: el relativismo cultural que diluyó sus aspectos positivos orientándose hacia el falso progresismo del multiculturalismo.

Fomentar la diferencia es funcional a dos objetivos:

  1. “Ellos”, los Otros, diferentes de nosotros (cultural, moral e ideológicamente), quieren seguir siendo como son. Nosotros respetamos y aceptamos su cultura, su elección de vida, pero que se la arreglen solos ahora, que no vengan a pedirnos nada. Le ofrecimos ser como nosotros y no quisieron o no pudieron, pero eso ya no es nuestro problema.
  2. Dividir las reivindicaciones de cada derecho humano o de cada diversidad por separado nos pone en disputa por los pocos espacios y recursos que el Estado y los organismos internacionales ponen a disposición para resolver las dramáticas condiciones de vida de millones de seres humanos en todos los países del mundo. Esta división nos debilita, nos volvemos míopes y perdemos de vista lo común: todos somos víctimas del mismo sistema violento.

Esta visión, increíblemente y paradójicamente, atraviesa a todos, a los fautores de las políticas neoliberales y a los progresistas. En los intentos de los gobiernos progresistas de la última década en Américalatina, la protesta de grupos indígenas minoritarios que no han aceptado la propuesta uniformante de la inclusión social en un proyecto pensado y vehiculado por otros, son discriminados por representar un freno al proceso emancipatorio. Muchos de estos grupos se siguen preguntando de qué emancipación se está hablando considerando que en sus territorios siguen siendo desalojados, siguen viendo destruído su medio de subsistencia, siguen sin ser interpelados.

Los proyectos progresistas y revolucionarios de Américalatina, si realmente quieren ser tales, deben incluir en su visión del mundo al ser humano no sólo como protagonista de un cambio económico, político y social, sino además de un cambio cultural, individual, que no tenga temor a reconocer la rebeldía y la protesta como su motor existencial y espiritual. Esta es la nueva espiritualidad, esta es la espiritualidad que se abre paso hoy: una fuerza interna que nutre las mejores aspiraciones y utopías humanas, esa fuerza de la imaginación que dibuja un mundo en donde la vida humana pueda ser sentida internamente como inviolable, como sagrada. Terminó la época en donde con  razón se generó un fuerte rechazo a la espiritualidad dogmática y cosificadora del cristianismo, que hizo acuñar el eslogan: “la religión es el opio de los pueblos”.

El camino de las corrientes existencialistas (fenomenología) nos parece el camino que ha ido construyendo Occidente para superar la cosificación de la cultura materialista y la cosificación del dogma religioso. Esta apertura la interioridad humana va al encuentro con algunos elementos de las cosmovisiones indígenas que permiten percibir al mundo desde un anclaje más interno, que favorece la experiencia de la totalidad del cosmos y de nosotros como participantes de ese plan mayor, que es la evolución de la energía mental y material.

Por este camino, el camino de la experiencia de lo sagrado de la vida, la diversidad cultural deja de ser folclore para transformarse en el aporte de cada grupo humano a la gran sinfonía universal. El encuentro y el diálogo en estas condiciones no pueden darse de ninguna otra manera que no sea a la par. Para vernos a la par, el único camino es reconocernos humanos, es sentir el valor sagrado de mi vida y de la vida del otro.  El diálogo no es aceptación pasiva de la diversidad (como quiere el relativismo cultural y su hijo, el multicuturalismo) sino un intercambio en donde cada cual está dispuesto a reconocer lo interesante del otro y lo poco interesante de las propias soluciones y viceversa. Ese es el diálogo que necesitamos hoy. En el largo viaje de los grupos humanos por separado, hoy nos encontramos y cada cual pone en el círculo del intercambio sus experiencias y sus aportes con la suficiente humildad como para ser autocrítico y la suficiente fuerza como para ser crítico con fundamento y espíritu solidario, de persuasión.

¿Por qué era tan importante explicar todo esto?

Para comprender de qué estamos hechos, de dónde nacen nuestras creencias y para comprender que para generar una transformación es necesario reconocer como funcionan nuestras creencias, para proponernos cambios no sólo externos, sino también internos.

Para salir de la cosificación que nos hace ver el problema afuera de uno, como si uno no se estuviera cosificando a si mismo cuando se siente inferior o superior a otra persona o cuando quiere adoptar acríticamente el estilo de vida de otro, generando contradicción.

¿Y cómo transformamos nuestra percepción de nosotros mismos y de los demás? ¡En realidad ya lo estamos haciendo, sino no estaríamos aquí hoy! Queremos fortalecer esta dirección, la dirección del reconocimiento del valor sagrado de la vida que se está nuevamente mostrando a los seres humanos de hoy.

