El apoyo crítico lo inventaron los que tienen que acompañar a regañadientes, los que preferirían estar en la vereda de enfrente, pero los hechos los ubicaron en un espacio nacional y popular.

Públicamente o se apoya o se critica, las dos cosas a la vez es como medio esquizofrénico. Claro que apoyar no es ser obsecuente, que es la manera más segura de terminar traicionando un verdadero apoyo.

Los militantes apoyamos una dirección, apoyamos ciertas medidas y aborrecemos otras, nos disgustan ciertos aliados y nos enamoramos de ciertos dirigentes. Apostamos fichas a unos y no a otros, aprendemos escuchando a algunos, nos agarran escalofríos oyendo a otros y aceptamos esa diversidad en pos de un proyecto a largo plazo. Sabemos que no podemos esperar aquello que nunca estuvo en los planes de gobierno, ni pretender ser la vanguardia iluminada que guía al pueblo.

Toca militar, recorrer las calles, hablar con la gente, reflexionar con ellos, entender sus necesidades y trasladarlas a la acción política. Los grandes discursos se ocupan de lo macro, pero de lo micro tenemos que ocuparnos todos.

Crear consciencia, enseñando, educando, entendiendo, rectificando. Muchas veces perdemos de vista cosas claves de la disputa económica por la agenda de los medios de comunicación o por una discusión planteada desde posiciones de poder que pelean por intereses personales.

Un poco de democracia

En la democracia griega durante una época los cargos ejecutivos eran decididos por sorteo, era la única manera que encontraron para asegurarse que el pueblo tuviera la posibilidad de mayor representación por encima de las oligarquías, una mera cuestión de número. El que ocupaba un cargo debía ocuparse plenamente dejando de cumplir su propio trabajo o negocio, debiendo incluso responder con el propio patrimonio en beneficio del bien común. Muchos no querían tener esa suerte, porque significaba tener que pasar uno o dos años dedicado a la vida común y abandonando la vida personal.

Este sistema no convenía a las clases poderosas que fueron introduciendo requisitos para ser elegidos, incluso el voto, que hacía más fácil que alguien con notoriedad pudiera obtener más votos que ciudadanos de a pie, que no contaban con ningún tipo de aval. Esto generó que se impusiera un sueldo que compensara al “elegido” por el abandono de sus obligaciones habituales. El tiempo fue redibujando los conceptos de democracia, de elecciones, de sueldos, de compensaciones. Llegando a que hoy perdamos de vista el valor de los cargos de gestión que deberían ocuparse, únicamente, del bienestar común.

Pero este desfasaje de la gestión del Estado y del bien común, también es trasladable a todo el quehacer humano, donde la labor comunitaria se vicia de intereses personales: trabajar menos que el resto, obtener mayores beneficios, privilegiar a familiares y amigos, etcétera.

Los dirigentes políticos provienen de la sociedad a la que representan y tienen todos sus tics y sus vicios. La presunción de inmácula de un político es proporcional a la confianza que tenemos en alguien a quien le confiamos nuestros hijos, nuestros ahorros o contamos con su criterio para informarnos. Por tanto debemos elevar la mirada, aumentar el nivel de coherencia y de preparación, redoblar la capacidad de entrega y efectivizar la confirmación de los valores solidarios y de complementación para poder disponer de una clase dirigencial subordinada a los motores evolutivos que mejorarían la situación de todos, en desmedro de egoísmos y pragmatismos cortoplacistas.

La coyuntura actual es fértil a este tipo de planteos y muchos dirigentes han sembrado con su ejemplo valores comunitarios y de ampliación de derechos. La capacidad de que todos podamos disponer de igualdad de oportunidades depende, en gran medida, del trabajo social de base, que debe ejemplificar que todos somos iguales y todos vamos para el mismo lado, los eslóganes deben encarnarse.