Viendo la película de un delfín sin cola que no podía nadar, se me ocurre el ser humano está diseñado o pensado para ser solidario, empático con su entorno, para sufrir y gozar toda ocurrencia propia o ajena inevitablemente. O como a veces siento, impulsado irrefrenablemente a hacer el mundo a su imagen y semejanza así como dice el mito que él fue hecho a la de los dioses. A tal punto que se identifica completamente con su entorno perceptual. Entonces no puedo sino concluir que, o los dioses son sádicos o ha de haber otras posibilidades que vamos en camino a reconocer.
Si somos nombradores de mil nombres y creadores de sentidos, si hemos de traer vida a la vida, si desde siempre el sentimiento religioso se ha concebido a sí mismo como un canal de los dioses o fuerzas universales intencionales, entonces no podemos estar reducidos al sufrimiento y la impotencia porque es poco y nada lo que podemos hacer por el otro. No tiene sentido crear, concebir, diseñar seres solidarios que sean impotentes o sumamente limitados para expresar esa solidaridad, porque eso sería condenarlos a la frustración, sinsentido, sufrimiento mental, moral.
El mismo hecho de que nos realimentemos de nuestras acciones y podamos aprender, corregir, perfeccionar, evidencia que somos seres, consciencias abiertas al mundo y por tanto inevitablemente solidarios, conmovidos por el acontecer de nuestro entorno e inseparables de él. Hemos inventado muchos trucos mentales para intentar aislarnos, aletargarnos, anestesiarnos, dormirnos, negar a  nuestro entorno, es decir para protegernos, prevenir y evitar al dolor y sufrimiento, pero no han sido viables, solo nos hemos sumergido en esa negación y sueño de la consciencia.
Si existe un determinismo, karma o condena para la humanidad, es la de ser solidarios. No pretendo cantar otra vez la conocida canción de que los niños nacen puros y solidarios, o que la pureza de las razas indígenas fue contaminada, corrompida por los vicios de la civilización, de los conquistadores. Prefiero decir que la solidaridad busca sus caminos de expresión a través de la consciencia humana. Y no necesito ninguna explicación para justificar lo que digo, me basta sentir mi pecho y la humedad de mis ojos ante la alegría o pena propia o ajena.
Ha de ser pues que no ha resultado fácil, sencillo desbrozar esos caminos entre tantos maravillosos y fascinantes  estímulos perceptuales que nos distraen y embelesan. Nos hemos perdido una y otra vez en el bosque de tanta inagotable maravilla. No es fácil construir un camino, un proyecto personal equilibrado con la solidaridad. Es difícil estar deseando tener, poseer algo, y abandonarlo para acudir al llamado de la necesidad ajena, o dar lo que tanto anhelaste porque el otro lo necesita más que tú.
No es sencillo creer que tras un objeto, tras la sombra de un amor se esconde la felicidad anhelada y tener que desprenderse de ello, desengañarse, desilusionarse. Pareciera que deseo y desprendimiento son direcciones diferentes y opuestas de la energía, son contrafuerzas como el temor y la fe, como la generosidad y el egoísmo. Recuerdo ahora los iniciales sacrificios a los dioses, el diezmo de los mejores animales y frutos del trabajo se ofrendaban. Así como algunas religiones que enseñaron a orar con la cabeza gacha, hasta que la humildad y el respeto por la vida surgieran naturalmente.
Del mismo modo se dedicaba un día a Dios, en el Sabbat estaba prohibida toda acción habitual. Era un día especial. Creo que es una práctica o una géstica corporal y mental, no verbal, que implica a todo el ser.  Es lo mismo que señalar sin palabras, vivencialmente la dirección de la solidaridad. “Haz todo con la intención de regalarlo, de compartirlo, desde el desprendimiento interno, desde la generosidad, desde el más elevado sentimiento e intención.” Jesús lo sintetizó en ama a tu hermano, ama a tu prójimo, reconcíliate con el antes de orar, perdónalo setenta veces siete.
Si te pide la capa dale también la espada, si quiere que lo acompañes un kilómetro acompáñalo dos. Silo lo expresa al derecho y al revés, “no le hagas a los demás lo que no desees que te hagan, trata como deseas ser tratado”. Pero también dice “ama lo que haces o construyes, humaniza la tierra”. Otras enseñanzas dicen que en la cumbre o clímax de nuestra realización, podremos dar a la humanidad lo que tanto deseamos darle: “felicidad”. Hacia allá, en esa dirección mental y anímica señala el dar los mejores granos de tu cosecha, los mejores animales de tu rebaño.
¿O no es ese el trabajo al que dedicamos todas nuestras energías? Pero no parece tratarse solo de dar el diezmo de tus afanes y desvelos cotidianos, sino de hacer todo desde esa dirección mental de generosidad, de desprendimiento, de desapego o libertad interna. ¿No dice acaso el principio que cuando haces todo como un fin en sí mismo te liberas? ¿Y cuál es el acto que culmina en sí mismo sino el de la generosidad? ¿Acaso el universo que nos acoge no es pura generosidad? ¿O es que podemos comprar vida en el supermercado, hemos pagado algo por  por el sol y la lluvia, por el amanecer o puesta de sol que nos conmueve, por el vuelo del ave que aletea en nuestra  alma?
Pues simple y sencillamente esa esa es la dirección y el sentido obvio y universal de la vida, la generosidad, la solidaridad, el darse,  el multiplicarse y dar abundante vida en cada semilla. ¿Cómo de otro modo y con qué finalidad podrían manifestarse mundos y criaturas? Pues esa es la finalidad simple y evidente de la vida, manifestarse, darse, multiplicar sin fin la vida, generar seres capaces de sintonizarse con, de servir y reproducir esa intención de concebir, crear y sostener, dar a luz  mundos de su propio ser.
Claro que para que el agua de la vida no se desboque, para que la vid-a no se vaya en vicio hay que podarla e injertarla, hay que ponerle obstáculos a superar, represas que resistan su tendencia a fluir hacia los océanos. De ese modo reconcentrándose, reflexionando sobre sí misma para superar las limitaciones, las polaridades opuestas, es como se genera o gesta consciencia de sí. El dolor y el sufrimiento mental son las señales, los indicadores  del camino que hacen que gire sobre sí misma, hasta que reconozca e imprima ya conscientemente su dirección de vida, hasta que no sean necesarias esas señales de curvas en el camino para evitar accidentes innecesarios.
Cuenta la Biblia que Jesús le dice a Nicodemo que había de volver a nacer, había de pasar por el doble bautismo de agua y de fuego. Lo mismo nos enseña la naturaleza sin palabras. Peregrinando en el tiempo generación tras generación hemos ido aprendiendo al caminar que se hace camino al andar. No se puede dar forma al barro sin humedecerlo. Pero el barro se desmorona, en el barro se hunden los pies cual arenas movedizas. Le hace falta la chispa y el aliento para cocerlo en el horno hasta el punto de cerámica.
Se nos han dado muchas explicaciones, de los posibles cómos y por qué los seres humanos comenzaron a modelar utensilios de barro, pero nadie nos ha explicado todavía por que las vacas o los monos no hacen cerámica. Bromas aparte, explicar las circunstancias que podrían hacer surgir una necesidad como la de dar forma al barro, para disponer de recipientes o representar figuras naturales o divinas, no es lo mismo que explicar una capacidad, un don, algo que se manifiesta inesperadamente desde tu interioridad sorprendiéndote.
En el barro de la vida está inmerso el secreto, la información de la cerámica. Pero sin la inspiración de la consciencia humana no se lo puede develar, no puede venir a ser en el mundo de las formas.