Estuve en Francia poco después de la revolución organizada en mayo del 68 por grupos estudiantiles de protesta contra la sociedad de consumo, la cual arrojó a las calles de París a una de las manifestaciones multitudinarias más grandes de Francia y quizá también en la historia de Europa occidental. Allí me tocó vivir de cerca la resaca de una huelga general secundada por unos 9 millones de trabajadores en todo el país.

En los años siguientes y como respuesta a la impactante provocación de la juventud y los sindicatos contra un sistema orientado a beneficiar a las cúpulas industriales y financieras, el gobierno francés estrechó sus métodos de vigilancia ciudadana en las calles, en donde se comenzaron a exigir los documentos de identidad con especial dedicatoria a quienes pudieran haber protagonizado esas revueltas callejeras.

En esos días se produjo un cambio fundamental en la visión del desarrollo y de la libertad individual, que aún perdura. La marea provocada por los jóvenes franceses se extendió con fuerza hacia América Latina, en donde solo faltaba la chispa para encender a una juventud cuya visión del futuro no coincidía con la de sus gobernantes, ni con los marcos valóricos en los cuales se debatían sin encontrar respuesta a sus demandas ni perspectiva a sus sueños.

Viendo el panorama en retrospectiva y los sistemas bien atornillados del capitalismo y la economía de mercado que rigen actualmente la mayoría de países del hemisferio, las revueltas de París adoptan el tono surrealista de sueños no alcanzados y quimeras absurdas por su alcance poético. La libertad, esgrimida como una bandera primordial, se ha convertido hoy en la mayor amenaza contra un sistema en el cual no caben las manifestaciones individualistas.

En un capitalismo cuya consigna ha sido el rechazo al comunismo uniformador de las aspiraciones humanas, se ha impuesto el modelo uniformador de las aspiraciones humanas a través de marcos educativos diseñados para responder a las necesidades productivas de los grandes consorcios industriales y financieros. La creatividad, por ende, se prodiga poco y solo en grupos selectos, apartados de una masa cada día más privada de medios de desarrollo.

El más significativo educador del siglo XX, Paulo Freire, lo expresa claramente cuando afirma que la pedagogía debe constituir una forma de diálogo y aprendizaje constantes, en un marco de libertad creadora. Lo contrario sucede en los actuales sistemas educativos, en donde el alumno es un recipiente en donde se van acumulando ideas y conceptos, sin mayores posibilidades de generar nuevas líneas de pensamiento que no sean las propuestas por el sistema.

Entonces se llega a la situación de la mayoría de nuestros países, fincados en los preceptos del beneficio económico por medio del desarrollo de los grandes capitales sobre la sumisión de los grupos menos privilegiados, entre cuyas filas están quienes sostienen todo el edificio. En la actualidad, exceptuando a los sectores más pobres y los más ricos, muchos de estos trabajadores son jóvenes surgidos de aulas universitarias y cargados de títulos y sueños, pero condenados a efectuar trabajos rutinarios y mecánicos en los cuales no se requiere más que disciplina y una formación básica para ejecutarlos correctamente.

No solo el sistema educativo requiere una revisión tomando en cuenta la libertad y el potencial individual. También se necesita la liberación de las estructuras institucionales, cuyos modelos responden a objetivos ajenos al bien común.

EL QUINTO PATIO
elquintopatio@gmail.com @carvasar