Reconciliación Colombia es una organización multisectorial en la que participan diversos actores de la sociedad civil y que tiene como encargada de fomentar el diálogo y la acción colectiva en el país. Este proceso transformador se construye desde las regiones, con sus líderes y comunidades. Operan en cada región del país y en todas ensayan diferentes modos de aproximación y encuentro entre los miembros de aquellas comunidades con el fin de promover el encuentro, el diálogo y el pensamiento a propósito de las diversas historias de violencia que han sufrido los habitantes de Colombia.

Para la organización la cultura es un espacio clave para fomentar el encuentro no violento, el pensamiento y formas diversas de diálogo entre todos los habitantes. Además el arte es una herramienta básica para construir una cultura de la paz estable y duradera.

Durante el año 2015, estas fueron las acciones destacadas por Reconciliación Colombia en relación con el arte y la cultura

El museo itinerante sobre la paz construido con dibujos de los niños

Está conformado por piezas realizadas por menores de entre 7 y 12 años que plasmaron en una hoja de papel su forma de entender la guerra y la paz. La muestra recorrerá varias ciudades del país.

54 dibujos que conformaron la exposición “¡Adiós a la guerra! Los colores de la paz”.

Dibujos que salieron como resultado de una convocatoria realizada por el Colectivo Educación para la Paz, una iniciativa conformada por 80 instituciones y cerca de 100 profesores que desde hace varios años se unieron para adelantar proyectos que ayuden a construir país desde la pedagogía.

En esta oportunidad, y según cuenta la profesora Marieta Quintero, una de las que se inventó y lideró esta iniciativa en particular, la idea surgió luego de varias reuniones en torno a un tema coyuntural: la cátedra de la paz, un requisito que a partir de ahora es obligatorio para todas las instituciones educativas del país.

“Nos reunimos, hablamos, logramos que el Ministerio de Educación nos escuchara”, cuenta. “Luego hicimos una propuesta para trabajar durante este año y el resultado fue el lema de ¡Adiós a la guerra!”.

A partir de allí decidieron escuchar a los niños, pues sentían que hasta entonces estaban invisibilizados, y trataron de idear una forma para que ellos les contaran sus impresiones sobre la guerra y su posible solución.

Lo que hicieron fue convocarlos a hacer un dibujo y a escribir un texto erespondiendo dos preguntas: ¿cómo entienden la paz? y ¿cómo entienden la guerra?. “Todos hemos heredado estigmas y odios, por lo que ponerlos a hablar sobre paz, también era una forma de hacerlos pensar en sentido inverso”, dice Marieta.

El resultado sobrepasó las expectativas. Entre marzo y abril, los meses en los cuales estuvo abierta la convocatoria, los profesores recibieron 1.921 dibujos provenientes de Cauca, Antioquia, Cundinamarca, Caquetá, Putumayo, Huila, Nariño, Valle del Cauca, Santander y Magdalena. Incluso, los profesores cuentan que uno de los episodios que más los conmovió fue cuando recibieron un correo electrónico de la abuelita de un niño de Cauca, que les pedía que le enseñaran a escanear, porque su nieto dibujaba muy bonito y querían mandar su dibujo.

Además llegaron piezas de niños Embera y Nasa, de varios en situación de discapacidad y de algunos que asisten a centros de drogadicción.

El ejercicio salió tan bien, que el colectivo ya tiene una nueva tarea para los próximos meses. Con algunos aliados van a replicar y ampliar la misma experiencia a nivel regional, para lo cual van a construir tres informes de memoria histórica en tres zonas del país (Antioquia, Cesar y Huila) que tendrán como fuente a los niños y que estarán hechos con dibujos, cuentos e insumos por ese estilo.

Para los profesores el objetivo a largo plazo es muy concreto: que se empiece a incluir la voz de los niños en la construcción de la memoria histórica colectiva sobre el conflicto que desde hace varios años está realizando el país.

Músicos de regiones afectadas por el conflicto se ensamblan por la reconciliación

Ocho músicos, provenientes de siete lugares del país que han sufrido en carne propia los efectos del conflicto armado, dejaron por tres días sus territorios, empacaron sus instrumentos y viajaron hasta Bogotá, en donde se embarcaron en una aventura conjunta.

Raperos de Cúcuta y Buenaventura, un cuentero de Medellín, un flautista guambiano, un dúo de Silvia (Nariño), una mujer que utiliza el chandé para trabajar con niños de Gamarra (Cesar) y un cantante de Soacha (Cundinamarca). Todos con historias de vida ligadas a algún tipo de violencia, pero con la música como su tabla de salvación.

Entre el 15 y el 17 de abril se reunieron bajo la tutoría del músico bogotano Cesar López, el creador de la Escopetarra y quien desde hace doce años utiliza la música como un vehículo para llevar mensajes de paz. El encuentro se dio gracias a la gestión de Unicef y Reconciliación Colombia.

