La consternación es enorme, cuando las imágenes de la muerte se reproducen y se multiplican, uno siente un ahogo insoportable. Mal acostumbrados, como estamos, por la violencia ficcional, nuestros reflejos de repudio y horror están aturdidos y nos parece lógico que nuestros televisores chorreen sangre.

Convengamos que hay suficientes masacres cada día como para que los noticieros pudieran programar especiales sobre la muerte en uno u otro lugar. Esto abre un debate en sí mismo sobre el rol de los medios de comunicación y de las agencias de noticias en particular.

Yo estoy muy orgulloso de trabajar en una Agencia que maneja su propia agenda, que sostiene su propia línea editorial e intenta no ser influenciable por el estruendo de los medios masivos de información o desinformación, o como quieran llamarlos. Lo cierto es que hay momentos en los cuales nuestros temas fundamentales se cuelan y descubrimos como nuestra influencia, nuestra tenacidad se puede ver de manera más o menos palpable. También es cierto que en otros momentos nosotros mismos somos desbordados por las olas producidas desde esos medios y no nos queda otra alternativa honesta que brindar un punto de vista que permita complementar o llamar a la reflexión sobre estos acontecimientos.

Desde la aparición de la televisión, su pantalla se ha convertido en otro campo de batalla, como también supieron serlo las ondas radiofónicas o las tapas de los diarios. Esto llevó a la sofisticación de estrategias de combate que cuentan con la información y la contrainformación como herramientas para desalentar al enemigo, para provocar reacciones desesperadas, para minar la moral y generar desasosiego. Pero también para adoctrinar, para manipular, para generar conciencia y sentido común.

En los campos de batalla a los periodistas, y fundamentalmente, a aquellos de las grandes agencias de noticias globales se los considera espías o, al menos, voceros de alguno de los bandos en disputa. Más allá de que esto sea así 100 % o no, su mirada sobre el conflicto sufre el lógico sesgo subjetivo y ni hablar de cómo es transmitido ese sesgo en un medio masivo de comunicación, donde priman intereses geopolíticos, económicos y de domesticación social, por encima de los de informar.

Es una batalla perdida negar este estado de situación. Por el contrario, creo que es función de todo comunicador honesto dejar claro que este instrumento de comunicación fomenta, alienta y genera estereotipos, impresiones, conclusiones, sentidos y sensaciones de cada hecho. Esa batalla cultural es la que está dando Pressenza, con aciertos y con errores, respondiendo de manera diferida o histérica, argumentando con razones o puros sentimientos. Pero ahí vamos, tratando de instalar una manera de comunicar, de expresar, de informar que rompa con las formas establecidas e impuestas que hacen de la información un arma de destrucción masiva.

Dicho esto, solo resta sentirse hermanado con todos los pueblos que sufren estas devastaciones, algunos incluso a diario y desde hace meses, años e incluso décadas. No copiemos el cinismo de aquellos que digitan sobre qué cuerpos debemos derramar lágrimas y sobre cuales debemos derramar odio o indiferencia. No compremos el discurso que muestra a una facción como más loca que las demás por hacer exactamente lo mismo que las otras.

No existirá la paz mientras no eliminemos la concepción violenta de la especie humana, mientras haya arsenales para destruirnos, territorios ocupados, opresores y oprimidos, poseedores y desposeídos. No existirá la paz mientras no prevalezca una mirada noviolenta, que no acreciente diferencias y etiquetas, que no discrimine, juzgue o satanice, que no alimente el entendimiento y la comunicación entre las personas.

Deseo que estas imágenes del horror sirvan para tomar conciencia, que así como las imágenes de los refugiados que llegaban a Europa despertaron la solidaridad de miles y miles de europeos que abrieron las puertas de sus casas y sus propios corazones, esta escalada de violencia infinita despierte la exigencia planetaria de poner fin a todas las guerras, a todos los atropellos y a todas las violencias. Sabiendo, de antemano, que el pedido no será respondido por quienes detentan el poder en sus distintas formas, sino que es un pedido que espera ir regando una semilla que debemos aspirar a que se siembre en la mayor cantidad de corazones posibles.