Por Aigul Safiullina.-

Editing foto : Fabio D’Errico.-

En la madrugada del 14 mayo de 1976, cuando hacía apenas un mes y medio que se había decretado el Proceso de Reorganización Nacional en Argentina, cinco uniformados entraron armados a un departamento de Santa Fe y Agüero para buscar a Mónica Mignone, una militante del Movimiento Villero Peronista (MVP). Después de un operativo de media hora, los hombres metieron a la joven de 24 años en el asiento de atrás de un Falcon verde y se la llevaron a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), que entonces funcionaba como un centro clandestino de detención. A sus padres y hermanos les dijeron que la devolverían tras unas horas de interrogatorio y hasta les aconsejaron darle dinero para el taxi de regreso a casa. Esa fue la última vez que la vieron.

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Emilio y Angélica “Chela” Mignone siempre se reprocharon no haberse resistido a que se llevaran a su hija. Hicieron de su búsqueda incansable el eje de sus vidas y de aquella casa, el escenario de su lucha. Allí le dieron refugio a cientos de familiares de desaparecidos en la dictadura militar y fundaron Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y las Madres de Plaza de Mayo, dos de los movimientos más poderosos del país en materia de derechos humanos.

Hoy, la esencia del hogar sigue intacto: lo primero que uno ve al entrar al departamento es la foto en blanco y negro de Mónica, colgada en la pared, como si no hubieran pasado 37 años sin saber dónde está. Rodeadas de antiguos libros y recuerdos, sus hermanas se reúnen en ese mismo lugar para hablar del patrimonio intelectual que dejaron sus padres ya fallecidos y en cómo el dolor de un secuestro se convirtió en un motor para esta familia.

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Emilio Mignone, abogado, docente, católico y peronista, fundador de la Universidad Nacional de Luján , del CELS y de la Comision Nacional de Evaluacion de Universidades (CONEAU) , fallecio en 1998, a los 76 años, sin saber qué fue lo que pasó con su hija aquella trágica noche. El cuarto-escritorio donde realizó numerosas tareas relacionadas con la desapariciones de miles de personas durante la última dictadura, todavía tiene las paredes cubiertas de estanterías con libros y documentos. «Papá trabajaba acá todos los días, desde madrugada hasta la noche, sin descanso”, recuerda Mercedes Mignone, la tercera hija de Emilio.

Asimismo, ChelaMignone no pasaba ni un día sin hablar de Mónica. “Cada persona que conocía a mi mamá, conocía en cierta forma a Mónica también”, asegura Mercedes. Chela fue una de las cofundadoras de Madres de Plaza de Mayo en 1976 y trabajó hombro a hombro con su marido hasta su muerte. Ella vivió sus últimos días en este mismo departamento cuando ya no podía caminar y era atendida por su familia y enfermeras. A su debilidad física se le agregó el dolor por la pérdida de Mónica y fallecio en 2008 a los 89 años.

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“Emilio y Chela tuvieron cinco hijos: Isabel, Mónica, Mercedes, Fernando y Javier,” cuenta Santiago del Carril, hijo de Isabel, que vive ahora en este departamento de Barrio Norte. “Cada uno de los hijos heredó un aspecto que caracterizaba a Emilio: mi mamá estudió relaciones internacionales y trabaja en desarrollo internacional y derechos sociales; Mónica tenía un compromiso social y político a través de la militancia y el trabajo en las villas; Mercedes siempre ayudaba a cualquier persona sin pensar en ella misma y ahora es técnica de laboratorio en el Hospital Fernández. Fernando heredó la fuerza de la fe y decidió ser sacerdote del Opus Dei; y Javier eligió el camino de educador e investigador trabajando con los pueblos indígenas y buscando nuevas prácticas en medicina.”

A sus 24 años Mónica se desempeñaba como docente en la Universidad Nacional de Luján y era concurrente en el servicio de psicopedagogía del hospital Piñero, en la provincia de Buenos Aires. Trabajaba mucho con los niños que tenían problemas de aprendizaje y se ocupaba de los pobres.

“Con Mónica somos muy seguidas en edad y desde chicas empezamos a ayudar a los demás por influencia de nuestros padres y de la educacion católica que tuvimos, asegura Isabel, su hermana mayor que hoy tiene 63 años, de aspecto delgado, flequillo a un costado y a quien la costumbre de sonreír le resta por lo menos una década y le suma seguridad.

