Por Darío Menor Torres para WebIslam

Según afirma Roberto Plá, traductor y comentarista del “Tratado de la Unidad” de Ibn Arabi en la edición de Sirio (2002), este libro es un testimonio particularmente significativo del pensamiento sufí. Su autor, el murciano Muhiyuddin Ibn El-Arabi (1164-1240) utiliza un hadiz o dicho célebre del Profeta Muhámmad como hilo conductor de su obra: “Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor”.

Tras invocar en nombre de Alá, al que implora su ayuda, Ibn Arabi comienza el “Tratado de la Unidad” explicando que sólo existe la Unidad. Señala que Él es el primero y el último, su Singularidad hace que no haya un después y, por consiguiente, lo convierte en el único Siguiente. De esta forma, la Unicidad y Singularidad de Él describen la eternidad y soledad absolutas propias de la Unidad. Dicha Unidad representa la culminación del proceso espiritual de los sufíes, el momento en que se llega al Conocimiento, también llamado Gnosis, donde se tiene conciencia de que el sí-mismo es Él.

Respecto a lo anterior y posterior, en Él no hay ni antes ni después. Es el Único que no tiene necesidad de la Unidad, ya que, como sostiene Ibn Arabi, es lo singular pero sin necesidad de la Singularidad. En cuanto a la denominación, Él es el nombre y lo denomidado. Dentro de la Realidad Última que es la Unidad, tanto el objeto como el sujeto son la misma cosa. Igualmente, el sí-mismo y Él no son sino dos cosas similares. Una vez claros estos conceptos, se entiende la inconmensurabilidad de Él, que le hace ser el Primero, sin que haya nada antes, y el Último, sin que exista la posterioridad.

Para luchar contra los errados que consideran posible la encarnación de la divinidad, el autor señala que Él no está en ninguna cosa y que ninguna cosa está en él. Para llegar a conocerle no nos servirán las herramientas en que el hombre suele confiar: ciencia, inteligencia, sagacidad o las habilidades de los sentidos. Para comprenderle, sólo lo podremos hacer por medio de la intuición. Será la “Luz de lo Real”, como dijo Ghazali, lo que permitirá a nuestras almas alcanzar la Unidad. De esta forma, el conocimiento de Él es, en cierta manera, un privilegio exclusivo de Él.

Como narra el autor en un poema, “Él se ve y se conoce a sí mismo”, utiliza un velo que es su propia existencia de tal manera que resulta inexplicable para el hombre. Igualmente imposible es la comprensión de la Unidad desde la dualidad. Debido a que la Unidad está fuera de los límites de la mente, a ésta última le resulta imposible alcanzar a la primera. Sólo en el momento en que la mente cesa, aparece la Unidad. Esta misma idea quede probablemente mejor comprendida al añadir que no se puede comprender la Unidad pensando, ya que eso no es más que el dualismo. Sólo sin pensar, gracias a la intuición, a la “Luz de lo Real” que se ha señalado antes, se puede llegar a concer a Él.
Como consecuencia de esta idea de dualidad, se comprenderá que nadie lo haya visto jamás, ya que si puedise verlo esto supondría la dualidad. Ningún profeta ni santo se le acerca. Su existencia, recogida en los textos de la profecía, no puede dejar de existir, ya que nunca vino a la existencia. En este contexto se entiende la sentencia del Profeta: “Quén se conoce a sí mismo, conoce a su Señor”, la cual da sentido a todo el texto de Ibn Arabi. Una de las primeras reflexiones derivadas de esta cita es que al alcanzar a reconocer en la existecia propia esta cualidad de la nada, entonces se es capaz de conocer a Alá.

Para llegar a esta reflexión, es necesario un reconocimiento de lo que no es. Hay que realizar una búsqueda larga y prolongada, la cual constituye en realidad la única vía hacia el conocimiento verdadero. En ella hay que renunciar a lo superfluo, despojarnos de los atributos hasta ser capaz de llegar al sí-mismo puro y desnudo a la vez. Entonces, reconoceremos en la existencia propia la cualidad de la nada. En este momento, en el que nos conocemos a nosotros mismos, podemos concebir nuestra no existencia y, por tanto, no podremos extinguirnos jamás. En ese preciso instante, conoceremos a Alá.

Según señala Roberto Pla, comentarista del libro de Ibn Arabi, esta extinción o apagamiento interior (“fanâ”), constituye uno de los principios básicos del sufismo, ya que gracias a la extinción de la existencia se es capaz de llegar al Conocimiento Supremo o Gnosis. No obstante, Ibn Arabi supera esta afirmación diciendo que la extinción no es posible, ya que no se puede extinguir lo que no existe. Según sostiene, quien piensa desde una postura dualista considera imprescindible la extinción de su existencia. Pero, si esta existencia no existe realmente, no hay porqué hablar de la extinción de la misma. De esta forma, queda claro que el mismo propósito de la extinción es en sí mismo dualidad. Si embargo, en el momento en que alguien es capaz de concebir que no existe, ahí aparece la Gnosis, la Unidad.

