Por E.H. de Casas Humanista. Mendoza, mayo 2016

Aquel 4 de mayo del 69 fue un día inigualable, sin lugar a dudas. Todo se había preparado, tanto en la ciudad como en el lugar para que Silo hiciera su alocución pública primera , con un público que afrontaba las limitaciones impuestas por la dictadura de turno, procedente de diversas provincias argentinas, de ciudades chilenas y de las inmediaciones. No era fácil, pero mayor la determinación de dar su aporte al público.

Era un día asoleado, llegamos en diversos vehículos y buses, estábamos expectantes en aquel paraje montañoso próximo a la ruta. Una sutil emoción se hace presente. Los mástiles con banderines naranja indicaban el lugar en que hablaría, nos distribuimos alrededor con tranquilidad; en ese silencio que solo la montaña y su magnificencia saben producir, con algún viento que hacia ondear los banderines. Era medio día.

Un locutor inicial dio lectura a las presentaciones previas hechas ese año, como Diálogos de la Isla Negra, frente al Pacífico chileno. Eso hizo una apertura para darnos la forma, el tono, el lenguaje que se emplearía. Esbozando el mensaje que nos daría.

Y, ¿qué dijo? Sintéticamente, con un estilo poético dirigido a quien escucha atentamente, alentando a considerar sus propuestas, explicará quien es (y quien no es), para dejar claro ese punto, y pasa a referirse al conocimiento más importante para la vida (la «real sabiduría»); indica que es una cuestión de experiencia personal, íntima, que nos clarifica. Y, acentúa que lo más importante para la vida está en la comprensión del sufrimiento humano y su superación. Esto es, entiendo, lo sustantivo de su propuesta, la superación de las dificultades. Es como si situara un marco con la superación del sufrimiento y la no violencia en todas sus formas, para después expresar lo demás. Con el tiempo, presentará el Nuevo Humanismo en un contexto psicosocial y el Mensaje en el campo espiritual y del cambio profundo.

Aquel día las palabras brotaban con su voz grave una tras otra, hilando frases cada una más importante que otra, perfilando así, digamos, un texto esencial, con nada secundario, nada superfluo. Mostrando además, su gran determinación de querer expresarse y comunicarlo, que deja ver a alguien con una fuerza, un ímpetu y una decisión ejemplares, sin parangón.

Con el tiempo, se siente aquel día de hace casi cinco décadas tan actual como entonces y como será mañana. Y, especialmente, en el contexto de las tremendas cosas que pasan en la actualidad. Donde precisamente el aumento de la violencia y el sufrimiento son una condición sine qua non del momento, sembrando un desconcierto a futuro pocas veces vivido. Cada uno teme por su integridad personal y las búsquedas de verdades señeras no cesan. Quizás se pueda aprovechar este cimbronazo mundializado para preocuparnos de una vez, por lo que verdaderamente importa y da sentido.

Mucho resuena este pasaje de la célebre arenga: “He ahí los grandes enemigos del hombre: el temor a la enfermedad, el temor a la pobreza, el temor a la muerte, el temor a la soledad. … Fíjate que esa violencia siempre deriva del deseo. Cuanto más violento es un hombre, más groseros son sus deseos.”

Hoy vemos muchos violentos, en diversos campos, con deseos inadmisibles imponiendo sus apetencias a los demás sin freno.
En otro párrafo nos dice y recomienda: «Únicamente puedes acabar con la violencia en ti y en los demás y en el mundo que te rodea, por la fe interna y la meditación interna. No hay falsas puertas para acabar con la violencia. ¡Este mundo está por estallar y no hay forma de acabar con la violencia! ¡No busques falsas puertas!

De modo que aquí nos da unas pautas que evitan toda confusión: No a las falsas soluciones, Si a las fe interna, a la reflexión que nos lleva a superar en conjunto con los demás las situaciones que vivimos. De verdad.
En medio de tanta complicación uno no puede dejar de agradecer y comunicar esta propuesta, que es tan auténtica como contundente.
Nos quedamos con su estimulo final: “Lleva la paz en ti y llévala a los demás”.
«A ti, hermano mío, arrojo esta esperanza, esta esperanza de alegría, esta esperanza de amor para que eleves tu corazón y eleves tu espíritu, y para que no olvides elevar tu cuerpo.»

Es entonces, en ese fondo de nosotros mismos, de cada uno y de todos, donde está esa esperanza como una llama que no se extingue y que impulsa nuestros mejores propósitos. A ella apelamos.