Antes de hablar del papel de la religión en su familia sugiere que lea una parte del libro de su padre, donde describe a su ciudad natal de Luján, ubicada a 68 km de la capital federal, de 100,000 habitantes centro de peregrinaje de miles de fieles y su espíritu religioso explica en parte la fuerza de la fe de la familia Mignone. Las tres hijas de Emilio estudiaron en el colegio católico de las Hermanas Vicentinas de Luján hasta mudarse a la ciudad de Buenos Aires donde fueron al Colegio de la Misericordia en Flores y luego a los Estados Unidos por cinco años, donde fueron a una escuela pública.

Los contactos que Emilio Mignone hizo durante su estadia en Washington como especialista en educación en la Organización de Estados Americanos (OEA) fueron claves para lograr la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a la Argentina en 1979. La CIDH investigó las denuncias contra la dictadura militar por primera vez impulsando la cuenta regresiva al terror del Estado a traves de su informe “Informe sobre la Situación de Derechos Humanos en Argentina” publicado en 1980.

Cuando los Mignone volvieron a la Argentina en diciembre 1967, los jóvenes hermanos empezaron a concurrir a las villas del Bajo Flores, ayudando en la organización de mesas de trabajo que incluían educación para los chicos y propuestas políticas. En aquella época, Mónica se mostraba más activa en la acción social y luego decidió formar parte del MVP junto a seis amigos. “Ella sabía que no se podían cambiar las condiciones de las villas simplemente ayudándolas,” recuerda  Isabel con una triste sonrisa y continúa: “Era obvio que los cambios tenían que ser políticos también”, concluye. Sin embargo, los cambios vinieron desde otro lado, cuando cinco uniformados irrumpieron en el edificio de la Avenida Santa Fe y secuestraron a Mónica.

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El drama familiar y la necesidad de encontrar a su hija convirtieron a los Mignone en militantes y activistas que realizaron gestiones a nivel nacional e internacional para evitar secuestros y asesinatos de los civiles. Muchas personas dormían en el departamento de los Mignone.

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Todos los hijos de Emilio y Chela fueron perseguidos, menos Fernando que se fue del país a Canadá como miembro del Opus Dei unos meses despues de la desaparación de Mónica. “Yo tuve mucho miedo y era la que más hablaba de volver a los Estados Unidos,” confiesa Mercedes.  “Pero fuiste la única que se quedó en Argentina,” le responde Isabel.

Isabel se fue a los Estados Unidos en diciembre 1981 al casarse con Mario del Carril, el periodista y filósofo argentino. Sin embargo, siguió ayudando a su padre y al movimiento en materia de derechos humanos y le brindo mucho apoyo desde Washington. Cada año Isabel regresa a la Argentina para ver a su inmensa familia integrada por primos y sobrinos, para participar en actividades relacionadas con la memoria de sus padres y su hermana desaparecida.

A diferencia de su hermana mayor, Merdeces es una mujer más tímida, dócil y paciente. Habla despacio y con muchos detalles. Dice que fue “la mas pegada a los padres” y al casarse y mudarse todavía usaba el teléfono del departamento en Santa Fe durante algunos años.

Mercedes tiene muchos recuerdos de los años de lucha civil de los Mignone y sobre cada rincón del departamento tiene una historia para contar. “Muchas veces nos llamaban padres de los adolescentes que no volvían a dormir a sus hogares”, se acuerda Mercedes y agrega con una sonrisa: “En algunos casos, eran los chicos que no volvían porque salían de fiesta con sus amigos o novios, pero papá averiguaba igual si todo estaba bien”.

Mercedes también recuerda el día en que los militares se llevaron a su padre en 1980. “Pensábamos que ya no iba a volver más, pero su nombre y su autoridad eran de nivel mundial, y la presión internacional no dejó que Emilio Mignone desapareciera también”. Emilio pasó una semana en la cárcel aunque no sufrió torturas.

Pero no todos los familiares de desaparecidos encontraron su muerte en la tranquilidad del hogar. Azucena Villaflor, otra activista y cofundadora de las Madres de Plaza de Mayo, pasó una de las noches anteriores a su detención (diciembre 1977) en este mismo departamento trabajando con el aviso con los nombres de los hijos desaparecidos que saldria publicado en LA NACION. Al salir a comprar el periódico con la publicación, Villaflor fue secuestrada y luego torturada y asesinada por los militares.