Ibn Arabi va incluso más allá en sus palabras y califica de idólatra la atribución de la Gnosis a la extinción y a la extinción de la extinción. En este punto de la narración, el comentarista incluye una interesante explicación de las distintas etapas por las que pasa un discípulo sufista buscando extinguir su existencia. En la primera de ellas (“salik”), el viajero avanza por su espiritual sendero, donde practica el arrepentimiento. Durante este proceso, se presiente la existencia de una realidad superior. Este presentimiento, según los sufíes, aparece más gracias a una acción divina que a la ejecución de la voluntad.

Es la intuición, la “Luz de lo Real”, como se ha señalado antes, la que nos ilumina, logrando una objetivación de todos los estados de la mente. De esta forma, se entra en la segunda etapa (“macanat”). En ella, los movimientos de la mente, que han quedado antes objetivados, dejan al descubierto su condición de meros atributos temporales. En este momento, el pensamiento, que pasa a comportarse de manera pura y plenamente inocente, da paso a la contemplación de la nada. Ahí es cuando se llega a la “baqa”, el “morar en Dios”, que se convierte en un motivo de amor que nos guiará a la siguiente etapa, llamada la “extinción de la extinción” (“fanâ el-fanâ’i”). En este tercer estadio, la mente se ha percatado de la no existencia del sí-mismo. La culminación de este proceso nos deja en la Unidad.

La existencia del individuo sigue preocupando más adelante al autor, que advierte: “Tú no existes ahora y tampoco existías antes de la creación del mundo”. La única existencia es la de Alá; una eternidad sin comienzo ni fin. Triple llega a ser la eternidad de Él: eternidad sin comienzo, eternidad sin fin y preexistencia.

Igual de inconmensurable es la independencia de Alá. Según sostiene Ibn Arabi, aquel que pretenda que una cosa pueda existir con Él, está lejos de tener la menor percepción de sí mismo. Esto es así porque el que pretenda que algo distinto de Alá pueda existir, desaparecer o extinguirse, se interna en los caminos que conducen a la idolatría. Él no tiene pareja. Si la tuviera, debería ser igual que Él, no una consecuencia, una criatura creada por Él. Y es que cualquier pensamiento que considere que hay algo independiente de Alá se ve sumido en un círculo vicioso que lleva, sin remedio, a la idolatría.

A la hora de conseguir un método para conocer el sí-mismo, es decir, conocer a Alá, el autor ofrece esta respuesta: “Alá es y la nada con Él. Él es ahora tal como era”. En cualquier caso, queda diferenciado el alma y los elementos psíquicos de ésta, los cuales no son el alma. En la segunda etapa del camino del sufismo, de la que ya se ha hablado antes, el aspirante debe aprender a conocer ese sí-mismo tal como es. Al eliminar todo lo que no es Él, todas las cosas se mostrarán “tal como son”. Entonces, Alá permite ver el sí-mismo del hombre, el cual no tiene ninguna existencia. Este complejo concepto puede quedar resumido en la sentencia: “Alá es y la nada con Él”, que da por sentado que es necesario disociar los elementos psíquicos y pensamientos, no realizar ningún movimiento en el interior de la mente, para llegar al sí-mismo. Veremos a Alá si somos capaces de ver las cosas en su esencia, desnudas de existencia y carentes de tiempo y atributos.

El término “las cosas”, antes incluido, puede aplicarse tanto al alma como a cualquier otra cosa. Cuando somos capaces de ver estas cosas en su esencia, entonces sabremos cuál es el final de nosotros mismo: que no somos distintos de Alá. De esta forma, los atributos de Él son los nuestros. Nuestro interior, nuestro exterior, nuestro comienzo y fin es el Suyo. No obstante, esta identificación se hace sin convertirnos en Él y sin que Él se convierta en nosotros. Esta idea queda mejor comprendida al considerar que, si mi no existencia es la no existencia de Él, mis atributos son también los Suyos. A este concepto se llega mediante las tres fases antes descritas: primera, una separación del sí-mismo de sus atributos; segunda, un reconocimiento del sí-mismo como no existente; tercera y última, la identificación del sí-mismo con Él. A este proceso Ibn Arabi añade un eslabón perdido. Afirma que si la “cosa tal como es” resulta idéntica al Señor, tampoco puede ser distinta del Señor la “cosa como no es”, esto es, sin atributos. Así, se entiende que los atributos, aunque no existentes, son también Él. Al comprender esto, se entiende la Realidad, que surge única.

