El 29 de abril se realizó en Roma (en la universidad Roma Tre) el simposio «Dalla vendetta alla riconciliazione: verso un’umanità possibile» («De la venganza a la Reconciliación: hacia una humanidad posible»). La organización estuvo en manos del Centro de Estudios Salvatore Puledda y de la Accademia di Scienze Umane e Sociali Roma. Se trató de investigar el mecanismos de la violencia en nuestra cultura, que se expresa en forma de una cultura de venganza, y sondar posibles salidas de esta situación. Hubo 7 exposiciones a cargo de académicos de alto rango, quienes trataron temas como la Venganza en las religiones, los procesos personales de la reconciliación, y ejemplos de cultura de reconciliación como el Ubunto en el África del Sur. Una de esas contribuciones fue la exposición de Luz Jahnen (Alemania), quien habló acerca del mecanismo de la venganza en nuestras conciencias. Aquí publicamos esta contribución.

Me llamo Luz Jahnen, tengo 55 años y vivo en Colonia, Alemania.

No me presento antes ustedes debido a una formación académica, sino a un activismo que comenzó en mi temprana juventud y que se puede encontrar en la tradición de aquellos comprometidos con la no violencia activa. Por ejemplo: soy objetor conciencia (no hice el servicio militar).

Las razones para esta postura están en mi biografía, mi familia y también en la historia del país y del mundo en la que nací y crecí. Mi postura hacia la NoViolencia Activa siempre se ha basado en mis mejores y más profundos sentimientos.

Pero, ahora – con toda la aceleración de las últimas décadas – me veo confrontado con la siguiente locura, frente a la cual, mis mejores sentimientos no son suficientes:

Estamos experimentando un progreso científico y tecnológico sin precedentes y, al mismo tiempo, vivimos en un mundo en el que presidentes juran públicamente venganza a otros pueblos. Jóvenes salidos del seno de nuestras ciudades y nuestra sociedad, parten voluntariamente hacia otros países para servir a su Dios en una lucha heroica en contra de los infieles y los equivocados, en contra de los “no-humanos”, para vengarse de todos los que nieguen la   correcta fe por medio del asesinato, la tortura y la violación. Al mismo tiempo, vivimos en un mundo donde el capital reina, y en su falta de visión, mantiene en la pobreza y la esclavitud económica a muchos millones de personas sin ninguna compasión ni necesidad, y las excluye de cualquier progreso.

El irracionalismo está avanzando, y no solo en países aislados, sino en todas nuestras sociedades. El neo-fascismo resurgente y los nacionalismos bochornosos dan evidencia de una predisposición a la violencia (latente o abierta) en el pueblo, y nos están diciendo que no se han integrado ni entendido las heridas, o las espeluznantes estupideces de la historia reciente o la histora más antigua.

Esto me motivó, hace tres años, a retirarme de mi activismo y dedicarme durante aproximadamente un año a reflexionar sobre la pregunta: ¿Cómo funciona la violencia, cómo funciona en concreto la venganza? (Ese motivo que está siempre presente en la violencia, ya sea de forma abierta u oculta). Y, especialmente, me interesaba la pregunta: ¿Cómo funciona en mí, en mi conciencia? ¿Qué será ese poderoso mecanismo que está actuando y que los seres humanos parece que no llegamos a controlar? ¿Cómo puedo en mí, cómo podemos nosotros, en nuestras sociedades, desactivar esta bomba que está en marcha?

Todas estas preguntas tienen el objetivo de comprender finalmente lo que está mal aquí, y encontrar un fundamento en un mundo cada vez más irracional.

He aquí, en la forma más sencilla y clara posible, lo que descubrí. No es mi intención convencer a nadie de mis observaciones, sino – en el mejor de los casos – de inspirar, para que profundicen ustedes en vuestros propios pensamientos; estimular a la reflexión y el intercambio sobre este tema. Al menos servirá para inspirar y alentar a quienes, como yo, siguen buscando superación de las interminables guerras y la violencia.

Empezaremos echando un vistazo a cómo el mecanismo de la venganza trabaja en el aparato de conciencia humana , y terminaremos arriesgando una consideración breve sobre las enormes consecuencias que esto podría tener para nuestra vida personal y social.

