Este del título me parece uno de los puntos altos, sintéticos y de urgente vigencia, que nos aporta como definición de problema humano general Dario Ergas en su reciente libro “La unidad en la acción”.

Si repasamos el historial de uso de los conceptos con raíz “liber…” que viene usando el clasismo mundial con recalcitrante desparpajo, comprobaremos fácilmente que los viene extendiendo a todos los campos, neoliberalismo en el económico, locales y parejas liberales en el sexual, libertad de voto en el democrático-político… Así permanecemos desde hace algún tiempo en la confusión de ver asociadas las supuestas ideologías “liberales” con las prácticas más objetivadoras del ser humano.

Ahí van todavía los reducidísimos grupos humanos privilegiados y poderosos, avanzando en sus exigencias amenazantes de supresión de límites, fronteras y aranceles, en sus exigencias de aumentar su circulación de capitales, operatividad, influencia y dominio. Naturalmente, sólo para sí mismas. A eso le llamaron globalización, algo muy distinto al proceso de mundialización en que andamos las gentes, las culturas y la tecnología actuales.

A mi manera de ver, el caso más paradigmático que lo ilustra y que zarandea por haberse hecho de un modo democrático y popular, es el reciente referéndum suizo sobre la limitación de ganancias de los que más ingresan y pueden seguir ingresando. El pueblo suizo votó en contra. Sí, sí, en contra, la mayoría suiza no quiso regular eso. Claro que eso sucedió en Suiza, país de first class en la configuración aún jerárquica actual del mundo, los países y las culturas…

Todavía no llegan a lo mediático las preguntas acerca de a costa de qué consiguen semejantes ganancias esas minorías tan poderosas. Eso es por dos razones fundamentales, la primera porque ellos mismos manejan lo mediático como instrumento a su servicio, y la segunda, más importante si cabe, es que estamos todavía en un momento de decantamiento en el cual demasiados “votantes” siguen creyendo, al parecer, en que es más confiable para el desarrollo quien tiene dinero que quien no lo tiene, apartando la mirada de los procedimientos, resultados y grados de sufrimiento y expolio producidos.

Alguien parece que dijo alguna vez: “quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Pues bien, ante la clara obsolencia del concepto “pecado” en el momento evolutivo al que hemos arribado, sería hora de reemplazarlo por el que nos parezca actualizado. Y no tengo dudas acerca de que el consenso general de corazón al que arribaríamos en el caso de revisar este punto, masivamente, daría como resultado la elección de la palabra “violencia”.

Únicamente otras ideologías retardatarias y zoologistas pondrían peros a este consenso, porque son las que afirman una quietud acientífica de la Historia humana, diciendo cosas como: “eso ha sido así toda la vida”, o “siempre va a haber ricos y pobres”…

Salvando pues esas excepciones, nos encontramos ante un nuevo reto que exige la valentía de mirarse a sí mismo, exige asumir la frase actualizada: “quien esté libre de violencia, que acuse primero”.

Las cadenas

Sé que este es un punto espinoso, por cuanto muchos “ex-revolucionarios” lo interpretan sin mayor reflexión como desproporcionado y desviacionista. Y ante ese otro grupo de sensibilidad, diría que hay que invitar a definir cuál es la cadena que realmente queremos romper, la de la injusticia o la del ejercicio de la violencia. Sobre la primera, sabemos que llevamos siglos luchando, pero que sus pasos van de fracaso en fracaso aceleradamente, porque claro, ¿quién es el que juzga a los injustos?, ¿desde qué posición justificada y transparente lo hace? No parece que podamos solucionar eso. Y parece que justamente es porque el objetivo liberador ha de cambiar de formulación y de concepto, pasando a ser “un mundo sin violencia” el que afirmemos que queremos.

Siendo así, todo el lío se centra en aprender a definir, reconocer y actualizar también, qué es eso a lo que llamamos violencia y dónde está su raíz.

Si para poder ser coherentes en esa lucha contra la injusticia, propiciadora de un mundo sin violencia, si para no seguir cayendo en las contradicciones una y mil veces constatadas, que convierten a un sector que se presentó primero como liberador para luego seguir ejerciendo todo tipo de imposiciones y avasallamientos, se trata de identificar a la violencia adentro de uno, preguntémonos a corazón abierto qué es violencia en mí.

Mis respuestas son que la violencia en mí es alegoría de ese voto suizo, cuando una parte decisional de mí se inclina por no poner regulación a mi tendencia individualista más voraz, a mi profundo desentreno de la empatía, a mi ingenua creencia de que es posible mi bienestar dejando jodidos a otros, a la concepción de “yo privilegiado” en la que nací, me formé y fui influido como corriente cultural etnocéntrica, desagradecida e injusta, en definitiva, a la aceptación de un proceso de insensibilización creciente que me deshumaniza como tendencia.

Esa parte de mí, probablemente mecánica y miedosa, suele imponerse obnubilando y silenciando al resto de mi integralidad, tiene el vicio de votar (justificar) en contra del bienestar general y de los avances en conjunto. Y eso me violenta y me debilita a la larga o a la corta. Ese es el ejercicio de la violencia en mí y hacia mí mismo. Basta extrapolarla al medio inmediato para comprender que, de no corregir el rumbo, se proyectará como utilización de los que me rodean, violentándolos, cómo no.

Y, ¿a qué causa podría yo plegarme mientras permanezca en ese patético estado? Desde ese no esclarecimiento y no resolución del problema de la violencia en mí, ¿estoy en condiciones ni tan solo de opinar sobre mi barrio, mi ciudad, mi país, mi cultura y sobre las relaciones entre todas ellas?

Tampoco es el caso de interpretar que primero hay que ser “puros y castos” para actuar socialmente. La experiencia misma nos guía en los concomitantes avances que registramos cuando, de un lado y del otro, vamos haciendo lo que sentimos. El avance se produce tirando de ambos lados, a veces en lo social, a veces en lo personal. Pero el reconocimiento de que la violencia es la cadena a romper, y la necesidad de coherencia que me impulsa a visualizarla en mí, son sin duda el eje y la guía sabia.

No quiero confundirme más ni tampoco confundir a mis relaciones, entre la libertad y la mecánica reivindicación del derecho a ejercer la violencia. Quiero libertad sin manipuleo, molde ni dogma, la libertad de reconocer en mí y en el otro nuestra infinita y feliz particularidad.