Por Mario Toer y Federico Montero

Manuel Antonio Garretón, analista del proceso chileno y latinoamericano plantea que sobre la base de la Concertación es necesario construir una alianza que avance sobre la esencia del sistema neoliberal y el esquema político que Chile heredó de la dictadura, dos temas que los gobiernos progresistas no pudieron profundizar.

– Atendiendo a los procesos de cambio que se viven en la región, ¿cómo caracterizaría las particularidades del caso chileno?

– Empezaría señalando que en el caso chileno tuvimos un proceso de democratización relativamente atípico. Aun cuando hay rasgos que son compartidos con los otros países, en Chile se llega tardíamente a la democratización. A la vez, si consideramos los sectores que estuvieron en el gobierno, el caso de Chile fue una democratización política orientada por el centroizquierda, cosa que no se dio en ningún otro caso en América latina. Hay que destacar que dentro de la Concertación estaban los socialistas, que habían sido derrocados por el golpe militar. En este contexto, se podía pensar que el proyecto «democratizador» debía tener o contener dos grandes componentes: por un lado la democratización política y, en segundo lugar, ser «progresista», transformador y superador del neoliberalismo. Tan es así que los partidos que formaron la Concertación -tanto la Democracia Cristiana como el Partido Socialista, el Partido por la Democracia y el Partido Radical- se habían pronunciado explícitamente contra el modelo neoliberal. Pero aquí hay un elemento distintivo: el caso chileno es el único de América latina en que la dictadura impone a sangre y fuego el modelo neoliberal de forma completa, con pequeñas salvedades, como el hecho de que la principal riqueza del país, la empresa estatal de explotación de cobre, Codelco, no fue privatizada. Una segunda particularidad tiene que ver con que se logra imponer una institucionalidad completa en los planos políticos, económicos y sociales que se consagra en la Constitución de 1980. Esta prevé el modo en el que los militares dejarán el poder y, además, genera enclaves autoritarios que van a perdurar bajo el régimen democrático. Por este motivo es una democracia incompleta, cuya característica principal es tener un sistema de amarres institucionales que aseguraron la intangibilidad del modelo económico-social. En suma, por un lado se hace la revolución neoliberal y, por otro, se asegura un Estado y un régimen político para cuando los militares se vayan.

– ¿Podría desarrollar cómo se dio la dinámica entre dictadura, democracia y modelo neoliberal en Chile, teniendo en cuenta los gobiernos de la Concertación?

– El gobierno de la Concertación fue claramente exitoso en la gestión económica. Esto no quiere decir que no se le puedan hacer críticas, porque corrigió o perfeccionó el modelo pero mantuvo dos pilares de la dictadura: uno es el tema de la desigualdad, que tiene que ver fundamentalmente -dadas las características de esta sociedad- con la limitación de la capacidad redistributiva del Estado, y el otro es un sistema político en el que la minoría puede obstruir las decisiones de la mayoría. El mantenimiento de estos dos pilares tuvo sus consecuencias. Por un lado, Chile pasó de ser el segundo país con mayor igualdad en Latinoamérica a ser el segundo país con mayor desigualdad, después de Brasil. El segundo pilar que la Concertación no logró cambiar tiene que ver con el tipo de Estado heredado, que yo llamaría un «régimen político de democracia incompleta» que asegura que una minoría pueda tener la capacidad de veto de las políticas de la mayoría. Para cambiar todo lo que tenga que ver con la administración del Estado, con el modelo económico, con el modelo de educación, con el régimen de propiedad -es decir, para hacer las transformaciones sustanciales del modelo neoliberal-, se necesitan leyes de quórum calificado que implican mayorías que van desde 2/3, 3/5 y 4/7. Por lo tanto, se trata, en términos estrictos, de una democracia en la que está asegurada la ley de las minorías, aunque haya habido algunas modificaciones con las reformas constitucionales de 2005 que terminaron con algunos enclaves excepto los dos fundamentales: el de los quórum y el sistema electoral binominal. ¿Cuál es esa minoría? El sector civil que apoyó a la dictadura. En ningún país de la región sucede que los sectores que respaldaron la dictadura militar y son minoría significativa puedan impedir cualquier cambio de importancia en el orden socio-económico y político creado por éstas.

– En ese contexto, ¿cuál sería el balance de los gobiernos de la Concertación?

