Una buena novela sobre el sinsentido de la guerra y las consecuencias en los soldados: «Ver el mundo» de Delphine Coulin, publicada por Grasset.

Por Claude Attard

Aurora y Marina crecieron en Lorient y son amigas desde la infancia. Pero está la crisis, las dificultades en el trabajo, en el vivir, en el ayudar a sus familias. Así que, para encontrar una solución, y también para huir y ver el mundo, se involucran en el ejército. Un ambiente masculino, por supuesto; pero lo peor les aguarda: Afganistán. La guerra, la verdadera, de donde incluso los hombres no vuelven intactos.

Regresan, justo al comenzar el libro, después de seis meses de infierno. Y al igual que todos los soldados, van a pasar tres días en en un hotel de lujo en Chipre, una especie de cámara de descompresión para reencontrarse antes de regresar a Francia. Tres días para borrar supuestamente los horrores que las han marcado para siempre.

Aurora fue herida en una intervención. Pero si las consecuencias físicas son relativamente benignas, el trauma es profundo. Marina no habla casi nada. ¿Qué es lo que en realidad pasó allí?

La letanía de las situaciones que ellas y los otros soldados han vivido, es muy larga. Un poco demasiado larga, sin ser muy convincente. Porque que estas circunstancias son sin duda totalmente indescriptibles. ¿Cómo traducir una tensión extrema y constante?

Volver a aprender a no tomar a todo el que pasa con una bolsa y un abrigo como si se tratara de un atentado suicida.

El nerviosismo era tan fuerte que los reflejos se mantienen.

A veces, sus manos buscaban el rifle en el espacio frente a ella, como un ciego que intenta coger su bastón – ella debía entrar en razón para que sus manos logren reposar en su regazo.

Aurora y Marina creyeron en la misión civilizadora de la paz que les fue dicha antes de partir. La realidad es muy diferente, y ello es parte de la conmoción.

Delphine Coulin probablemente vaciló entre la descripción de las situaciones extremas experimentadas por estas mujeres y su no integración de tipo traumático, y la narración de lo que les sucede en Chipre, que no es de color rosa tampoco. El equilibrio entre estos dos bloques es tan bien logrado que el lector se pierde y no logra reconocer lo que es más importante: el impacto y sus consecuencias o la miseria que se oculta bajo los faldones de los personajes. A esto se añade por momentos el pasado, aquello que han experimentado antes en su juventud.

Sin embargo, el resultado es un buen libro, que se ocupa de estos difíciles temas y se permite hacer algunas reflexiones sobre el sinsentido de la guerra.

No es porque el enemigo sea malo que una guerra se justifica.

Fuente del artículo: Cahiers Attard