Lo único permanente es la Faz del Señor: no existe nada distinto de Él, ello no tendría existencia. Para llegar a conocerla, no es necesario acabar con la existencia propia, ya que de esta manera te estás envolviendo en tu propia extinción, convirtiéndote en el velo de Alá. Este velo es algo distinto de Alá, lo que presupone que puede vencerle y constituye tanto un error como una mentira ya que establace la dualidad. El que ha sido capaz de alcanzar la Realidad, y observa que la Unicidad y la Singularidad son los únicos velos de Alá, es consciente de que su alma no existe del todo, ya que al apagarse no queda alma ni existencia salvo la del Señor.

Dicha Unicidad queda aclarada al considerar que Él no tiene ningún compañero, semejante o equivalente: es demasiado elevado para ello. Así, quien busca la Realidad debe primero discriminar lo que “no es la Realidad”. Cuando hayamos comprendido y lleguemos al final del sendero, entenderemos que lo no real es, también, la Realidad. Esto es porque tanto en el mundo visible como en el invisible no hay más que Él. Alá no es sólo un creador, lo es todo. Él es el nombre y lo que se nombra, el Creador Sublime y de todos los días. Se encuentra más allá de cualquier condición inteligible, afirma Ibn Arabi, quien considera que hay un estado supramental, fuera de la mente, donde existe una verdadera creación.

Para reforzar la idea de Unidad, el autor sostiene que ya que su existencia es fatal, igualmente fatal es la no existencia de algo distinto de Él, pues la existencia de él significa que no existe una bi-existencia que sería su semejante. La tesis que prevalece en esta difícil sentencia es que: lo distinto de Él, en realidad, no lo es, ya que lo único distinto de Él es Él; y que el Sí mismo es idéntico a Él.

Otra sentencia utilizada por el autor para explicar su tesis es: “Morid antes de morir”, es decir, “conoceos a vosotros mismos antes de morir”. En dicha frase prevalece la idea de que sólo tras esta muerte puede hallarse la Vida. Esto significa que hay que desprenderse de los atributos, para ello hay dos formas: la muerte real y la muerte figurada. Sólo cuando la mente ve los atributos como atributos y no como parte de sí misma, estos atributos dejan de ser interesantes. Cada atributo descubierto es un atributo que muere y, por lo tanto, una parte de nosotros mismo, aunque sea en sentido figurado, también muere. De esta forma, el que aniquila su alama y llega a conocerse, ve que toda su existencia es, en realidad, Su existencia. Sabe que no es necesario que sus atributos se conviertan en los Suyos, porque ha comprendido que su propia naturaleza íntima no es él mismo.

Al ser consciente de nuestro verdadero “propium”, se sabe que no somos distintos de Alá. Mientras tengas una existencia independiente, serás un Señor Dios distinto de Él, advierte Ibn Arabi. Para alcanzar la Unidad, todos los seres deben dejar de ser una existencia independiente, han de comprender que no se es una existencia independiente. Al llegar a conocer el “propium” se obtiene la certidumbre absoluta de que la existencia no es una realidad ni una “nadidad”, sino que no se es, no se fue ni se será. El “propium”, el sí-mismo, se sitúa fuera del campo de la mente, a la cual no le corresponde mirar al sí-mismo, sino a la inversa. Por este motivo, el hombre sólo encuentra vacío cuando mira en su interior. De esta forma, se entiende de manera completa la primera parte de la shahada: “No hay Dios si éste no es el Dios”.

El orden de la creación respecto a Él puede crear un problema que Ibn Arabí resuelve con habilidad. Él no cesa de ser Creador ni cesa de ser creado. Estos títulos no están condicionados por la existencia de una cosa creada, ya que, antes de la creación, Él poseía todos sus atributos. Esto se debe a que Él es el Creador y lo creado, por lo que en la Unidad es Señor de sí mismo. Esta Unidad, como se pude suponer, no es mutable ni en el espacio ni en el tiempo. Tampoco muestra diferencias entre la creación y la preexistencia. Es atemporal, antes de la propia existencia la Unidad permanece idéntica a sí misma.

Al ser capaces de ver nuestro “propium” somos capaces de concer a Él realmente. Debemos tratar de conocer nuestro “propium”, reconocer que en el fondo tú no eres tú, pero tú no lo sabes. Y es que, como se ha señalado antes, “Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor”. Para llegar a este punto, hay que tener claro el mecanismo del conocimiento. Dicho conocimiento de sí mismo es la Gnosis, es ser igual a sí mismo. Hay que superar la idea equivocada que se tiene de sí mismo en la mente y llegar a una idea de sí mismo real, que no caiga en el dualismo.