– Los gobiernos en la Concertación hicieron pasar a Chile de un ingreso per cápita de 4 mil a 15 mil dólares en 15 años; redujeron la pobreza de un 40 a un 15 por ciento. Los datos del censo de 1992, respecto de los de 1982, revelan que el ingreso y la calidad de vida -sobre todo de los sectores populares- habían mejorado, se produjo una enorme transformación de la sociedad chilena bajo la Concertación. Sin ser un gobierno de izquierda -porque se trató de un gobierno de centroizquierda distinto de los gobiernos de Chávez, Morales, Kirchner, Correa o Lula- se realizaron transformaciones importantes. Sin embargo, no se logró cambiar el eje del modelo socioeconómico, que es la cuestión de la desigualdad. Chile pasó a ser un país sociológicamente de centroizquierda, con una coalición gobernante de centroizquierda que no puede realizar las tareas propias del centroizquierda. A diferencia de otros países de la región, la sociedad chilena es, sociológicamente -por lo menos lo era hasta hace unos años porque puede haber habido otros procesos- de centroizquierda. En la Concertación está la Democracia Cristiana, que había producido cambios importantes en los sesenta, como la reforma agraria, la integración de los sectores pobres marginales o la primera nacionalización del cobre. Luego, por razones del proceso político, la DC terminó apoyando el golpe militar, pero eso no permite afirmar que se trate de un partido de centroderecha o de derecha.

– De allí la importancia del acuerdo entre democratacristianos y socialistas…

– Siendo un país sociológicamente de centroizquierda y estando los movimientos sociales y la «sociedad civil» integrados políticamente en aquella época -aunque como decimos con autonomía- en el accionar de los partidos, no hubo un consenso entre las fuerzas de centro y las fuerzas de izquierda durante los ’60 y ’70. En parte, eso explica la debilidad de esa mayoría sociológica de centroizquierda para enfrentar la gran resistencia que va a oponer la derecha reaccionaria -los sectores propietarios apoyados por los militares- a esas transformaciones. La derecha se encontró en la época de la Unidad Popular con una mayoría sociológica dividida a través de su sistema partidario, lo que facilitó el golpe militar del ’73. Por eso, luego de todo lo ocurrido, el Partido Socialista y la Democracia Cristiana entendieron que la división de los sectores de centroizquierda facilitó el triunfo de las fuerzas armadas. El balance de todo ese proceso de aprendizaje, la idea de que cualquier transformación sólo se puede hacer en democracia y si se tiene la mayoría política es lo que explica la construcción de esta Concertación.

– En ese marco, ¿cómo se explica que la derecha haya podido vertebrar las mayorías necesarias que posibilitaron el triunfo de Piñera?

-La «transición» chilena fue un proceso en el que los militares no fueron derrocados y parte de la sociedad chilena siguió apoyando la dictadura. Pinochet hizo que en el plebiscito de 1988 la tradicional votación de la derecha pasara de un tercio de los votos a alrededor del 44 por ciento como piso. Esta es una cifra enorme, son personas que creen que la dictadura fue buena. Entonces, en Chile el mapa electoral hoy podría descomponerse en más de la mitad de centroizquierda, un 40 por ciento de derecha y un 10 por ciento fluctuante, sin contar el tercio o más del universo electoral que no vota en los últimos años. Ese 10 por ciento fluctuante es el que permite que, sin haberse derechizado el país, haya ganado Piñera, que gana con una franja de votos que se desprende de la propia Concertación. Se trata de cierto sector de sectores medios aspiracionales, muy individualista, separado de la tradicional imbricación con los partidos y que, además, no ve a la política como construcción de sociedad, sino que simplemente la ve como algo ajeno a la vida individual.

– ¿En qué medida el peso de la ideología neoliberal en Chile diluyó la posibilidad de cambios más profundos durante el período de la Concertación?

– No creo que la Concertación haya «hecho lo que se podía», tal como lo expresara el presidente Patricio Aylwin. Considero que se podría haber hecho mucho más y simplemente lo que primó en la Concertación fue el pragmatismo. En la Concertación había tres grandes almas: el alma tecnocrática-liberal, más bien de derecha, que era minoritaria a nivel masivo pero con una enorme capacidad de influencia en el campo académico, gubernamental, comunicacional y partidario. En segundo lugar, un alma progresista, que está presente en los distintos partidos y que aspiraba a una transformación mucho más de fondo. Por último, la que considero fue el alma principal, que fue la pragmática, que expresaba la postura de no entrar en las discusiones, de evitar una desestabilización económica, de tomar las correlaciones de fuerzas como algo dado, de emprender todas las transformaciones posibles pero no avanzar sin negociar con la derecha, de no alentar movilizaciones. Fue ese pragmatismo el que impidió mayores cambios, más que el peso de la ideología neoliberal.

