Hay diversas interpretaciones respecto de las Encuestas CEP y Adimark, en cuanto a que el 54% de la opinión pública considera que el gobierno de Michell Bachelet ha actuado con debilidad. Por otra parte, el hecho de que un 56% cree que ha actuado sin destreza y habilidad, reflejando estos índices una fuerte crítica a la conducción del gobierno.

Por supuesto hay diversas interpretaciones que a mi juicio resultan bastante tardías. Pareciera que la comprensión del proceso político en Chile siempre llega con un cierto retraso. Los analistas en general son muy buenos para interpretar resultados conocidos, pero muy poco proclives a proyectar las cosas a futuro, probablemente porque hay una cierta incapacidad para moverse más allá de los límites de los establecido.

Por ejemplo, se atribuyen los resultados a la “falta de definiciones de las propias propuestas del Gobierno, en cuanto a las reformas que ellos se plantearon”. No veo qué hay de sorprendente en esto, porque la indefinición está en la raíz de lo que ha sido la Concertación, ahora llamada Nueva Mayoría. Se trata de un fenómeno de arrastre. Aylwin ya había establecido la estructura formal con que se mueven, su histórica “justicia en la medida de lo posible” mostraba en su raíz el miedo a establecer una ruta clara y definida, en ese entonces en referencia a los derechos humanos. Recientemente la misma Sra. Bachelet, durante la última campaña electoral, establece una síntesis de indefinición con su célebre “paso”.

Se ha llevado al pragmatismo hasta el borde, creyendo que con esto podría dar respuestas fraccionadas, de tal modo de dejar contentos a moros y cristianos, a derecha e izquierda, que conviven entre cócteles y aceitunas, conformando una suerte de bar de la Guerra de las Galaxias, con la distinción de que tanto unos y otros se han embriagado en el sostenimiento de un poder que, por cierto, está muy lejos de las necesidades de la gente y demasiado cerca de los negocios y de la dependencia de la banca.

Si hay algo que ha caracterizado a los gobiernos de la Concertación y la Nueva Mayoría es justamente la aversión a los lineamientos ideológicos que conviven en ella. No se piensa, solo se trata de dar respuesta para que todos estén felices. Este gobierno y sus sostenedores debieran atender la adicción al Prozac político que vienen arrastrando hace años.

El neoliberalismo, una suerte de Titanic construido durante la dictadura, hace rato que chocó con ese iceberg que ha flotado desamparado en el mar, como lo ha sido hasta ahora nuestra democracia, y está haciendo agua por todos lados, sólo que no tienen suficientes botes salvavidas, porque creyeron ingenuamente que eran indestructibles. Cuando se habla entonces de la “división interna”, no se está hablando de otra cosa de quién se salva o quién se hunde en el mar gélido de la desconfianza ciudadana.

​​La otra atribución que hacen los analistas se refiere al mal manejo comunicacional respecto de las decisiones que se toman, esto parece un chiste repetido. No conozco ningún gobierno que no haya llorado su falta de lenguaje, que no es otra cosa que la incapacidad para entender a la ciudadanía en sus demandas. En los extremos, cuando la metida de pata se escapa a los márgenes normales, se recurre a que han sido “sacados de contexto”, cuando en realidad viven fuera de contexto permanentemente.

Entonces es difícil imaginar que el índice de aprobación sea cada vez más bajo, aún un poco alto en un 43%. Si las encuestas pudieran leer correctamente la percepción de la gente, en realidad el cuadro sería casi para llorar.

Por supuesto hay justificaciones, por ejemplo, respecto de la inflación en los productos básicos “que ha golpeado a la clase media”, probablemente porque a ella no se le puede responder con subsidios miserables como se hace con los sectores más desposeídos. Se habla también de “un gabinete débil” y reformas mal evaluadas. No queda claro por qué se habla de reformas, cuando en realidad se trata de intentos mediocres para mejorar en algo los abusos que sufre la clase trabajadora, pero dejando intactos los intereses cuyo hilos manejan los verdaderos sostenedores del poder económico y social en Chile. Basta mirar la reforma tributaria, que se cocinó literalmente con el presidente de la asociación de bancos.

Lo mismo ocurre con la reforma educacional que en su discurso pretendía mejorías en la calidad y un fortalecimiento de la educación pública y que en los hechos está resultando, como todo, en un paquete que no cambiará nada porque los recursos del Estado seguirán siendo transferidos, con distinta cosmética a los sostenedores, aunque hay que decir, un poco menos, porque en realidad se habían precipitado al porcino en meterse tales recursos a los bolsillos.

Ni que decir respecto de alguna reforma decente al sistema de pensiones, ahí están todos calladitos, no van a hacer absolutamente nada. Y cómo habrían de hacerlo si las AFPs está llenas de directores que fueron ministros de la Concertación. Podemos seguir con el agua, la minería, el medioambiente y otras cuantas en que no van a hacer absolutamente nada, porque están lucrando de todo a expensas de todos los chilenos.

La única manera de que se descompriman las cosas, no es modificar el rumbo, sino salirse definitivamente de un sistema que ya no da abasto para el cumplimiento de nada, porque el traslado de recursos ha sido tan formidable que ni con una “Gobiernatón” lograrán que el poder económico salve la situación descalabrada a la que hemos llegado.

Así que ¿qué sorpresa puede haber en que solo el 10% se identifica con la Alianza, el 22% con la NM y el 57% con ninguno de los dos? Es decir, ambas coaliciones con un nivel de representatividad humillante.

Ojalá en algún momento aprendamos que no estamos en épocas de salvadores mesiánicos, sino de la necesidad de llevar todo a la participación social, a la consulta, en definitiva a una Asamblea Constituyente para que se enteren de una vez por todas cómo queremos vivir los chilenos y entiendan que todo lo que está ocurriendo es simplemente una desconexión absoluta entre la gente y el mal llamado “poder político”.

Hay que aceptar que pasó el tiempo de los realities y ya nos tienen a todos más que aburridos, porque en definitiva no han hecho nada de nada para mejorar la situación de Chile desde el término de la dictadura, excepto “hacer todo en la medida de lo posible” y “pasar” cuando no tienen el pauteo que impone el poder económico.

 Joaquín Arduengo,

Vicepresidente del Partido Humanista