La violencia es una reacción, es una respuesta. Para que el sentimiento de venganza -el deseo de venganza- se presente, debe haber un motivo. La venganza es una reacción, una respuesta. Siempre hay algo que sucedió ANTES de la aparición de esta sensacion.

Para ello, observemos el comienzo de esta mecánica desde el punto de vista de su efecto en nuestro aparato de conciencia.

Nuestra conciencia funciona noche y día en el procesamiento de estímulos, de información proveniente de la memoria y de los sentidos externos e internos.

Conciencia

Esquema simple de la conciencia: estímulo-conciencia-respuesta (del libro Autoliberación, Luis Ammann).

La conciencia trabaja incansablemente para lograr un equilibrio entre las exigencias que transmiten los estímulos. La conciencia procesa estos estímulos usando la memoria a fin de producir la respuesta necesaria: hambre, sed, fatiga, las necesidades del entorno y la comunicación con éste, alegría, miedo, preocupación, etc.  En tanto la conciencia pueda llevar a cabo esta actividad, todos nos sentimos más o menos en equilibrio. Tal como ahora, en este mismo momento, mientras ustedes están escuchando las ponencias de los oradores.

Generalmente, llegan los estímulos y señales al aparato de conciencia, donde son procesados y transferidos. Si la señal tiene una intensidad tal que el aparato de conciencia no puede integrar en su proceso rutinario, hace que el aparato pierda el balance de sus actividades. Por lo general (las excepciones se comentan abajo), esto se percibe como un dolor físico o sufrimiento mental: la conciencia pierde el equilibrio, entra en una especie de «estado de emergencia».

La señal (el dolor, el sufrimiento) es tan fuerte que irrumpe en el individuo, interrumpe su rutina cotidiana, sus propios proyectos. Esta interrupción, esto que hace imposible realizar las intenciones propias, se puede experimentar aparte del dolor físico, como «violencia»: algo-alguien me impone sus intenciones, me incapacita, ignora mi ser, lo «humano» en mí, «Yo” no soy respetado.  El aparato de conciencia, en este estado de emergencia, moviliza la energia psicofísica – en un nivel muy inmediato, instintivo, irreflexivo -, energía, adrenalina y atención focalizada para corregir el desequilibrio, lo que ha hecho daño o impedido la integridad del aparato de conciencia (su funcionamiento normal transferencial).

En el mismo nivel, el aparato de memoria hace su parte y ofrece posibles respuestas a esta situación de emergencia. Y exactamente en este acceso rápido al aparato de memoria, generalmente no-reflexivo, desempeñan un papel decisivo las respuestas predefinidas que se almacenan en la biografía del individuo, la biografía social, de la cultura o de la sociedad, que ya son parte del individuo y, en última instancia, en un nivel más profundo, todo el concepto que el individuo tiene del mundo, del ser humano y de sí mismo. Esta es la situación: mi mundo se ha salido de su curso, nada es como era y debería ser.

Para ponerlo claro: estamos hablando ahora sobre el mecanismo de la venganza. Lo estamos desarmando en las partes que lo componen.

Así que, una vez más: el mecanismo se pone en marcha si una intención considerada ajena hiere mi «Yo». Mi “Yo” en el sentido de algo con lo que me identifico: mi cuerpo, mis posesiones, mis seres queridos, mi familia, mi salud, mi futuro, mi pasado, mi intencionalidad, mi propia imagen, o incluso mi nación, mi equipo de fútbol… Y esto por una intención que la conciencia percibe como externa, como la intención de otro. Conciencia pierde su control, deja de dominar sus planes actuales y pierde el control de disponer sobre aquello que considera como suyo. En todos estos casos la conciencia responde con una conmoción y movilización física (disposición a actuar físicamente de forma inmediata). Eso está asociado con la imagen que propone que, con un actuar en contra del responsable de este desequilibrio o esta pérdida, se podría restablecer el equilibrio.

