Por Gerardo Fernández desde su blog gerardofernandez.net

En una radio están hablando de las situación económico-social y sus consecuencias y un oyente dice:

“¿Qué pretendés, que la fiesta no se pagara? Es lo que estamos haciendo”

Y lo peor es que hay muchos que piensan como él, gente que ve los aumentos como un castigo divino que hay que cumplir, como un tributo o una ofrenda al Dios mercado. Son los Silas del Código Mauricio, fanáticos del empome, argentinos convencidos que haber incluido a muchos que estaban fuera de la economía formal fue un festín; argentinos convencidos fervientemente de que sólo unos pocos niños pueden acceder al Serenito, personas formateadas en eso de escupir para arriba, en defender siempre al violador y poner la duda en la violada, militantes del “por algo habrá sido”, el producto terminado de un proceso de licuación de conciencia política, una suerte de zombis, gentes en apariencia normal, que razona con sentido común en temas cotidianos pero que se transforma en una suerte de mutante al instante de abordar cuestiones ciudadanas, involucionando de una manera digna de estudio.

Para ellos, intentar ampliar derechos es una fiesta, o sea una irresponsabilidad. Les han metido hasta los huesos la noción de que primero hay que hacer cerrar los números y después vemos cuántos entran y cuántos quedan afuera. La historia les demuestra que en rigor, los números no cerraron nunca y que indefectiblemente siempre que intentaron que cerraran dejaron afuera la gran mayoría del pueblo, pero les han trabajado la cabeza de una manera tal, que tienen una fe ciega, un dogmatismo fanático en sostener esa verdad: Dios existe, el sol sale por el este y no todos pueden tener condiciones de vida dignas, piensan, y por más que les des mil vueltas lo seguirán pensando. Y cuando las consecuencias de las políticas que auspician las empiezan a padecer en carne propia son de avalar cualquier tipo de ruptura: en el pasado golpeaban cuarteles y en diciembre de 2001 protagonizaron el “que se vayan todos”, para luego de un muy breve “piquete y cacerola la lucha es una sola” volver al recurrente “a estos piqueteros hay que matarlos a todos”. Bancaron en el comienzo a Néstor Kirchner porque fue el piloto de tormentas, pero ya a poco de andar empezaron a putearlo, y cuando la economía empezó a florecer se convencieron que su mejoría se debía pura y exclusivamente a sus propios méritos, que las políticas macro del gobierno no tuvieron incidencia alguna.

Pocas cosas los ponen del tomate como ver a un negro consumiendo, accediendo aunque más no sea a las sobras del festín de pocos. En los pueblos, se brotan con una piba que recibe un plan y no trabaja pero se hacen los giles al ver un montonazo de zánganos que viven de rentas, que no hacen otra cosa que solitarios en el club y cebar mate en los talleres. Creen que el freno para un verdadero despegue del país son los pobres y no las clases dominantes que los formatearon para pensar así y ser el ejército de reserva que siempre les terminará garantizando su hegemonía. Ven en el que está abajo una amenaza pues los mismos que históricamente los esquilmaron, toda vez que los consideraron necesario, les hicieron creer que es el de abajo el que viene por sus escasos bienes, y ahí se cierra satisfactoriamente el formateo mental que transforma a las clases medias en garante de que el estado de cosas jamás cambie.

Por eso, cuando se habla de esa cosa llamada “batalla cultural”, hay enfocarla en discutir este ramillete de nociones que una porción significativa de nuestra clase media tiene inoculada en su conciencia política. Mientras no discutamos estas cosas, mientras no generemos contradicciones en esa forma de pensar modelada en décadas, será imposible avanzar con plenitud en otro formato de conciencia política que contribuya a sostener un verdadero proceso de transformación económico y social.

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