– Allí aparece el conflicto educativo, ¿verdad?

– El caso de la educación es muy interesante, ya que expresa especialmente las dificultades de romper con la herencia neoliberal. La OCDE dice en su documento del 2004 que la desigualdad socioeconómica en Chile no es efecto colateral del modelo educacional, sino que se trata de un objetivo buscado: el sistema educativo está construido para generar desigualdad. El movimiento de «los pingüinos», de los estudiantes secundarios del 2006, es desde los años ’30 el primero de la historia reciente de Chile constituido como movimiento sociopolítico autónomo, sin presencia dirigente de partidos. Es un movimiento mucho más autónomo que todas las movilizaciones que existieron en la época de la dictadura, más vinculadas a los partidos. En este punto, creo que se equivocan los historiadores que piensan en una gran autonomía de las movilizaciones sociales en Chile respecto de los partidos políticos, por cuanto clásicamente y en la dictadura también es difícil encontrar movilizaciones no nucleadas por militantes de los partidos. En cambio, aquí, con los estudiantes, tenemos por primera vez un movimiento autónomo, que plantea fundamentalmente dos cosas. La primera es la finalización del lucro y la segunda, el reemplazo de la institucionalidad de la educación pública municipalizada, ambos implantados bajo la dictadura. De modo que el momento refundacional que se vivió con las movilizaciones estudiantiles, y también otras, de masividad inédita en nuestra época, no se transformó en un proceso institucional, precisamente por la ruptura entre lo político y lo social,

– La derrota de la Concertación, por un lado, y la aparición de este movimiento enorme que no estaba en las predicciones de nadie, ¿podrían derivar en la conformación de un escenario político distinto?

– Ese es el meollo del asunto. Yo lo formularía de la siguiente manera. Uno puede pensar en términos no sistémicos y decir que la política hoy no es lo que era en otra época, una política de grandes ideas, de proyectos, sino que la gente se mueve por otras cosas, los partidos políticos representan poco y, por lo tanto, lo que importa es llegar al gobierno para hacer políticas públicas que favorezcan a determinados sectores y hay que resolver entonces los problemas, ganar la siguiente elección, nombrar mejores candidatos y «reencantar» -algo que nadie sabe qué significa- a los jóvenes con la política. Pero sucede que la política así concebida no es una cosa de interés en la vida de nuestros jóvenes. En Chile, creo que la tarea central es reconstruir una comunidad política y eso se trata básicamente de dos cosas. Primero, superar lo central del modelo neoliberal que es la desigualdad, a través del papel dirigente y redistributivo del Estado. Segundo, cambiar el modelo político. Esa tarea es el equivalente -en tanto tarea- a la de Evo Morales en Bolivia y a la de Chávez en Venezuela, por supuesto que con proyectos muy diferentes. El sujeto político que hizo la democratización en Chile se llama la Concertación y hay que rendirle sus méritos en ese proyecto político, Ahora bien, para estas dos tareas que, en síntesis, son pasos de la sociedad post pinochetista a la sociedad democrática o del Bicentenario, hay que construir un nuevo sujeto político.

– ¿A partir de qué se puede producir esta nueva síntesis?

