Por Juan Solá

Yo no voy a la Marcha del Orgullo. ¿Orgullo de qué? ¿De marchar con travestis semidesnudas y tipos sin remera? ¿De marchar con drags entangadxs? ¿De marchar con machonas con camisa? ¿De caminar al lado de minas en tetas? ¿De rodearme de maricones vestidos de cuero? ¿De andar mostrando la cara en la tele y que me vean todos mis familiares como si esos y yo fuéramos la misma cosa?

Yo no voy a la marcha, que los maten. ¿Quién necesita un país más diverso? ¿Quién necesita entender la construcción sexual y emocional del otro? Si fueran todos de traje y corbata capaz me sumo, porque eso es más decente. Tener pinta de oficinista es más decente.

Tapar es más decente, porque salir a poner el cuerpo exigiendo que te respeten es una estupidez. Porque salir a gritarle a la sociedad que vos y tus emociones y tu sexo y tu autopercepción también son parte de la cultura de nuestra Nación me parece ridículo.

Que los maten, que sean víctimas del acoso escolar, que los empujen a la prostitución, que los conduzcan al suicidio, que no les den trabajo. Eso es más decente. Mi traje y mi corbata son más decentes, porque es muy importante que la abuela piense que no soy igual que ellos, que piense que soy algo que no soy sólo para no darle un disgusto. Es más importante que la abuela no sepa, porque la ignorancia es más barata que la libertad.

Porque los derechos conquistados también son para mí pero yo no pongo el cuerpo porque quedarme a ver por Crónica cómo las trans son entrevistadas en tono sarcástico es más decente. Porque mi sillón es más cómodo que defender mis derechos y los derechos de todos esos tipos semidesnudos que, no sé por qué, no entiendo por qué, ríen y se abrazan y se felicitan y se prometen defenderse y confían en que un cambio cultural es posible.

Yo me dejo la corbata puesta. Lo bueno de las corbatas es que si atás la otra punta a una rama no hace falta que nadie te ayude a morirte.

Juan Solá es escritor y editor de Árbol Gordo Editores