Mucha gente todavía está confundida y cree que el pedido de juicio político contra Dilma Rousseff tiene algo que ver con la corrupción o con algún delito que puede haber cometido la presidenta del Brasil.

Lo cierto es que si uno escuchaba las razones esgrimidas por los diputados que votaban a favor del “impeachment”, debía llegar a la conclusión de que Dilma debe haberse robado todo lo robable, como es una dictadora debe haber cerrado todos los medios de comunicación opositores, perseguido a los rivales políticos, complotar para que no se mantenga unida ninguna familia en Brasil, que realizó un pacto satánico y cena recién nacidos cada noche. Algunos, de hecho, no le perdonaban que ella hubiera sobrevivido a su torturador durante la dictadura.

Pero es que la composición del Congreso debería ruborizarnos a todos, y digo a todos porque no difiere el congreso brasileño de los congresos que se ha sabido dar la humanidad toda. Una runfla de avarientos, de fanáticos, de codiciosos. ¡Qué mal que tiene que estar una sociedad para verse representada por gente con estas trayectorias, por no decir prontuarios!

Las élites están sobrerepresentadas en las instituciones actuales, el 1 % que maneja el poder en la Tierra compone la mayoría de los gobiernos o ubica en ellos a sus marionetas (aspirantes a formar parte del 1 %).

Emir Sader describía en “Los contrastes brasileños”, nota publicada en el periódico argentino Página 12, al congreso actual de Brasil como “el peor que haya tenido el país en democracia”. Y prosiguió con su descripción “Controlado por los lobbies del armamento, de las religiones fundamentalistas, del agronegocio, de los planes privados de salud, de los medios privados de comunicación, de la enseñanza privada”.

Los intereses de los privados de un lado y los privados de intereses del otro, defendiendo la democracia en las calles de todas las grandes ciudades de Brasil. Cientos de miles rodeando el Congreso en Brasilia y muchos cientos de miles más inundando el domingo de responsabilidad ciudadana.

Porque a pesar de que la política se encargó de desplazar de su seno a las clases populares y la democracia se convirtió en la imposición de las élites sin necesidad de las armas, el pueblo trabajador reaccionó ante esta afrenta. Ellos son los que habían votado a Dilma hace poco más de un año y medio, ellos habían visto cómo era posible recuperar la dignidad y emerger de la miseria, ellos reconocieron en Lula y Dilma al primer gobierno en mucho tiempo que era como ellos, que sentía como ellos, que velaba por ellos.

Puede no ser demasiado, cuando uno aspira a un mundo verdaderamente humano, donde sean abolidas las desigualdades y se enfrente en profundidad la violencia. Pero tengo claro que si no fue más, entre otras cosas, es porque del otro lado se articula y resiste el antihumanismo, que campa a sus anchas en el planeta y que logró en NuestrAmérica desinflar procesos emancipatorios.

Este pueblo que despertó y llenó las calles de Copacabana, la Avenida Paulista, las playas de Bahía debe organizarse, debe encontrar un camino para combatir la falta de democracia real, la ausencia de representación de las mujeres, de los negros, de las clases trabajadoras, de las minorías sexuales, de los campesinos, de los que creen en la laicidad y en lo público. Deben arremeter de nuevo, no dar tregua, no cejar en la intención de detener la desmoralización y han de rebelarse a lo establecido.

Ese camino de lucha es el que debe alzar a los nuevos emergentes capaces de ocupar los lugares de decisión y erradicar las mezquindades y la rapacidad corporativista monopolista.