Las mujeres que actúan para ser libres

El grupo de teatro El Buen Pastor fue creado en octubre de 2012 por la actriz Johana Bahamón, quien luego de una visita a la cárcel empezó a trabajar con mujeres privadas de su libertad. El experimento fue tan exitoso que un año después nació la Fundación Teatro Interno, que hoy trabaja en varias cárceles del país y ha beneficiado a unas 3.900 personas.

Hoy no sólo trabajan a través del teatro. También les ayudan a los presos que quieren montar proyectos productivos y les dan charlas de crecimiento interno. Han logrado crear un sistema en el que todos se apoyan mutuamente y, por ejemplo, el vestuario para las obras de teatro lo hacen otras mujeres de la cárcel en sus talleres de costura.

Hace pocos meses, además, inauguraron la Casa Libertad, un lugar en Bogotá en donde junto al Ministerio de Justicia, la CAF –Banco de desarrollo de América Latina– y otras entidades como Colsubsidio o Bancamía, trabajan con las personas que recién quedan en libertad y no saben qué hacer con sus vidas.

Para el próximo año la Fundación está planeando la segunda versión del Festival de Teatro Carcelario, en el que competirán grupos de teatro de seis cárceles del país. Además del grupo de El Buen Pastor, participarán los de las cárceles de Montería, Armenia, Jamundí, Cúcuta e Itaguí (en donde hay una prisión de máxima seguridad).

La idea es que entre el 22 de febrero y el 4 de marzo de 2016 cada uno de esos grupos presente una obra diferente en un teatro reconocido de su ciudad (ver programación). Un jurado escogerá al grupo ganador, que se presentará durante el Festival Iberoamericano de Teatro en La Castellana, uno de los escenarios más reconocidos de Bogotá.

En libros de cartón reciclado, víctimas cuentan historias del conflicto

Cartongrafías de la memoria. Así se llama este proyecto que aún no cumple dos años y que inicialmente integraban 41 personas, todas víctimas de la violencia. Ahora se ha reducido a ocho que hacen de recolectores, recicladores, cortadores, impresores, encuadernadores y distribuidores de una lujosa obra de arte, y aun así se mantiene con fuerza.

Los ocho, Noris Castaño, Delfina Hernández, Rolando Paz, Marcela Ospina, José Arango, Jairo Torres, Alberto Centeno y Heinnis Marca, ya han impreso más de 1.000 agendas de vida y cien novedosos cofres de cartón que contienen 19 historias escritas por niños de todas las regiones, cada una con no más de tres o cuatro sencillos párrafos.

“Para qué juguetes… si ya no tengo a mi padre. Para qué juguetes, si él ya no puede regresar a casa. Para qué juguetes, si él ya no puede jugar conmigo… para qué querría juguetes si mi madre solo quiere llorar y ya olvidó cómo se juega”, narra la pequeña Yoli.

Al respaldo de estos cuentos escritos de puño y letra de niños de verdad, que le concursan a la mejor literatura, se talla un grabado, que recorre el alma de quien lo observa. Con razón, éstas pequeñas obras maestras ya están en varias bibliotecas norteamericanas como la de Princepton o la de San Francisco.

En la Feria del Libro estos artistas populares no tuvieron un instante de sosiego. “El viernes primero de mayo no dimos abasto. Sin exagerar, hubo un momento en que se agolparon más de 500 personas en el stand y todas querían participar en la elaboración de una agenda”, anota orgullosa Delfina Mendoza, una de los ocho del equipo.

Es que no solamente los visitantes podían participar en un taller relámpago de cartongrafía, sino combinarlo con una práctica viva de elaboración de un grabado. Gubia en mano, decenas de personas, la mayoría jóvenes, garrapateaban sus diseños en las plantillas de linóleo dispuestas.

Los resultados eran sorprendentes cuando pasaban la prueba del rodillo entintado y la prensa: volaban escenas del campo o danzantes en una ciudad viva, soldados o guerrilleros, mujeres y niños, en fin, un caleidoscopio de alegrías. Se alcanzaron a crear más de 1.300 grabados, muchos de los cuales servían como carátula de las agendas.

Era tal la simpatía de quienes tenían la suerte de presenciar este otro taller de Melquiades en plena Sabana de Bogotá que volvían pronto para dejar una que otra salvadora caja de cartón que multiplicaría las obras de arte como los pescaditos del alquimista de Macondo.

Las piezas, no mayores a media carta, serán publicadas por el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, del Distrito de Bogotá, animador primero de este proyecto sin parangón en el país.

“Ahora somos ya Corporación y todo un proyecto editorial, pero una editorial con alma que recoge la memoria con la creación de todas las víctimas y llamado a permanecer”, subraya Marcela Ospina.

Cartongrafías, con sus dos joyas de papel corrugado, la agenda y las cajas de memoria de los niños, es una de las mejores apuestas por darle contenido de vida a la memoria. Para que perviva a través del arte.

