Pareciera que la pobreza es una enfermedad contagiosa que nadie quisiera contraer. Al menos así lo demuestran las cifras. Según datos del Banco Mundial, la esperanza de vida de los ricos es de 79 años en promedio, mientras que la de los pobres, de 60. Las diferencias de clase son notorias, más aún cuando los pobres sufren más enfermedades que los ricos, se mueren más rápido, la situación económica no les favorece y carecen en muchas ocasiones de los servicios públicos a los que cualquier ciudadano tiene derecho. Esta brecha social, entre aquellos que tienen más y aquellos que tienen menos, es el conjunto de creencias de quienes creen que ser pobre es una condición natural a la que se debe estar resignado y sumiso frente a las dinámicas propias de la historia.

Sin embargo, el acceso a servicios como la salud y la educación siguen estancados en niveles de desigualdad cada vez más altos. De acuerdo con un estudio realizado en Estados Unidos y publicado posteriormente, quienes pertenecen a hogares pobres pasan cerca del 20% de su vida padeciendo dolores a lo largo de su vida, comparado con el 8% de los hogares ricos. La calidad de atención en los hospitales, es una clara muestra de lo anterior: gran parte de la población de escasos recursos asisten a centros médicos con poco personal médico e insuficiente infraestructura en equipos para prestar un servicio de calidad. Por lo tanto, no es raro encontrar que farmacias ubicadas en los barrios pudientes tengan mayor número de drogas en cantidad y calidad a diferencia de una farmacia ubicada en un sector popular.

¿El nivel de educación de las clases altas está más avanzado en calidad y conocimiento en comparación con las clases bajas? ¿Por qué existen universidades de élite para aquellos que tienen mayor poder adquisitivo? ¿Está siendo la educación de calidad destinada únicamente a grupos selectos que tienen el privilegio de pagar costos muy altos?, el acceso a la educación no puede ser el negocio de unos pocos, en detrimento de la gran mayoría. No es equitativo que hoy día muchos jóvenes de escasos recursos tengan que dejar sus estudios para ingresar a un mercado laboral que se encarga de absorber su juventud en medio de fábricas, máquinas y empresas que no les garantizan un futuro acorde a sus expectativas a futuro. Tampoco es equitativo que las clases más pudientes tengan acceso a los mejores cargos y puestos que pueda ofrecer el Estado.

La disparidad entre pobres y ricos es ciertamente aterradora. En Colombia, en cierta ocasión, un funcionario del DANE (Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas) se encontraba en un barrio pobre de la capital colombiana, realizando una encuesta acerca de lo que desayunaban las familias de dicho sector. Las respuestas que recibió fueron muchas, pero hubo una que lo dejó sin palabras: una señora le comentó al funcionario que les daba únicamente chocolate a sus hijos en el desayuno, pero sin pan. Los hacía comer cartón, ya que no le alcanzaba el dinero para comprar un alimento para acompañar dicha bebida. Las palabras sobran.

Los discursos en contra de la pobreza, van y vienen. Son varias las cumbres a las que asisten los presidentes del mundo, en el que repiten una vez más, sus intentos fallidos de erradicar la pobreza de sus respectivos países. Así mismo, hay que tener en cuentas que erradicar este mal es tarea de todos, no únicamente del Estado.

Pobres hay muchos y lo seguirán siendo cada vez más. Ricos hay pocos y su riqueza sigue aumentando notoriamente. Discursos en contra de la pobreza también cada vez hay más, pero las acciones para abordar esta desigualdad parecen ser pocos en un mundo dominado por la ignominia del capital y el materialismo.