Por Eduardo Montes

Hace pocos días se me ocurrió la malhadada idea de escribir sobre la impaciencia. En realidad lo hice en respuesta a algunas conversaciones que tuve con amigos en las que ellos manifestaban una suerte de “malestar existencial” ante la lentitud o inclusive la regresión del progreso humano.
Es claro que no hablábamos del progreso humano en términos materiales – aunque sin excluirlo – sino, fundamentalmente del progreso espiritual – o interno, si se prefiere – ese que aleja de la violencia y de todo sentido apropiador. Hablábamos de que los peores monstruos se proyectan a la cúspide de la pirámide social – esa virtualidad que domina nuestra realidad – a caballo de mayorías que los sostienen alegre e irresponsablemente.
Nos referíamos a nuestras latitudes pero también a otras más lejanas, si es que se puede hablar de algo lejano en el mundo actual.
Fue en ese momento que se me ocurrió preguntarme por alguien que hubiera nacido hace, no sé, digamos diez mil años, y viera las cosas de modo similar (porque no dudo de que alguien habría para hacer semejante operación), ¿qué pensaría él de la lentitud, de lo interminable de etapas “eternamente” oscuras”?
Y fue imaginando esas cosas que surgió una suerte de paneo sui generis de la historia humana – sabida o inventada – y al hacerlo fui desarrollando ese escrito titulado “Impaciencia”.
¿A qué viene toda esta aclaratoria?
Viene a que las respuestas recibidas – esas que se han publicado y, principalmente, las que no – me han dejado un tanto desconcertado. Recibí aprobaciones de quienes creo que han comprendido la intención de lo expresado pero también de quienes lo han entendido hacia interpretaciones totalmente opuestas a la misma.
“Algo se ha expresado de modo incorrecto o ambiguo” – me dije – y a pesar de que la trascendencia de mis escritos es bastante modesta, por decir lo menos, me vi en la necesidad de aclararlos para que no sumen a su modestia la incomprensión.
Entiendo que estamos en un momento donde lo monstruoso parece encaramarse en diversas latitudes. Este encumbramiento no siempre lo hace por la fuerza, ni con el silencio atemorizado de las mayorías. Ahora ciertas mayorías se hacen eco y encuentran expresión en ellos. Nos hallamos pues ante una cierta ola, un cierto reflujo que trae a la orilla las peores cosas.
No quiero hacer un “listado” de fenómenos monstruosos en nuestra latitud ni en otras, donde la injusticia y el antihumanismo parecen tomar la delantera en estos momentos. A veces, como se dice graciosamente, aclarar oscurece.
De modo que en lugar de hacer aclaraciones y cosas similares apelaré a dos referencias que explican mejor lo que quise expresar. Una forma parte de la exposición hecha por Silo el 4 de Mayo de 1999 en la celebración de los treinta años de la arenga sobre La Curación del Sufrimiento. Dice así:
Y en esta situación que nos toca vivir reconocemos el triunfo provisorio de la cultura del antihumanismo y declaramos el fracaso de nuestros ideales que no se han podido cumplir. Pero los triunfadores de hoy no tienen asegurado el futuro porque una nueva espiritualidad comienza a expresarse en todo el mundo: no es la espiritualidad de la superstición, no es la espiritualidad de la intolerancia, no es la espiritualidad del dogma, no es la espiritualidad de la violencia religiosa, no es la pesada espiritualidad de las viejas tablas ni de los desgastados valores; es la espiritualidad que ha despertado de su profundo sueño para nutrir nuevamente a los seres humanos en sus mejores aspiraciones.”
He ahí lo que llamo fe.
Y para concluir, de modo auto-referencial transcribo un soneto escrito en noviembre de 2014:
«Injusticia
Un dolor tan intenso me lacera
al ver esa injusticia que se ensaña,
cuando el rico con toda su calaña
hambrean al que vive en la tapera.
Un acto de justicia yo quisiera
que deshaga por siempre la maraña
de impulsos y ambiciones que con saña
condenan a la angustia más grosera.
Porque el hambre es indigno de lo humano
es deber esencial trabarse en lucha,
esperar con paciencia será en vano
al poder que, insensible, nunca escucha
el clamor del que sufre ese malsano
desaliento vital en su casucha.»
Espero que lo anterior no nutra nuevas confusiones. Reitero, sin impaciencias, sin paciencia, con fe. 
 
Eso es lo que pido en mi interior, fe alegre, activa, fe sin líderes ni dioses, fe alimentada en el granero, en el silo, que todos guardamos dentro.