Canciones que hacen memoria

El Centro Nacional de Memoria Histórica lanzó el proyecto ‘Tocó cantar. Travesía contra el olvido’, que recoge las composiciones de artistas locales y regionales que con sus letras han contado la historia del conflicto y la resistencia de sus comunidades.

‘Falsos positivos’ cuenta, a ritmo de joropo, la historia de los jóvenes que, engañados con una falsa promesa de trabajo, fueron asesinados para ser presentados como ‘bajas’ guerrilleras.

‘Un río que canta’, de Carlos Andrés Zapata, habla de un río que llora y que guarda en “su sangre” la memoria de las víctimas.

‘Lalinde’, de Leonardo Rúa, relata la historia de uno de los primeros desaparecidos del país y la lucha de su madre, Fabiola, por encontrarlo y reivindicar su nombre.

Como estas canciones, ‘Toco Cantar. Travesía contra el olvido’ recoge las composiciones de 45 ganadores la Convocatoria Nacional de Propuestas Artísticas y Culturales de Memoria en su categoría de expresiones musicales.

Hay canciones de todas las regiones del país y de muy diversos géneros musicales, desde rap y reggae hasta pasillos, cantos del pacífico y música tradicional indígena. Hablan sobre los hechos de violencia que han padecido sus comunidades, pero también de su resistencia y su capacidad de sobreponerse al conflicto.

Frente al otro: dibujos en el posconflicto

Sentarse frente al otro evoca un acto ético, una disposición a escuchar, una expectativa abierta.

Frente al otro: dibujos en el posconflicto, presenta un proceso que para artistas, reintegrados e investigadores implicó una transformación vital. Esta muestra es una invitación a recorrer Colombia y es un intento por trabajar en una sociedad más allá del conflicto armado, a través de estos dibujos y palabras: testigos de lo que sucede cuando nos sentamos frente al otro.

Representarse en el papel fue la forma de romper el hielo en los talleres y de verse todos como pares. ¿Qué queremos mostrar de nuestra naturaleza? ¿Qué rasgos exaltar o esconder? ¿Cómo mostrarnos? ¿Qué palabras ponerles a esas figuras que nos definen? Para la mayoría de las personas que asistieron habían pasado muchos años desde que no tomaban un lápiz.

Así, se juntaron dos mundos. Uno, invadido por las circunstancias, pero con el deseo más ferviente de no seguir dejándose encañonar por ellas; otro, creado intencionadamente por cada uno de estos doce artistas, lleno de aristas y posibilidades. De hecho, artistas y personas en proceso de reintegración, lograron comunicarse, por ese lenguaje particular que ofrece el dibujo.

El camino empieza con doce artistas y una misión: impartir a personas en proceso de reintegración, talleres de dibujo o historieta, en doce ciudad de Colombia. Enorme reto, del que no se podía siquiera imaginar el resultado. Ni salir inmune.

Literatura y memoria en el aula de clase

El profesor Arturo Charria destaca aquellos libros que no son propiamente de historia que deberían enseñarse en las clases de historia. Ante la prosa por lo general plana de los textos escolares, narraciones y relatos más personales pueden mostrar a los estudiantes una visión más cercana de lo que ha ocurrido en el país.

Hay un aspecto común entre la memoria histórica y la literatura: el vínculo que puede establecer el lector con el texto a través de la narración. La primera privilegia la voz de la víctima a través del impacto que tiene la guerra en lo humano, construye su relato desde lo íntimo. Asimismo, la literatura es la pregunta por la condición humana a través del lenguaje, de ahí que los grandes temas recurrentes en esta apenas si llegan a caber en la palma de la mano.

Estos aspectos son ajenos a los documentos históricos hegemónicos, que se caracterizan por la articulación de los hechos, las fechas y los nombres. Hay casos en que la narración historiográfica puede resultar sugestiva y atrapar al lector, incluso generarle empatía, sin embargo, la mayoría de los textos de historia se caracterizan por una prosa que puede resultar plana y ajena para los estudiantes.

La novedad de este nuevo auge no está entonces en el contenido, sino en la inclusión de una nueva mirada que no había sido explorada en Colombia, salvo en casos muy puntuales. Algunos ejemplos de estos casos podrían verse en Estaba la pájara pinta de Albalucía Ángel, La siempreviva de Miguel Torres y El canto de las moscas de María Mercedes Carranza, donde el cuerpo o la ausencia de este, los territorios y el rumor que deja la violencia se vuelven el epicentro del relato.

No se trata entonces de reemplazar los viejos manuales de historia por dos o tres novelas que narren la Colombia contemporánea, o por la colección completa de los informes del Centro Nacional de Memoria Histórica, sino de poner en diálogo estas narrativas de manera que el texto historiográfico tenga sentido para el estudiante. Así, el estudiante estará en capacidad de dimensionar el peso de los hechos a los que se acerca y podrá comprender algo que parece absurdo, pero que pasa cuando enseñamos historia: que eso sí sucedió, ya que lo invita a acercarse a esta desde una mirada más crítica y plural.