En noviembre de 2015 visité Siria junto con una delegación del Comité Internacional del Consejo por la Paz. Fue mi tercera visita al país en los últimos tres años. Como en ocasiones anteriores me conmovió el espíritu de resistencia y coraje del pueblo sirio.

A pesar de que en los últimos cinco años el país de Medio Oriente fue sumido en la guerra por fuerzas externas, la gran mayoría del pueblo sirio sigue adelante con sus vidas cotidianas y muchos se dedican a trabajar por la paz, la reconciliación y la unidad de su amada Siria.

Luchan por superar el temor de que que la interferencia externa y las fuerzas destructivas en el interior de Siria la lleven a sufrir el mismo destino terrible de Afganistán, Iraq, Ucrania, Yemen y muchos países más.

Muchos sirios están traumatizados y en estado de shock y se preguntan “¿cómo sucedió esto en nuestro país?”. Pensaban que las guerras por terceros eran algo que sucedía en otros países, pero ahora Siria también se convirtió en una zona de combate en el paisaje geopolítico controlado por la élite occidental internacional y sus aliados en Medio Oriente.

Muchos con los que nos encontramos no tardaron en decirnos que Siria no vive una guerra civil sino una invasión extranjera. También que esto no es un conflicto religioso entre cristianos y musulmanes.

En palabras del patriarca Gregorios III Laham, “los musulmanes y los cristianos no solo dialogan entre sí, sino que sus raíces están entrelazadas ya que han convivido más de 1.436 años sin guerras, a pesar de desacuerdos y conflictos… con los años la paz y la convivencia han superado la controversia”.

En Siria nuestra delegación vio que las relaciones entre cristianos y musulmanes pueden trascender la tolerancia mutua y pueden ser profundamente afectuosas.

Durante nuestra visita nos encontramos con cientos de personas, dirigentes políticos locales y nacionales, figuras del gobierno y de la oposición, líderes musulmanes y cristianos, miembros de los comités de reconciliación y refugiados desplazados internos. También conocimos a muchas personas en las calles de ciudades y pueblos, suníes, chiíes, cristianos, alauitas, quienes sienten que sus voces son ignoradas y poco representadas en Occidente.

Los jóvenes manifestaron su deseo de ver un Estado nuevo que garantice la igualdad ciudadana, la libertad de todos los grupos religiosos y étnicos y la protección de las minorías, y que esta fuera obra del pueblo sirio, no de fuerzas externas, y que se haga en paz. Conocimos a muchos sirios que rechazan la violencia y trabajan para resolver el conflicto mediante la negociación y la puesta en práctica del proceso democrático.

Pocos de los sirios que conocimos tenían la ilusión de que su presidente Bashar al Assad, elegido por 70 por ciento de los votos, fuera perfecto, sin embargo muchos lo admiran y lo prefieren a la alternativa de que el gobierno caiga en manos de los combatientes yihadistas, extremistas fundamentalistas con una ideología que obligaría a las minorías – y a los suníes moderados – a huir de Siria o a morir.

Esto ya lo vivieron con el éxodo de miles de sirios que huyeron por temor a ser asesinados o que sus casas fueran destruidas por los combatientes extranjeros yihadistas y los supuestos moderados, entrenados, financiados y alojados por fuerzas externas.

En la antigua ciudad de Homs fuimos testigos de las casas bombardeadas después de que miles de habitantes huyeron cuando rebeldes atacaron a las fuerzas sirias desde zonas residenciales – en una estrategia de escudos humanos – y los militares respondieron con fuerza letal en contra de la población civil y los edificios, algo que también se hizo con los sitios culturales, también usados como escudos.

En Homs nos reunimos con miembros del comité de reconciliación, dirigido por un sacerdote y un jeque. También visitamos la tumba de un sacerdote jesuita, asesinado por los combatientes del extremista Estado Islámico, y la iglesia católica reconstruida, ya que la original fue quemada.

Durante la reunión a la luz de las velas, a causa de los apagones, escuchamos cómo los cristianos y musulmanes en la ciudad habían sido fundamentales en la rehabilitación de los combatientes que decidieron deponer las armas y aceptar la oferta de amnistía del gobierno.

Nos pidieron que le solicitáramos a la comunidad internacional que ponga fin a la guerra en Siria y apoye la paz, y para nuestra delegación fue particularmente triste y decepcionante que ese mismo día el arzobispo anglicano de Canterbury anunciara su apoyo al voto favorable de Gran Bretaña al bombardeo de Siria.

Posteriormente, el gobierno de Gran Bretaña votó a favor de la guerra en Siria. Si Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea, entre otros, desean ayudar al pueblo sirio pueden levantar de inmediato las sanciones que les están provocando grandes penurias.

También visitamos la ciudad cristiana de Maalula, donde aún se habla arameo, la lengua de Jesús, una de las localidades cristianas más antiguas de Medio Oriente.

En la iglesia de San Jorge el sacerdote explicó cómo después de que la iglesia fue quemada hasta los cimientos por los rebeldes con apoyo occidental, y muchos cristianos fueron muertos, el pueblo de Maalula llevó una mesa a las ruinas de la iglesia y después de rezar comenzó a reconstruirla, así como sus casas.

Lamentablemente, también en este lugar algunos vecinos musulmanes destruyeron las casas de sus vecinos cristianos, y eso nos recordó las complejidades del conflicto sirio y la necesidad de enseñar la no violencia y construir la paz y la reconciliación.

También nos sensibilizó más profundamente sobre la difícil situación que padecen no solo los suníes moderados ante los extremistas, sino la gran cantidad de cristianos que huyen de Medio Oriente.

Si la situación no se estabiliza en Siria y el resto de la región quedarán pocos cristianos en la llamada cuna de la civilización donde surgió el cristianismo, donde los seguidores de las tres religiones abrahámicas han vivido y trabajado como hermanos y hermanas en la unidad.

Medio Oriente ya ha sido testigo prácticamente de la trágica desaparición del judaísmo, y esta tragedia les está sucediendo a un ritmo alarmante a los cristianos del Levante.

Pero hay esperanza y Siria es una luz para el mundo, ya que hay muchas personas que trabajan por la paz y la reconciliación, el diálogo y la negociación. Aquí es donde yace la esperanza y lo que todos podemos apoyar al rechazar la violencia y la guerra en Siria, Medio Oriente y nuestro planeta.

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad de la autora y no representan necesariamente las de IPS – Inter Press Service, ni pueden atribuírsele.

Traducido por Álvaro Queiruga

El artículo original se puede leer aquí