La idea de este artículo no es profundizar en un estudio sociológico del contexto integral europeo, sino de marcar unas tendencias ineludibles para comprender el rumbo de Europa.

El filofascismo y la reivindicación de la “mano dura” se han establecido, si no en el imaginario europeo todo, sí en los paradigmas que agitan los gobernantes.

Una excepción fue el rechazo enfático de la represión policial ocurrida en Bulgaria contra los manifestantes disconformes con el gobierno, que efectuó el presidente y que lo llevó a renunciar al cargo. “Yo no puedo tolerar la violencia contra mi pueblo” arguyó para escabullirse y dejar el poder ejecutivo a cargo de tecnócratas menos emotivos. También fue excepcional el referendo que propuso Papandreu en Grecia y que llevó a la Unión Europea a tomar la decisión drástica de reemplazarlo por un Goldman-Sachs boy, más obediente y menos “populista”.

Un país que no podemos considerar de extrema derecha es Francia, sin embargo la ley del matrimonio para todos desencadenó movilizaciones multitudinarias en contra de su aprobación y se han podido escuchar discursos medievales, rayando la apología del delito.

De todos modos, la violencia de los seguidores franceses de la inquisición postmoderna es ínfima en comparación con la perpetrada por Anders Breivik que mató a 77 militantes por la integración de los inmigrantes en Noruega. Breivik recibe en prisión cientos de cartas de admiradores de todo el mundo. Se ha convertido en un ícono de la resistencia al Islam y a las políticas de “izquierda”.

El progresismo ha sido barrido en Hungría o en Polonia, donde gobiernos con ascendencia de la ortodoxia católica y de profundas raíces antisemitas, han acaparado el poder e instalan visiones maniqueas de las sociedades que fomentan fanatismos dogmáticos. Algo parecido ocurre en el resto de países del antiguo Pacto de Varsovia, donde los grupos de extrema derecha se radicalizan y se convierten en grupos de contención de la clase trabajadora excluida por las políticas económicas globalizadas.

Incluso un país de fuerte estirpe partisana como Grecia se ha visto superado por nuevas corrientes políticas como Alba Dorada que sostienen la supremacía racial y atacan violentamente a los extranjeros asiáticos y africanos.

Otro país que, como Grecia, está desarrollando tasas exponenciales de suicidios y de expatriados por el alto desempleo y la falta de perspectivas de futuro es España. Donde también se han ido inoculando los extremismos. Incluso en territorios de mayor bonanza económica como Euskadi y Catalunya, han visto progresar y establecerse a brazos políticos falangistas que años atrás se hicieran conocidos por organizar linchamientos contra trabajadores marroquíes o atentaran contra los movimientos independentistas.

España se ha dado a sí misma un gobierno ultraliberal dispuesto a represaliar los avances sociales y políticos que pudieran haberse dado desde el fin de la dictadura franquista. Algo similar a lo que ocurre en Portugal, con gobiernos dispuestos a mandar a sus policías a la represión desmesurada de la indignación creciente, que llega incluso a la creación de nuevos códigos civiles para prohibir la protesta social.

Italia sigue debatiéndose entre el populismo retrógrado de Berlusconi o el progresismo reaccionario de la antipolítica de Bepe Grillo. Mientras tanto siguen formando gobiernos que acaten la voluntad imperial de la Banca Europea, que ha encontrado en Ángela Merkel a su dama de hierro del siglo XXI. Alemania no está exenta de la violencia neonazi que caza a los turcos y a los griegos, sino que además incrementa sus números de pobreza y fuerza a los trabajadores a una recesión forzada que incluye el congelamiento de sueldos desde hace más de 20 años.

Islandia vuelve a dar el parlamento al partido que provocó la quiebra del país por la especulación desmedida de sus banqueros, quienes vieron nacionalizadas sus deudas y que ahora podrán continuar sus partidas en el casino especulativo global. La otra isla que defaulteó, Chipre, busca oxígeno en Bruselas, pero la influencia del conservadurismo corporativista parece inamovible y si a eso le sumamos la enorme influencia de la insensible extrema derecha holandesa, austríaca y, novedosamente, británica, podemos estar seguros que ningún rescate positivo pueden esperar las poblaciones.

La discusión izquierda/derecha está demodé, sin embargo Europa sufre en carne propia el desprestigio de las utopías, el ninguneo de los gobiernos populares y el nihilismo que sucede al consumismo. La necesidad de revertir ese signo político es urgente y no se trata de anhelar ingenuamente la llegada de la izquierda. Es necesaria la articulación complementaria de todos los sectores que creen en la supervivencia pacífica del continente y que aboguen por una Europa de valores. Muchos intelectuales y representantes de la política han comenzado a establecer bases para esto, falta la solidificación de estas premisas con la construcción de base social capaz de contrarrestar el malestar destructivo y convertirlo en malestar creador.

Algunos ejemplos de iniciativas constructivas formarán parte de la mesa “Convertir la crisis en una oportunidad: humanizando la economía” que organiza Pressenza en el Global Media Fórum que se realizará del 17 al 19 de junio en la ciudad de Bonn.