Ya estaba harto. Decidí sacar todos los problemas de mi cabeza. Cuando terminé no pude contener una sonrisa. Me sentía mucho más liviano. Pero ahora, sin todos esos asuntos tapándome la vista, noté el desorden que imperaba en mi interior.

– Es hora de limpiar un poco- me dije. Puse algo de música y empecé a trabajar.

Guardé mi infancia en una caja adornada con dibujos, y la puse en el centro. Adelante puse mi adolescencia, en un frasco transparente para poder encontrar rápido cualquier recuerdo de mis mejores años.

La caja más grande contenía a Claudia, mi ex-mujer, y a los chicos. Traté de ponerlos en cajas distintas, pero me dio miedo de que se rompieran al separarlos así que lo dejé así.

En los cajones puse a mis amigos, algunos conocidos y vecinos, los pibes de futbol, los compañeros de trabajo y los de la facultad. Cuando terminé de guardarlos me di cuenta de que no quedaba lugar para los del colegio.

Decidí tirarlos. Total ya casi ni los veía. Fue más fácil de lo que pensaba, y bastante liberador. Me entusiasmé, y empecé a tirar otras cosas inútiles. De esa forma desaparecieron direcciones, nombres, caras, anécdotas y creo que, sin querer, perdí algunos libros y conversaciones. Guardé, eso sí, las películas, las series, y las formaciones de San Lorenzo del 84 en adelante.

No supe qué hacer con las cosas de la universidad. Algunas estaban desactualizadas, y a otras nunca las había usado en el trabajo. Pero me daba miedo tirarlas. Lo mismo me paso con las creencias religiosas, aunque no había ido a la iglesia desde que era chico.

Traté, eso sí, de sacar el tabaco. Pero estaba en una caja metálica pesadísima que ni siquiera pude mover.

Estaba feliz ordenando, clasificando, y tirando pensamientos y recuerdos, cuando la vi pasar. La Cosa Peluda, la que solía creer que era parte de mi imaginación. Pero no, ahí estaba, correteando en mi cabeza, alimentándose de mi memoria como una rata del cartón viejo, cambiando todo de lugar, y probablemente hasta dejando mugre y heces.

Me daba mucho asco, pero no tenía nada con que sacarla. Iba a dejarla hasta que se me ocurriera una solución mejor, pero se me cruzó por la cabeza que si no actuaba rápido, La Cosa podía tener prole. La sola imagen de un ejército de Cosas me motivó a lazarme tras la escurridiza criatura.

La encontré muy rápido, porque dejaba un rastro de desorden fácil de seguir. La tomé con ambas manos, asegurándome de que no pudiera morderme. Al instante que la agarré, La Cosa empezó a sacudirse con más fuerza que la que aparentaba. Además, estaba creciendo y poniéndose más y más pesada a cada momento.

Empezamos a luchar. Se sacudía para todos lados, intentando esconderse en las partes más oscuras e inaccesibles de mi cabeza. Su fuerza me obligó a meterme casi de cuerpo entero, para poder hacer presión con las piernas. Tiré hasta que caímos para atrás. Una vez afuera y a la luz, se hizo pequeña hasta desaparecer.

Las cajas se habían roto en el combate, y su contenido desparramado y mezclado. Pero me di cuenta de que no era tan grave. Ahora puedo reordenarlo todo de una forma más libre, y encontrar nuevos sentidos.