La manipulación de que son objeto las nuevas tecnologías ya no asombra. Leo, sin conmoverme, que un programa de radio «editó» declaraciones de Mirtha Legrand (nacida Rosa Martínez hace muchos años, ya demasiados) y que de esa construcción artificial queda, supuestamente claro, que la mina confirma que tuvo un romance con el comandante Hugo Chávez. 

Todos los maestros de la literatura de ficción (y fíjese que escribo maestros y no críticos) enseñan que, para ser creíble, un relato debe ser, al menos, verosímil. Con eso alcanza. Aunque éste no lo es (los que lo conocieron coinciden en afirmar que el bolivariano tenía buen gusto al tiempo de elegir sus parejas. O ser elegido por ellas), vamos a suponer que el método de copiar y pegar utilizado por los autores de la ficción romántica dio en el clavo y que han desvelado una historia oculta de la vida de ambos personajes. Y, siguiéndoles el juego, no han hecho otra cosa que incorporar una pista más, tal vez inopinadamente esclarecedora, en la investigación que, supuestamente, se sigue en Venezuela acerca de la etiología del cáncer pélvico que transformó a Chávez de héroe a mártir. Porque, a contramano de lo que ella misma autoproclama como una de sus virtudes (que su programa televisivo en el que un grupo de notables almuerza ante las cámaras, trae suerte a quienes tienen que comer y responder, al unísono, sus imbecilidades de vieja concheta), esta revelación erótica estaría demostrando lo contrario. Demuestra lo contrario. ¿No será un hallazgo científico que puede llegar al Nobel descubrir que, según la confesión de la protagonista, una noche de lujuria con ella lleva, inexorablemente a la tumba? ¿Acaso la prematura muerte de Daniel Tinayre, su marido real, no avala la teoría? La señora es una maqueta arrugada y mediática de cierta idiosincracia clasista, discriminadora y xenófoba de nuestros sectores medios. No sólo de las mujeres de esos sectores, está claro. Según el experimento radial, se comprueba, supuestamente, que también siembra metástasis entre quienes toca con su sexo. Claro que el desaguisado histórico le resta épica a la batalla final del líder de la Revolución Bonita. Los médicos cubanos sabrán la verdad. Y, supuestamente, Fidel. Toda derrota, y la muerte lo es, tiene su explicación, pero que esa explicación esté impregnada del amaneramiento, superficialidad y pensamiento precario de la exactriz de la época de los teléfonos blancos del cine nacional, no hace más que agregar pena a la pena de haber perdido a Chávez.
Sin embargo, los periodistas de «Locos & Bohemios» (así se llama el programa que da origen a estos ditirambos) quizá sean herederos, conscientes o no, de Orson Welles, el genial autor de «La guerra de los mundos» (1938), que sumió en el pánico a un público preparado para creer la catástrofe que pintaba su relato.
Me queda la esperanza de creer que, supuestamente, el sacrificio del Comandante fue a ciegas. Que el episodio carnal sucedió una noche sin luna, en una playa caribeña, con una sobredosis de alcohol en su sangre y el inevitable estado de perturbación de los sentidos , menos de ese necesario para consumar el contagio, y que entonces, aleccionada por las fuerzas oscuras del imperialismo criminal, ella lo sometió. Mas todo se sabe tarde o temprano. No hay horror que permanezca escondido para siempre. Supuestamente.