Otro componente es el nivel de conciencia en la que la fuerza de este mecanismo se empieza a desarrollar. La urgencia de los dolores psíquicos o físicos sufridos (la herida a la integridad del “yo”) catapulta al aparato de conciencia a un nivel en que se dan respuestas rápidas y no reflexivas: un nivel instintivo que no puede ser enlentecido por actividades intelectuales. Estas respuestas son mecánicas, instintivas y, en un inicio, no pensadas. Se puede ver, por ejemplo, en situaciones como cuando alguien se tropieza dolorosamente con un objeto; enseguida grita furioso y castiga al objeto. Sin duda , esto es bueno como catarsis y para distender… Pero, por lo demás…

En la base de este mecanismo reconocemos la estructura de un mecanismo para responder al peligro que compromete la vida y del cual no es posible salvarse (por medio de la fuga) de la herida que ya no se puede evitar porque ya ha ocurrido. Todas las fuerzas psicofísicas son movilizadas, y con tal potencial violento y agresivo, con tal intensidad, que hasta mi propio temor desaparece y se hace secundario.

El mecanismo de venganza no es principalmente una mecánica para responder a un peligro, sino a una lesión ya ocasionada a mi “Yo”.

Observando y estudiando este fuerte mecanismo en mí y en otros, tuve la sospecha de que algo tan profundamente enraizado debe tener una muy larga historia en el ser humano. No solo eso: sería posible pensar que un mecanismo tan arraigado en la historia humana, en su momento incluso, tenía un «sentido». Entonces tomé un telescopio muy grande y comencé a mirar en la historia humana. Más allá de estos cortos últimos 4000 años, de los cuales contamos con registros escritos. Más lejos que la historia de los primeros asentamientos humanos hace 10-12.000 años.

En este periodo de la evolución humana, donde este mono que caminaba erguido hace sus experiencias en la sabana, en aquellos periodos de la evolución humana de las distintas especies de homínidos que se desarrollaron, coexistieron. En el pasado distante en el que nuestros antepasados (es decir, las madres y los padres de todas las personas que viven en este planeta) constituían una población de solo 10.000 individuos en África. Esa cantidad es un tercio del número de estudiantes actuales en la Universidad Roma Tre.

Con esta visión en el pasado, me tomé la libertad, poco científica, de complementar lo que no pude encontrar en los libros, con mi imaginación y también mi intuición. Aplique mis observaciones sobre el funcionamiento del mecanismo de la venganza sobre un tipo de ser humano aparentemente bastante sencillo, ocupado principalmente en su supervivencia, quien vive en pequeños grupos y comunidades de la recolección y de la caza.

Si nos centramos solo en este mecanismo básico y, por un momento, dejamos a un lado la decoración de la vida moderna (edificios, tecnología, etc.), vemos al ser humano de la prehistoria que tiene una vida con días y noches con continuos peligros a superar. En ciertas situaciones debe poder disponer, a la velocidad del rayo, de toda su fuerza, determinación y disposición para luchar, con el fin de proteger su vida, su comida, para defenderse, para sobrevivir.

En el mecanismo de venganza subyace, en el individuo, la movilización instintiva de todos los recursos de la lucha.

Estamos hablando de un ser humano, que se junta en grupos pequeños o más grandes (clanes, tribus) para dar a esta vida llena de peligros mayor seguridad y más oportunidades. A su vez, es el medio en el que este hombre puede experimentar y desarrollar su capacidad de empatía y compasión (porque él, precisamente, siente a este medio y a las personas que lo componen como pertenecientes-a-él.)

El no extiende automáticamente este sentimiento a toda la especie, porque es demasiada la amenaza que significan estos otros grupos, y no solo los animales o las fuerzas de la naturaleza. Para no ser molestado por estos otros grupos, estos competidores, o incluso para demostrar que uno es superior, es necesario asegurar que no haya violación de la propia integridad (o la integridad de otros miembros de la tribu o de la familia, equivalentes a su «Yo»). Si el ataque no fuera inmediatamente posible, entonces, gracias a la memoria, gracias al horizonte temporal, se puede castigar el delito en tiempo diferido, para no mostrar debilidad a los otros (lo que podría significar nuevos ataques, o incluso la destrucción, junto con una posición más débil en el propio grupo, clan, tribu). El «castigo» sirve, entonces, para demostrar la propia fuerza, para restaurar la reputación, el miedo, el respeto ante esta otra fuerza. Y hasta que no se haga esto, deben mantenerse esta alta agresividad y disposición violenta (enemistad). Y a quien todo esto le parezca plausible (como me lo parece a mí), verá aquí la razón profunda de todos los infinitos conflictos, guerras, enemistades, contiendas, peleas, etc., en donde se trata de orgullo, honor, respeto .