– En primer lugar, la Concertación no expresa todo el espectro partidario que se necesitaría para realizar estas tareas. La Concertación no expresa electoral y políticamente a esa mayoría sociológica de centroizquierda del 50 o 55 por ciento. Expresa su mayor parte, pero no a la totalidad. Segundo, y tan importante como eso, el conjunto de partidos políticos de oposición a Piñera -es decir, la Concertación más todos los demás- no expresa al conjunto de la sociedad y de los movimientos sociales requeribles y que están por la transformación de la sociedad post pinochetista. Por lo tanto la tarea es doble. Uno, reconstruir las alianzas partidarias. Esto es algo no tan difícil: podemos ver cómo se puso de acuerdo la Concertación con el Partido Comunista para las elecciones municipales, y por lo tanto otros partidos también buscarán formas de acuerdo. Pero eso no expresa al actor social que estuvo en la calle reclamando por la educación pública, tampoco a los movimientos de diversidad cultural o a los movimientos ambientalistas o regionales, que expresan el hastío contra el esquema institucional y los abusos de los poderes fácticos, así como tampoco expresan las nuevas demandas democráticas de nuevos estratos medios (y no clase media que como tal ya no existe) donde pesa un individualismo consumidor y cierto «narcisismo ciudadano», que fue clave para el triunfo de Piñera. Ese nuevo sujeto político tiene que ser construido. Pero la reconstrucción de un sujeto político-social es de muy largo plazo y se acelera ante grandes oportunidades históricas o crisis. En este sentido, uno de los grandes méritos de procesos como los de Chávez, Kirchner, Morales, Lula, independientemente de su contenido, y de lo que Chile ha carecido, es la repolitización de la sociedad. Pero, en general, yo creo que hay una transformación civilizatoria muy notable, que tiene que ver con los procesos de globalización, de individualización. Porque resulta que las decisiones relevantes del día ya no las toma el Estado; la población hoy en día no comparte una misma cultura porque más bien se define en términos de categorías propias, de ser jóvenes o de ser de tal grupo cultural o de tal tribu o de tal identidad, se desarticula la relación de economía política-Estado-sociedad con un centro de toma de decisiones. Y, entonces, hay que pensar políticas como la construcción de una comunidad totalmente diversa internamente pero que define proyectos comunes y para eso lo que hemos heredado de la democracia clásica, siendo insustituible, no estoy convencido que tenga hoy todos los resortes de solución. Entonces creo que éste es el gran debate, y sin embargo también hay que hacerse cargo de todos los anteriores.

– Lo notable en el caso de Argentina, y en otros países de América latina, es que aun en esas condiciones reaparece la política. Es una cosa que es palpable; uno tiene la percepción de que creía que ya ese mundo en el 2000 se había apoderado de todo, y resulta que aparece esta gente de improviso y reinstala esta lógica de la política.

– Sí, y eso también uno podría decirlo del caso Bolivia, del caso Venezuela y de Brasil, como he indicado. En el caso chileno esa revolución todavía falta, pero mi impresión es que estos procesos recrean una política relativamente clásica. Cómo van a enfrentarse al otro tipo de problema es lo que yo no tengo claro. No tengo claro que si esto que está ocurriendo con los ejemplos que ustedes señalan es permanente o es el último momento de una política que necesita reinventarse. Menciono el caso de la política pero volvería al tema educacional: ¿vamos a seguir con las escuelas que tenemos? Sobre el modelo de los Kirchner, le tengo simpatía al haber repolitizado la sociedad y reconstruido un relato, pero cuando ese liderazgo personal por cualquier razón termine, la única reserva sería lo que haya quedado en las instituciones.

– ¿Cómo inciden las recientes elecciones municipales en la escena política y en los futuros alineamientos con vistas a las presidenciales? ¿El nivel de abstención puede leerse de diversas maneras?

– Lo primero es recordar que siempre mantuve la idea que pasar de voto obligatorio a voluntario significaría menor participación y mayor elitización del voto. Así ocurrió. Se alcanzó la mayor tasa de abstención y la menor participación de la historia.El problema es estructural y necesita soluciones institucionales y no llamados a motivarse. La casi desaparición de la educación pública, la ausencia de educación cívica en el sistema educacional, por ejemplo, están en consonancia con este voto voluntario que apela a los estados de ánimo individuales y no a los deberes de quienes forman parte de una comunidad política. No fueron los llamados a no votar los que surtieron efecto sino la distancia estructural entre política y sociedad, gente, ciudadanía, como se le quiera llamar, y ello sólo tiene soluciones institucionales. Respecto de la proyección de resultados, en particular, las elecciones municipales de octubre 2012 significaron una profunda derrota del gobierno y la derecha, lo que viene a corroborar no sólo su fracaso político y de gestión o lo que decían las encuestas sobre la desaprobación del gobierno, sino también el distanciamiento de aquel segmento electoral que votó por Piñera sin pertenecer al centroderecha, como indiqué antes. Como dijimos, las movilizaciones sociales de estos últimos años mostraron que la política ya no involucra a los movimientos sociales, sino que estos tienen sus propias agendas y proyectos, por lo que la tarea, si no se quiere repetir las altas tasas de abstención o volver a caer en la ilusión de que basta un buen candidato o candidata o en que la simple unidad de los partidos resolverán los problemas, si no se quiere prolongar la crisis de legitimidad del orden socioeconómico y del modelo político, habrá que generar un proceso de convergencia entre política y sociedad que deberá tener como culminación un proceso refundacional constituyente cuyo hito desencadenante podría ser la próxima elección presidencial.