Por Clara Nieto *

La crisis de Venezuela y las negociaciones de paz entre el gobierno colombiano y el movimiento guerrillero FARC, en La Habana, ocupan la atención de los medios de comunicación nacionales y extranjeros.

Cuba y Venezuela, con Chile y Noruega, son países garantes de estas negociaciones, y comentaristas y analistas de distintas tendencias preguntan cuál es el papel de Venezuela y de Hugo Chávez (muerto el 5 de marzo), y de Cuba y los hermanos Castro en este proceso, cuyo objetivo es dar fin a 50 años de sangriento conflicto armado, sin que haya significado un peligro para ninguno de sus gobiernos.
Este es un asunto prioritario para el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos.

Bogotá y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) escogieron La Habana para adelantar las negociaciones de paz. Cuba ha sido un país amigo y le da confianza y seguridad al grupo guerrillero, aunque, según José Arbesú, funcionario de alto rango en el Partido Comunista cubano, no ha dado armas ni financiamiento a las guerrillas colombianas, como lo hizo con las de América Central, engarzadas décadas atrás en guerras civiles contra brutales y corruptas dictaduras.

Santos buscó un acercamiento con Cuba, habló de invitarla como observadora a la V Cumbre de las Américas, proyecto de Estados Unidos que excluía al país isleño, y buscó el apoyo de Fidel Castro y del presidente Raúl Castro para avanzar en esa isla las conversaciones exploratorias secretas con las FARC. De estas salió una agenda de 10 puntos, base de las actuales negociaciones.

Venezuela y Chávez apoyaron a Colombia. Santos restableció las buenas relaciones bilaterales (rotas durante el mandato de Álvaro Uribe) y creó un ambiente de paz y de colaboración. Recientemente afirmó que tal apoyo fue crucial para lograr acuerdos fundamentales en La Habana.

Chávez, amigo de las FARC, consideraba que el conflicto colombiano afectaba la seguridad de su país. Solucionarlo era necesario para quitarle a Estados Unidos el pretexto de intervenir en sus países, afirmaba. Venezuela está rodeada de bases militares estadounidenses en el Caribe y, desde Colombia, de las siete que cedió a Estados Unidos el expresidente Uribe.

La paz en Colombia es un asunto de seguridad para Venezuela, y también para Ecuador. Por sus porosas fronteras entran y salen guerrilleros y paramilitares e ingresan miles de refugiados colombianos indocumentados que huyen del conflicto y de las fumigaciones contra la coca (ordenadas por Estados Unidos), que envenenan a sus familias y animales, dañan las tierras y destruyen sus siembras de subsistencia.

Chávez fue el principal contradictor latinoamericano de Washington, y fue artífice, junto con el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula de Silva, de la integración regional que lo excluye.

Chávez y el chavismo son algo más que una piedra en el zapato del Tío Sam, y el interés de este es liquidarlos. Un peligro mayor para el actual mandatario Nicolás Maduro. Contra el nuevo presidente ya está en marcha la ultraderecha venezolana, con Capriles a la cabeza, apoyado por la ultraderecha internacional, supuestamente «en defensa» de la democracia venezolana, según ellos violentada y abusada por Chávez, el dictador.

Para los planes de paz de Colombia el momento es en extremo propicio. Los líderes de izquierda de mayor peso político continental, Chávez y Fidel Castro, consideraban que el tiempo de la lucha armada ya pasó. Chávez pidió a las FARC que liberaran sin condiciones a los secuestrados y pusieran fin a su lucha. No les retiraron su apoyo, pero les daban consejos.

Santos, por su parte, le ha quitado a los guerrilleros varias de sus banderas, como la entrega de tierras a los desposeídos y a los que les fueron arrebatas por paramilitares y guerrilla, y ofrece compensación a las víctimas.
En efecto, los tiempos han cambiado.

El gobierno de Uribe, del que Santos fue ministro de Defensa, golpeó a las FARC y abatió a varios de sus principales líderes. No fueron derrotadas, pero están disminuidas. Las negociaciones se realizan en medio del conflicto, y la paz las favorece. Pero exigen cambios estructurales que garanticen un país igualitario –Colombia es el más desigual de América Latina–, con oportunidades para todos, tierras, salud y educación.

Contra el proceso de paz también se mueve la ultraderecha colombiana, con Uribe a la cabeza, quien alienta además el descontento militar contra el gobierno.

Y, si no Barack Obama, también está activo el Comando Sur de Estados Unidos. El general John Kelly, su actual comandante, se explayó en una presentación ante el Congreso legislativo en explicaciones sobre la peligrosidad regional de las FARC, dijo que han adquirido misiles aire-tierra y tienen submarinos que llegan hasta Florida, Texas y California en 10 o 12 días, y pueden llegar hasta África.

Esas afirmaciones pueden influenciar al estamento militar colombiano, desafecto a la negociación con la guerrilla, y socavar el proceso de paz. Kelly mencionó las operaciones conjuntas que desarrolla con el ejército de Colombia contra las FARC, con lo que interviene en asuntos internos, de orden público, y propicia la continuación de la acción militar contra la guerrilla.

Los medios de comunicación tienen en la mira ambos conflictos. En Colombia, la mayoría apoya el proceso de paz. En Venezuela no se sabe si el chavismo, sin Chávez, le responda a Maduro, quien tiene una situación difícil y adversa. Muchos pretenden no dejarlo gobernar. Colombia necesita la paz en su importante vecino y debe contar con su apoyo. Maduro ha prometido continuarlo.

* Clara Nieto es escritora y diplomática, exembajadora de Colombia ante la ONU y autora del libro «Obama y la nueva izquierda latinoamericana».

Artículo publicado en IPS