Par Guillermo F. Parodi (*) 

Todo ser humano vive en una serena desesperación (Henry Toreau Walden)

Cuando Arnold Toynbee acuñó el término el espejismo de la inmortalidad, lo hizo para caracterizar un fenómeno que compartían las culturas en su apogeo, cuando pensaban que ya todo permanecería igual y que igual sería para siempre. Y así pensaban justamente en el momento en el que la decadencia comenzaba y no lo percibían.

Esa figura es muy fuerte y como metáfora la podemos usar para explicar la locura de muchos seres humanos en el mundo actual. Los que más trabajan son los que menos necesitan, y no lo hacen por masoquismo, lo hacen con gozo, otros ni siquiera trabajan roban y acumulan, y también lo hacen gozando, pues a todos ellos su poder y dinero los hace sentir dioses. Y al sentirse dioses se sienten inmortales y con ello eliminan una de las mayores angustias cósmicas, el miedo a la muerte.

Un gran poder implica también la posibilidad de acumular una gran riqueza, aunque tener una gran riqueza implica poder, pero a veces acotado.

Si los efectos fueran solo esos no habría por qué alarmarse, pero esa pulsión provoca serios daños. Los que mucho tienen o son poderosos consiguen aumentar el poder y el dinero cada vez más fácilmente y con mayor rapidez, la consecuencia lógica es la polarización creciente. Cada vez unos pocos tienen más y más y la gran mayoría, en cantidad creciente, tiene cada vez menos. Como corolario lógico la violencia de los desesperados se hace creciente. Como los poderosos están protegidos las víctimas son generalmente otros desesperados, haciendo sus vidas cada vez más penosas. Otro efecto de la polarización es que al aumentar los pobres la demanda de la mayoría de los bienes cae (un rico no puede comer la carne de dos vacas por día) y genera primero deflación y más tarde depresión. Algo tampoco recomendable.

Los poderosos compiten y se apoderan de los bienes y el poder de los vencidos, arrasan con guerras inventadas y con la explotación de los débiles, sean personas o países. Muchos desesperados desatan violencias más acotadas, generalmente individuales, para sobrevivir.

Sin llegar a comportamientos ilegales, muchos seres corren para atrapar al viento, así tenemos seres omnipresentes en la lista de los más ricos de Forbes, allí están los Bill Gates, los George Soros y similares. Es claro, todos ellos tienen fundaciones filantrópicas, sería muy difícil para sus conciencias tirar con armas de grueso calibre sobre la multitud y no salir después con vendas y desinfectantes para atender a los heridos, aunque ignoren a los muertos.

Quizás Toynbee lo vio como un fenómeno de masas, pero en nuestro caso vemos que incluye también la patología individual.

Esa pulsión desesperada no solo genera acciones “legales” para conseguir sus propósitos, hace también que muchos seres se hagan corruptos para acceder a la “bienaventuranza”.  Lo llamativo es que muchos de ellos son inteligentes y con una esmerada educación. Es muy evidente la enfermedad en gente de prestigio, como miembros de la realeza, presidentes de países o parientes o allegados a ellos, autoridades de organismos internacionales, como la FIFA recientemente, aunque este último caso tenga otra motivación convergente [1], personajes que ocupan puestos importantes en empresas y en el Estado. Esos casos se hacen evidentes por los medios de comunicación, pero se los puede encontrar en niveles más bajos como jueces, policías, empleados públicos.

La pulsión nace también del instinto, en los animales también se ve la lucha por el poder, pero en el ser humano es más grave al no existir límites físicos para el poder ni para la riqueza . Sin cota superior los seres se lanzan a locas aventuras que arruinan al mundo y la polarización entre ricos y pobres crece día a día. ¿Para qué? ¿Por qué? Ya adelantamos la respuesta: ¡esa gente se está volviendo loca!

Si hay una certeza para el ser humano es la propia muerte, acumular riqueza o poder no cambia la ecuación. Esos sentimientos de inmortalidad ¡son espejismos! Todos moriremos. Es normal y es natural.

Vemos entonces que los que padecen el espejismo de la inmortalidad aceptan esas evidentes falacias para resolver el problema de su propia muerte. Sea como fuere todos debemos encarar el problema, pero escaparse con fantasías que sabemos falsas no resuelve el problema. Hay seres que creen en la aniquilación de la conciencia y piensan, un día ¡pum! y todo se acaba, su angustia cósmica desaparece con ellos. Para elegir el camino de la supervivencia de la conciencia hoy no hace falta ser dogmáticos. Tuvimos la suerte de que apareciesen investigadores como Raymond Moody, Elisabeth Kübler-Ross, por solo nombrar a los más conocidos, que estudiaron con rigor científico la vida después de la vida. Quien pueda estudiarlos tendrá otra alternativa para elegir con más datos, aunque su cuerpo, al menos, nunca será inmortal…

Notas

[1] Paul Craig Roberts, Washington politiza el fútbol, imponiendo su “ley”, http://www.tribunahispanausa.com/deportes/washington-politiza-el-futbol-imponiendo-su-ley/

(*) Guillermo F. Parodi es escritor, profesor universitario, miembro del Observatorio Internacional de la Deuda y de los colectivos Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala (www.tlaxcala.es), la red de traductores por la diversidad lingüística.

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