Con el permiso del autor reproducimos el lúcido análisis aparecido en el  Manifiesto el 19 de octubre de 2014, sobre el significado de la manifestación anti-inmigrantes que realizara la Liga en Milán y las perspectivas alarmantes que ello abre hacia el futuro.

¿Qué es este malestar? Es difícil de explicar. Tal vez la sensación física de ser literalmente borrado de la historia. Justo aquí, en la Piazza Duomo. La «nuestra», decíamos hasta ayer. Tenía que suceder. Estaba en el aire y ahora será un desperdicio de análisis. O tal vez vamos a pretender que no pasó nada. Pero ¿dónde demonios estábamos? Ya. Ahora es demasiado tarde. En Italia hay un nuevo partido de masas anti-sistema. Su líder es inteligente, astuto. El partido es de derecha. De extrema derecha. Tarde o temprano arrasará también en las elecciones. Moderno. Con fuertes raíces locales, folk, interclasista, lleno de viejos y de jóvenes dispuestos a participar. Se sienten orgullosos de estar ahí, malo desde nuestro punto de vista. Pero es el «pueblo», lo llamábamos así.

Aquí los tienes. Ya no son perdedores, no hablan sólo en Bérgamasco o Bresciano, vienen del sur de Italia, de Calabria. Fascistas, cierto. Porque el primer partido de masas en Italia tiene vocación nacionalista, «desde Trento a Palermo», dice el líder supremo – parece ser el hermano gemelo del otro Matteo. Luego, durante la manifestación, uno que otro tipo divertido vuelve a hablar de secesión, pero eso es historia ya pasada, el murmullo de Bossi que da pena cuando suena desde el escenario.

La confusión es bastante incluso bajo el cielo de la Liga, pero el mensaje es fuerte y claro y garantiza el empleo para todos. Ellos son racistas, cantan y gritan contra de lo «ilegal», se ríen y funciona. Los pacifistas y los matones están haciendo una parte del camino juntos. Están justamente contra la Europa de los bancos y en contra de la austeridad que mata de hambre a los ciudadanos (incluso ellos, al igual que la izquierda que en un solo año ha logrado perder un millón de votos con la lista Tsipras). ¿Cómo es eso? ¿Problemas de credibilidad? Tal vez necesitamos con urgencia otro Matteo pero nuestro? El tema es espinoso, y todavía no ha comenzado el análisis. Tenemos que admitirlo. Salvini ganó. Y después de este día, tal vez deberíamos dejar de contarnos la historia de la edificante Milán que obtuvo medalla de oro por la Resistencia. Si ese fuera el caso, no habría sucedido.

Nunca había visto una plaza del Duomo así. Si queremos mantenernos en lo simbólico, que no es tanto simbólica, en esta ciudad, nos fijamos en el último tramo de la manifestación cuando entra a la plaza. Fijémoslo en el ojo. El viejo canta sus canciones con una voz débil, se mueve. La mirada perdida. A las viudas no les parece cierto, también se conmueven: piazza Duomo, la Piazza Duomo, «pero entonces es verdad.» . Sí, la juventud desfila detrás de la insignia de Casa Pound, el orden es estricto, lindo, ganaron, están alegres: los fascistas son jóvenes, han sufrido menos, han llegado desde todas partes de Italia (Lazio, Calabria, Piamonte, Abruzzo, Lombardía) y entran por primera vez en esta plaza. Es una entrada triunfal, probablemente las piernas les tiemblan. El brazo extendido. El tabú se ha roto. Serán dos mil. ¿Pocos? Muchos. Están en el lugar más acogedor que existe en Italia: digamos 80.000 personas. Una marea. Seríamos muy enfáticos  si dijieramos que nunca en la historia de los fascistas republicanos han puesto un pie en la piazza Duomo, cantando sus canciones, para dar fuerza y sombría sustancia  a decenas de miles de personas que en todo el día no hicieron más que culpar a los extranjeros, ultrajando a los muertos. Ellos ganan y ganan fácil, ya que juegan solos.

Las palabras del líder son un show. Una ensalada de populismo, demagogia, delirios de racismo, violencia, con detalles de buen sentido que siempre dicen relación con la barriga de «los que no llegan a final de mes.» El chico es inteligente. No ataca a los gays, por ejemplo, no es estúpido, sólo que «los gays, en vez de un matrimonio quizás preferirían tener un trabajo.» Empezó saludando a Putin, su nuevo amigo, y en el escenario aparece un embajador ruso que le entrega un regalo del zar. Entonces toma en brazos a un recién nacido, «estamos en esta plaza por el futuro de nuestros hijos.» Alisar el cabello a los jubilados. Evoca las manzanas de Valtellina para tratar de «idiotas» a los de Bruselas, y luego recuerda a Oriana Fallacci. El colegio de periodistas es una «mierda» y el canon de la Rai ya no habría que pagarlo. Quiere la castración química para los violadores,  pone en duda a Napolitano porque quiere un indulto para un hombre que mató a un ladrón. No quiere ni siquiera una mezquita. Y reclama el fin del Mare Nostrum (el gobierno de Renzi-Alfano también). Nada nuevo, pero perjudicial. Luego le pide a la plaza que intercambie un signo de la paz «para entrar en el juego,» ochenta mil personas se dan la mano para jurar no sé qué. Pero ayer nació la nueva derecha popular italiana.

¿En cuanto a nosotros? Muy, pero muy pocos han comprendido. ¿El alcalde Giuliano Pisapia, por ejemplo, no debería haber estado al tanto de lo ocurrido bajo sus ventanas? Las cosas se dicen en unos diminutos comunicados de prensa sólo para señalar que «Milán es y siempre ha sido una ciudad democrática que no puede aceptar actitudes ofensivas hacia la dignidad del ser humano sólo porque son extranjeros «. Milán realmente no puede aceptarlo. ¿O nadie cuenta?. Los ausentes no tienen excusa, porque este no es un momento como cualquiera y toda la izquierda ha dejado el campo libre a una ofensiva abiertamente reaccionaria y racista, mientras que la crisis y el malestar social están alimentando una peligrosa guerra entre los pobres. Y la CGIL, que era capaz de volver en la lucha en el trabajo, no entiende lo que significa subestimar la manifestación de la Liga y desocupar la plaza.

Por ello debemos felicitar a todos los que ayer por la tarde sintieron la necesidad de estar allí, para dar al menos una señal. Gracias a ellos, uno por uno. Se reunieron en la plaza para participar en otra manifestación, con otras ideas. Estaban bien juntos, estaban demasiado lejos de la catedral. Tres mil personas, estudiantes, activistas de centros sociales, la típica izquierda dispersa que al menos no ha perdido el respeto a su propia historia y que mantiene viva la audacia de mirarse las caras de uno y otro, incluso cuando la situación pinta tan mal. Y esta vez parece de verdad pintar muy mal. Tal vez ya no son suficientes los reflejos condicionados.

Luca Fazio