Por estos días en las redes sociales es noticia la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, en Guerrero, México. La probable muerte de estos jóvenes  a manos de la policía local pareciera haber llegado a instancias nunca antes vistas. Ahora todos quieren ser #Ayotzinapa. Todos opinan, todos debaten. El tema está de moda. Incluso, desde intelectuales, artistas y escritores que bajo el lema ¡Vivos se lo llevaron! ¡Vivos los queremos! salen a las calles a protestar por lo que ellos consideran es un acto que merece repudio y rechazo por parte de toda una sociedad que no puede estar callada y estática frente a estos hechos.

Así las cosas, ¿cuántas semanas permanecerá esta noticia en los medios de comunicación?, ¿en qué momento va a ser reemplazada por otra más escalofriante?, o mejor aún ¿será que perdurara en la memoria de los televidentes? lo más seguro es que dentro de un tiempo nuestra efervescencia y muestras de dolor por lo sucedido en México se conviertan  en un recuerdo que el tiempo se encargará de apagar, en volverlo algo efímero, tal vez pasajero.

Para no irnos tan lejos, en su libro sobre la Civilización del Espectáculo, de Mario Vargas Llosa, expresa que los espectadores no tienen memoria. Viven prendidos a la novedad, no importa cuál sea con tal de que sea nueva. Olvidan pronto y pasan sin pestañear de las escenas de muerte y destrucción de la guerra del Golfo Pérsico a las curvas, contorsiones y trémulos de Madonna y de Michael Jackson.

Cada nueva tragedia suprime la anterior. Cada sangre derramada en una catástrofe nos convierte en dolientes, nos hace parte del momento. Pareciera que los desastres que sacuden nuestra tierra, esos monstruos que parecieran brotar de la nada para recordarnos nuestra fragilidad más profunda, se transforman en un fenómeno casi que natural propio de nuestra enconada guerra con la que hemos convivido desde los tiempos inmemoriales de nuestra colonización.

Nos lleno de indignación el conflicto palestino-israelí en su momento. Surgieron palabras de rechazo a la incursión armada contra el pueblo israelí. Más de 1000 palestinos y 63 israelíes muertos, sin contar con los niños que perecieron durante los enfrentamientos. El mundo se movilizó. Las calles se llenaron de pancartas y las voces de protesta no se hicieron esperar. Bajo el lema El mundo entero pide #PazParaPalestina la noticia se hizo viral por medio de imágenes, blogs y fotografías que ilustraban la desazón producto de esta guerra. Los ánimos se caldearon. Todos querían ser #Palestina.

Poco tiempo después y casi que al mismo tiempo, la atención se centro en un avión de pasajeros de la compañía Malaysia Airlines que con 298 pasajeros a bordo fue derribado por un misil tierra-aire en Ucrania. Todos sus ocupantes murieron. La indignación ya no era con los palestinos, ahora era con los holandeses que murieron en esta devastadora tragedia. La noticia fue viral tanto en las redes sociales como en los noticieros.

La indignación cambió de manera brusca, como quién pasa de un canal de televisión a otro. Ahora nuestra voz de aliento ya no es con los palestinos, ni mucho menos con las víctimas del avión derribado en Ucrania. Hoy en día es contra las decapitaciones y masacres que realiza el ISIS o autodenominado Estado Islámico. Nuestra efervescencia colectiva es momentánea, se evapora fácilmente frente a las pantallas del televisor y transcurre en episodios de violencia, pasando por las noticias de farándula hasta llegar a los deportes.

En estos momentos gran parte del mundo vive la desafortunada desaparición de los 43 jóvenes estudiantes de México. Seguirá siendo el centro de atención y de conmoción. Solo nos resta esperar que en pocas semanas no ocurra otra tragedia peor para posar nuestra atención y olvidar lo sucedido con estos normalistas.

Ojalá que nuestra indignación sea también hacía nosotros mismos para tratar de no dejar pasar por alto cada tragedia, desaparición o muerte como un evento más en las dinámicas que vive el mundo hoy en día.