Horrible. La situación es horrible. La venganza es feroz. Viene cabalgando en el tríptico que montaron hace tiempo.

Los planes y sus planos, desde el amanecer turbio de cada jornada, pasando por cada timbrazo en el hogar que presagia un nuevo pibe que pide comida o la madre con su bebé en brazos arropado contra el invierno impiadoso. O las facturas de los servicios públicos que parecen confeccionadas por los servicios de inteligencia. O las convocatorias a reuniones en el trabajo para soportar directivas de tiranuelas y tiranuelos ineficaces, semibrutos y soberbios. Las citas de Borges que no son de Borges como una exhibición obscena de presumidos culturales.

Los planes para pagar las pasantías de gestores privados en la gestión estatal mientras dicen asistir a un curso acelerado de despilfarro público y engorde de sus tripas bancarias.

Los planes para callarnos, pero con la consigna cínica de que abren el juego. Y juegan a ser Blancanieves y esclavizan a sus trabajadores enanizándolos.

Los planes para hacer empanadas todos juntos y que se las coman ellos, los farsantes del repulgue.

Los planes de las fechas patrias sin el pueblo de la patria para que no moleste al príncipe de las tinieblas del ombligo de la patria.

Cada plan para dinamitarnos el orgullo «de haber sido» y el dolor de ya no ser.

El plan de pedir perdón a quienes rapiñaron el suelo, el subsuelo y el aire.

Esos planes con que sueñan despiertos, esos que ponen a cuidar las joyas de la abuela a los ladrones de joyas.

Así me hablaba Blas sentado a la pianola mientras el pentagrama le devolvía las estrofas que invitaban a los mortales a oír el grito sagrado.

Dos kilómetros más allá López revoleaba bolsos infectados, malolientes.

Así no hay himno que aguante, me dijo Blas.