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En los últimos años en Chile, la calle ha dado un contundente grito de emancipación. No cabe duda que el fracaso del modelo ya no es solo una evidencia entre los intelectuales sino también entre millones de chilenos abusados por el imperio absoluto del mercado.

La convicción de que otro modo de conducir nuestro destino es posible pone en extremo nerviosos a los acólitos de la ortodoxia neoliberal. Sobre todo cuando otros países han demostrado la importancia y viabilidad de estados más activos y han propiciado la recuperación de la soberanía sobre sus recursos naturales, la restitución los derechos sociales y la revalorización de la acción política. A tal punto que el “there is no alternative” de Margaret Thatcher parece haberse ido junto con ella a la tumba.

Los políticos chilenos, en cambio, parecen no estar leyendo los obituarios de la historia. Hasta los más acreditados izquierdistas de antaño se esmeran hoy en defender la institucionalidad pinochetista con un esfuerzo sólo atribuible a los discípulos de Guzmán y los Chicago Boys. Como la más miope de las élites, la chilena se resiste hasta la vergüenza e invierte su tiempo en calificar toda alternativa como una proposición radical. No han dudado tampoco en calificarnos de pesimistas e incluso populistas, sin hacerse cargo siquiera de definir que entienden por tal concepto.

Según ellos “la gente se queja de llena”. Ocultan que el 50% de los trabajadores vive con menos de 250 mil pesos y que el 60% del ingreso de las familias chilenas le pertenece a un banco. También evitan mencionar que dentro de diez años tendremos al 60% de los jubilados obteniendo pensiones por menos de 150 mil pesos y que actualmente 500 mil estudiantes se encuentran endeudados por una educación que no le permitirá siquiera conseguir empleos relacionados con lo que estudiaron.

Cuando decimos estas cosas no lo hacemos para vaticinar el apocalipsis sino para destacar la importancia de garantizar el bienestar que los chilenos merecen por el simple hecho de ser ciudadanos. Esto es lo que hemos venido a llamar el tránsito desde una “sociedad basada en el lucro y la especulación” hacia una “sociedad de derechos”, donde sea el interés público el que predomine en el ordenamiento social. Para quienes han amasado sus fortunas sobre la base de la explotación, esto es sin duda una propuesta radical e intolerable.

Nuestra voluntad no es más que la de contribuir al desarrollo de un país más justo y democrático allí donde por cuarenta años nos han negado cada uno de los derechos. Hemos insistido en que nuestra propuesta solo aspira a restablecer el imperio de la sensatez frente a la radicalidad de un modelo basado en la explotación de los chilenos.

Pero también hemos señalado algo más importante. Hemos dicho que ésta es una tarea de carácter colectivo. Y esa es quizá la proposición que mayor molestia provoca entre quienes han dirigido el país bajo una matriz de dominación que promueve el individualismo y propone la tecnocracia como alternativa de conducción.

En efecto, los periódicos El Mercurio y La Tercera han dedicado columnas y editoriales completas para demonizar a quienes coincidimos con lo que ellos llaman despectivamente “la voz de la calle”. Para los diarios de las élites chilenas, la expresión callejera de la voluntad popular significa un perjuicio para las instituciones y exhortan a sus lectores a desoírla del mismo modo que lo han hecho por décadas. Esta actitud de los periódicos chilenos solo confirma su carácter propagandístico y su tradición antidemocrática. De paso nos recuerda que urge una política de medios comprometida con el desarrollo de mayor pluralismo.

Pero todas esas páginas destinadas a desinformar son también la evidencia de un gran nerviosismo. Saben que están perdiendo la batalla ideológica y que más temprano que tarde ello se traducirá en la pérdida del poder. La constitución de un actor colectivo resuelto a construir su propio destino es la peor de las pesadillas entre quienes han cautivado la soberanía popular. Saben que cuando el pueblo se organiza, ya no para resistir sino para conquistar el poder, entonces la cosa va en serio.

Para su desgracia ello ya está ocurriendo, pues junto al mayoritario descontento social ha comenzado a ganar espacio la convicción por disputar el poder. Quienes lo hemos asumido con la urgencia que merece, hemos llamado a esta misión: #TodosALaMoneda.

Se trata pues de entrar por la puerta ancha de la Historia, recuperando el poder que nos ha sido usurpado. No estamos en este esfuerzo para llegar a La Moneda a administrar un modelo fracasado como el actual sino, por el contrario, para realizar una transformación profunda que adquirirá el carácter de un nuevo ciclo político. Para ello convocaremos a una Asamblea Constituyente que, desde el ejercicio del principio de autodeterminación, nos permita recuperar nuestros derechos más elementales.

Para ese proceso, Marcel Claude ha tenido la gentileza de comprometer su lealtad. En cada ciudad que visitamos se desborda el auditorio con la esperanza de poner fin a la oscura noche neoliberal y acabar con la elitización de la política. El éxito de esto depende exclusivamente de la lealtad que todos y cada uno ponga al servicio de su propia emancipación. Estamos ante una oportunidad histórica.