Si, como hemos dicho, la representación que tengo del otro depende de la memoria y del registro asociado a cierta imagen del otro, cambiar esa  representación también se vehicula por medio de un cambio simultáneo en la idea que tengo del otro y en el registro. Explicar todo lo que hemos explicado sirve para transformar la idea que tengo del otro. Buscar una nueva forma de conexión con el otro, directa, no intermediada por la abstracción de la idea, sino viviendo con el otro, sintiendo lo humano del otro, su proyecto, su futuro, sus aspiraciones. ¿Y cómo puedo hacerlo? Lo hago conmigo mismo, me doy profundidad, me sumerjo adentro de mi mismo para sentir la fuerza que anima mi vida. Hecho esto, es fácil proyectarlo sobre el otro y descubrir su humanidad.

Somos muchas las personas que en todo el mundo hemos empezado a sentir la necesidad de dejar en el pasado a la violencia, la guerra, la explotación, la manipulación y la idea de superioridad e inferioridad de las culturas y de los individuos. Empezamos a percibirlas con rechazo. Va quedando en el pasado la época en donde la violencia y la discriminación eran percibidas como algo “natural” en el ser humano.

Este cambio es la expresión de un nuevo humanismo, de un nuevo momento para la humanidad,  como ya hubo en la historia de todas las  culturas del mundo. Cuando las personas empezamos a sentir el valor de nuestras vidas y de las vidas de los demás rechazando cualquier forma de violencia;  cuando empezamos a reconocer la igualdad de los seres humanos valorando las diferencias culturales y la libertad de ideas y creencias; cuando empezamos a valorar la necesidad de desarrollar el conocimiento superando las limitaciones impuestas al pensamiento por prejuicios aceptados como verdades absolutas e inmutables, sabemos que estamos en presencia de un nuevo momento humanista que posibilita vernos como humanos, saltando sobre las diferencias.

Sabemos que frente a la dramática realidad del mundo de hoy, hablar en estos términos a muchos les suena romántico e ingenuo. Es posible, pero la reflexión que les propongo es la siguiente:

La cultura racionalista ha abolido la capacidad de registrar, de sentir internamente las ideas, los actos humanos y con ella la capacidad de sentir lo aberrante que es sentirse superior a otra persona, justificando así su explotación, su violación. Si ese proyecto civilizatorio, con su cultura materialista, ha abolido el sistema de registro que posibilita el reconocimiento de la violencia; si esa cultura  ha degradado la solidaridad, la compasión y el amor, visto como “sentimentalismos” que entorpecen la labor científica y la organización racional de los pueblos ¿por qué asombrarse de este resultado aberrante? Así las cosas. Este es el mundo deshumanizado que hemos heredado.

Entonces ¿qué es lo que está faltando para que la vida en este planeta se vuelva algo digno de vivir?

El camino que estamos proponiendo sugiere el contacto con lo humano que hay en nosotros, el reconocimiento de la propia violencia y la propia discriminación. Se trata de una extraordinaria posibilidad ya que nos devuelve la responsabilidad personal frente al otro, a nosotros mismos y a nuestra comunidad.

Propone el descubrimiento del  mundo interno que es necesario conocer para salir de la naturalización de la violencia y la discriminación y de la idea falsa de que la violencia esta sólo afuera de uno; propone la sustitución de una idea preconfeccionada del otro, con el reconocimiento del registro interno de lo humano del otro.

Este camino representa una extraordinaria posibilidad porque alimenta un eje interno y más profundo que nos fortalece frente a la exacerbación de la violencia y la discriminación de este fin de civilización, que como todo fin de civilización ve recrudecerse lo peor que ha sido capaz de producir el ser humano.

Nosotros los amigos de Convergencia de las Culturas, somos optimistas, creemos que estamos asistiendo a la decadencia acelerada y dolorosa de un sistema inhumano y violento y que, por eso mismo, es necesario practicar la no-violencia y la no-discriminación como estilo de  vida personal en función de un cambio social.

El Nuevo Humanismo es la manifestación radical del valor sagrado de la vida humana que nos lleva gradualmente a la Nación Humana Universal.

Los humanista proponemos y nos ofrecemos para que en la formación de la base social militante de todo grupo, se agreguen elementos mínimos de historia del pensamiento de las diversas culturas y de trabajos personales que ayuden en la comprensión y ejercio de la libertad personal, de la no-violencia y de la búsqueda de coherencia personal y social, como herramientas de fortalecimiento personal.