En 2009, 32 años después de la desaparición de la activista, la familia Mignone recibió el premio “Azucena Villaflor” de manos de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, cuyo objetivo es “destacar la trayectoria cívica de personas o instituciones en su defensa por los derechos humanos y la democracia”. Emilio Mignone fue uno de los cuatro padres a quienes otorgaron el premio.

En agosto y septiembre 2013, 37 años luego de la desaparición de Mónica, sus hermanos Mercedes y Javier declararon en la causa ESMA Unificada (ESMA III) en los tribunales de Comodoro Py por primera vez como testigos de aquel secuestro.

Diez días después de la audiencia, Isabel brindó un taller sobre derechos humanos en el Instituto Municipal Superior de Educación y Tecnología «Emilio Fermín Mignone», en Luján donde donó ejemplares de libros escritos por Emilio y la biografia de Emilio “ La Vida de Emilio Mignone” de Mario del Carril.

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Todo el departamento de Mignone huele a polvo de libros, pero además, huele a la tristeza y dolor congelados en el tiempo. A pesar de su ausencia de casi cuatro décadas, Mónica siempre ha estado no sólo en las fotos del living, pasillos y cuartos, sino también en la rutina diaria de sus padres, hermanos y hasta la de sus sobrinos.

Los libros ocupan todas las paredes del comedor, living, escritorio y pasillos en la casa de los Mignone, se mezclan y se juntan como los árboles en los bosques, algunos están en el piso, otros en las sillas y en la enorme mesa del comedor. Unas cuantas fotos los acompañan, pero sin tomar el protagonismo del espacio.

Santiago camina hasta el fondo del pasillo donde a la derecha se encuentra otro cuarto con las paredes celestes, ropero grande con muchos espejos. Este cuarto fue compartido entre las tres hermanas y aquí fue despertada Mónica cuando los uniformados vinieron a llevársela. Isabel estaba de viaje aquella noche. Fue entonces Mercedes la que ayudó a Mónica a vestirse por la última vez en su vida.

Ahora el cuarto de las hermanas está ocupado por Santiago que también ha formado su propia mini biblioteca con los libros de su abuelo y otros nuevos sobre historia, filosofía y derechos humanos. Sin dudas, el hábito de la lectura ha marcado a la familia Mignone y ha sido heredado por los hijos y nietos.

Hace tiempo Santiago y su prima del lado paterno, Raquel Pannunzio, están clasificando una multitud de papeles y libros de los Mignone por temas, fechas de publicación y a veces por los nombres de sus tíos. Hay cajas llamadas educación, política, prensa, reformas educativas, iglesia. Bajo el rótulo ‘Mónica’ hay ya siete cajas enormes y “todavía falta revelar más papeles suyos”, dice Raquel.

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Las hermanas Isabel y Mercedes vuelven a hablar sobre el papel de la Iglesia en la dictadura y coinciden en que “hay que separar la fe de la gente”. En 1986 Emilio Mignone publicó el libro “Iglesia y dictadura” donde examinó el papel de la iglesia y su poder político tras la complicidad con la dictadura militar. En este libro, Mignone también dio el ejemplo de otra iglesia que fue perseguida por su ayuda a los presos políticos, por su trabajo en las villas de emergencia y la opción preferencial por los pobres. “El discurso de Bergoglio que la iglesia debe estar al lado de los pobres no es nada nuevo,” concluye Isabel, con mucha convicción en su voz.

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En cuanto al futuro, las miradas de las dos hermanas ya son distintas. “Me parece que el tema de los detenidos- desaparecidos ha saturado bastante a la gente. La mayoria de los argentinos ignoran que desde hace unos años se estan llevando acabo los juicios a los militares. Ademas los medios no le dan el espacio y la atención adecuada. Los argentinos de hoy se concentran en otros problemas y derechos básicos ,” sostiene Isabel en base a sus visitas a la Argentina. Mercedes no está de acuerdo: “Yo creo que tenemos que dar mucho lugar a este capítulo de nuestra historia por que es una parte de nosotros mismos”.

Sin embargo, las dos concuerdan en que “En los años setenta muchas familias decidieron no actuar y callarse, cuando nuestros padres salieron sin miedo. El dolor les tapó el miedo y ayudó a miles de desaparecidos. Ahora somos nosotras las que tenemos que seguir y asegurar que se haga justicia.

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