Una vez se ha llegado a este punto, se es consciente de que los movimientos de la menta dejan de tener interés y se pasa a un estado de cesación, de ausencia de idea de la existencia propia e individual. Este estado nos lleva a una observación de la Unidad donde no existe un yo o un tú, donde nada es distinto de Él. Donde se toma conciencia de que nuestra existencia no es en realidad nuestra existencia ni nuestra no existencia, donde asumimos que la existencia y la “nadidad” constituyen Su Existencia absoluta. Nuestro ser o nuestra nada están compuestos por Su Existencia. De esto nos damos cuenta cuando vemos que las cosas no son distintas de nuestra existencia o de la Suya, en el momento en que conocemos nuestra alma, nuestro “propium”. Así, la Gnosis no es un conocimiento del intelecto, sino el resultado de la realización interior y exterior.

Al tratar de entender cómo se opera la Unión, la respuesta es que, en realidad, no existe unión ni separación, igual que no hay alejamiento ni aproximación. Pese a que la idea de Unión comporta la existencia de dos cosas, Alá está exento de toda semejanza. Por tanto, hay unión sin que aparezca la unificación. Una duda similar surge al considerar cómo existe fusión sin fusión. Ibn Arabi responde explicando que el conocimiento de nuestro “propium” nos abre los ojos al hacer que nos demos cuenta de que nosotros somos Él. Al llegar a Alá, tomamos conciencia de que somos Alá.

El que conoce y lo que es conocido son idénticos. Conocer y ser conocido es lo mismo. La explicación, como no podía ser de otra manera, viene de la frase que da sentido a la obra: “Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor”. No hay unión ni fusión: el que sabe es Él, y el que es sabido también es Él. Al comprender esto de manera global, se evita una de las mayores idolatrías. Y es que la creencia de que existe algo distinto de Él y que aquello puede llegar a apagarse o encenderse, constituye idolatría.

Como se ha señalado antes, para llegar al conocimiento, a la paz, hay que dejar de razonar y comprender que sólo por la Luz de la intuición llegaremos a nuestra meta. Dios ha proyectado en el corazón del hombre un rayo de su propia Luz divina, la cual seremos capaces de ver gracias a la purificación, y que nos guiará hacia el conocimiento absoluto. Esta intuición, señala Ibn Arabi, reside en el corazón, un corazón metafórico que nos lleva al discernimiento, al conocimiento superior de la Gnosis. El corazón es, en definitiva, el puente hacia Dios, el órgano donde reside el sentido espiritual.

El hecho de que algo que es distinto de Alá puede llegar a conocerle presenta una cuestión compleja de la que se hace cargo el autor. Ibn Arabi considera que la existencia de un hombre no es la suya, ni la del otro, sino la de Alá. Como se ha señalado antes, no hay nada distinto de la Unidad. Tampoco existe nada por sí mismo, ya que ello supondría creer que se ha creado a sí mismo, que no debe su poder a Alá, y esto, como no podría ser de otra manera, constituye un absurdo. Para comprender mejor estos conceptos, no hay que olvidar que la existencia que conocemos es limitada, es sólo una parcela de la Existencia absoluta. No obstante, es importante observar que el conocimiento que posee el que conoce su “propium” es el conocimiento que Alá posee de Su “propium”, porque Su “propium” no es distinto de Él. Esto se debe a que el fundamento de la existencia es que el Dios interior y el Dios exterior son uno mismo.

Cuando el hombre se ve a sí mismo distinto de Alá está cometiendo un error, originado por la idea previa errónea que se tiene de Dios y del sí-mismo.

En la última parte del “Tratado de la Unidad”, Ibn Arabi recuerda que la existencia de todas las cosas es, al mismo tiempo, Su existencia. También da claves para el camino sufí, aclarando que “el que ve” y “el que es visto” son todos lo mismo. Asímismo, el autor recuerda que no dedica sus palabras a los que no tienen intención ni finalidad alguna, le basta con recordar que el que ha llegado al grado espiritual que es necesario para comprender sabe muy bien que nada existe fuera de Alá. No obstante, Alá se muestra inalcanzable: las palabras, las miradas no pueden alcanzarle. El único que le alcanza es Él, el único en comprender su “naturaleza íntima”. Realiza el autor en su resumen una interesante división entre los hombres, entre los que buscan conocimiento y entre los que ni siquiera sospechan que tal conocimiento existe. A ambos, Ibn Arabi les recuerda que nada existe fuera de Alá y que no ven más que Alá en todo cuanto ven. Para el que ha llegado a ese conocimiento, pero aún no lo sabe, es suficiente una ligera indicación, la intuición, para que su Luz pueda llegar a encontrar el verdadero camino.

Darío Menor Torres es Experto Profesional por la UNED en “Cultura, Civilización y Religión Islámicas”

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