Este antiguo concepto de «honor» (hasta ahora muy presente en nuestras sociedades) data de los tiempos en que las reglas del juego, las leyes, no estaban dadas por un estado y tampoco estaban fijadas por la escritura. En palabras fáciles se está diciendo: “Aquí estoy yo, mi clan, mis posesiones, mi región, mi familia… Si los lastimas, se pondrá en marcha mi venganza y te castigaré”.

Las extraordinarias capacidades que este estado de venganza tiene (el aumento tremendo de poderes psíquicos y físicos) han sido cultivadas por el ser humano para utilizarlas, refinarlas y producir así variadas respuestas a los conflictos que diariamente hemos ido sufriendo: desde los guerreros tribales que, con danzas u otros rituales se ponían en ánimo de batalla apropiado, hasta a la formación de ejércitos de soldados entrenados como máquinas de lucha, que actúan pulsando un botón, a comando – una cultura de guerra y de guerreros.

Al poner a los demás en una situación de sin-poder, de sin-fuerza, es que recupero mi propia fuerza. El otro me despojó de mis intenciones en el momento anterior; ahora le impongo yo a él las mías. Lo mejor sería obligarle a reconocer mi superioridad, lograr, aunque sea, que me mire con ojos temerosos. En este acto contra el «otro», justamente es esto lo importante: lo percibo como alguien “no-perteneciente-a-mi”, niego su calidad de ser humano, sus cualidades humanas, lo cosifico, como si él fuera miembro de una especie extraña y hostil que no tiene nada que ver conmigo. Esta anulación de la compasión facilita, o mejor dicho, permite la despiadada agresión, el asesinato y la destrucción.

Siguiendo lo comentado por uno de los oradores anteriores: Buscando con una visión mucho más corta y más exacta en el pasado, reconozco en los tiempos del Rey Hammurabi la base de una actitud básica de lo que habitualmente denominamos la cultura occidental.

Reconocemos los principios de la ciencia e investigación, almacenamiento y transmisión sistemática de conocimiento, importantes avances tecnológicos. Todo esto fue posible gracias a la inteligente organización de un gran imperio en el que los diferentes pueblos, religiones, etnias, se conjugaron haciendo posible la denominada acumulación de progreso. En este punto de partida, en la organización del gran imperio, se puede reconocer en la organización de la estructura de nuestro estado actual un error de diseño de enorme alcance/consecuencia. Tal es el alcance que se podría decir, sin duda, que estamos hoy en el punto de explosión de este error de construcción.

Con el fin de terminar la resolución los conflictos personales basados en mecanismos de venganza arbitrarios por parte de individuos o por medio de antiguos ritos tribales y, de esa manera, hacer gobernable el imperio, se transfirió la solución del conflicto del individuo al estado, a los sacerdotes o a los especialistas del estado.

En este momento se pone en macha un proceso alienante que en ese momento significó un gran paso adelante. Una normativa y una legislación que no considerarán que el principal conflicto se lleva a cabo en el interior del ser humano. Y ninguna legislación del mundo puede curar las heridas sufridas de un individuo o un grupo si no se integran estas experiencias grabadas profundamente en la memoria. Y esto es lo que nos falta, en todo el planeta: una cultura humana universal que comprenda y practique la integración y la superación interna de los conflictos.

La venganza puede tomar un carácter acumulativo y convertirse en orientación de la vida: varias experiencias dolorosas se funden en nuestro aparato de memoria en una tendencia permanente para compensar estas experiencias negativas (por supuesto a expensas de otros). O una sola experiencia de este tipo no integrada, aislada en el aparato de memoria, determina el trato hacia los otros. Entonces, toda tu vida puede transformarse en una venganza contra los demás o contra un cierto tipo de personas. Esto es el resentimiento. Y de eso puede salir cualquier monstruosidad.

Revisando lo dicho: hemos visto que el mecanismo de la venganza de la conciencia tuvo su significado en un pasado remoto, a fin de asegurar la propia supervivencia en un entorno generalmente peligroso, con una respuesta física contundente, una reacción llena de furia y enojo como respuesta a las amenazas. Y hemos visto la aplicación diferida del mismo mecanismo para restaurar, o incluso aumentar el «yo» herido o la reputación y la mirada externa de la propia fuerza, la propia amenaza hacia los demás.

Una alternativa provisoria al deseo de venganza que puede ayudar a relajar las tensiones del momento, es la descarga catártica contra algo o alguien (a terceras personas o grupos más débiles), el «mecanismo del chivo expiatorio», con el cual se intenta la compensación del impulso de represalia cuando el realmente sujeto responsable de venganza está demasiado alto, demasiado lejos, demasiado fuerte, demasiado grande, demasiado poderoso, etc.

Este mecanismo activo todavía (no desactivado), que está tan profundamente arraigado en nuestra cultura y nuestra conciencia, se ha convertido hoy el mayor obstáculo y la mayor amenaza de nuestras vida conjunta.

Lo que está faltando, fundamentalmente, respecto al mecanismo de la venganza (en este sentido llevamos unos 4000 años de atraso), es darnos cuenta de que la violencia plantea dos preguntas (!!!no una!!!) a responder:

  1. ¿Cómo puedo evitar que quien me hizo un daño a mí o a otros, continúe infligiendo más violencia, continúe perjudicando? O de manera más general: ¿Como puedo superar la violencia?
  2. ¿Como puedo (como víctima de la violencia) restablecer completamente el equilibrio interno perdido? ¿Cómo puedo encontrar la reconciliación en la agitación y confusión de mi interior, curar las dolorosas heridas internas, para poder mirar el horizonte de mi futuro con toda la sinceridad y la alegría, con los ojos de un niño curioso?

Equipado con las dos preguntas, evito el error incorporado que me hace pensar que con el «asesinato» de los violentos, que con ir contra los perpetradores de la violencia, voy a curar mis heridas, mi dolor. Por el contrario: con el mecanismo de la venganza obstruyo el camino de lo que realmente busco: la paz interior y el equilibrio de la conciencia para mirar con fuerza y alegría hacia el futuro. Porque al ejercer la venganza reconozco que es parte de mi repertorio conductual y el de los otros: en el diseño de mi futuro integro la violencia y la negación de lo humano – justamente eso que, de ninguna manera, quiero para mí.

La tarea que tenemos por delante es evidente y tal vez la mayor y la más urgente tarea de este momento histórico:  desarrollar una nueva cultura desde una comprensión interna, en contacto humano directo con los seres humanos  que nos rodean, y extenderla a toda la sociedad. Una nueva cultura de resolución de nuestros conflictos desde nuestro interior, una nueva comprensión de la paz interna, del equilibrio interno. Una paz y un equilibrio interno que no estarán permanentemente afectados porque NO nos dan el impulso equivocado queriendo compensar nuestro dolor interno por medio del daño, el castigo y la destrucción de nuestro entorno.

Me parece que el desarrollo de una cultura proveniente desde lo interno, dada la vertiginosa agudización de los hechos, se convierte en una tarea histórica no solo urgente, sino también un proyecto maravilloso: demostrarnos a nosotros mismos, a esta especie joven, que no solamente somos capaces de lograr sorprendentes avances tecnológicos (para perseguir luego el poder y destrucción), sino para iniciar una nueva etapa de convivencia humana e iniciar un desarrollo humano, que podría ser una milagrosa sorpresa. Eso sería un avance, el que más estamos necesitando, y el que está anhelando el corazón del ser humano.

Este proyecto requiere miles de mentes y corazones comprometidos, decididos e inspirados de la generaciones jóvenes.

¡Muchas gracias!