Por Xafier Leibs

Hoy anduve pensando en esta palabra. Más allá de su origen etimológico que no tengo ganas de buscar, es fácil darse cuenta que está compuesta por dos palabras: auto y pista. Pero esto tampoco me interesa mucho. Lo que sí me llama la atención es el hecho que quitándole la «a» nos queda «utopista». Me imagino entonces a los creadores de las primeras autopistas que veían en este nuevo invento el símbolo mismo del progreso humano. Miles de millones de personas felices que utilizarían este nuevo servicio, rápido, seguro y aparentemente más agradable. Como si estuvieran pavimentando el camino hacia un mañana mejor, un poco como el logo que utilizó Barack Obama en su primer campaña electoral allá por el 2008.

El sueño se nos cae cuando analizamos esta «a» que aunque no lo queramos está bien presente en la palabra «autopista».

El prefijo «a», como sabemos, indica una suerte de privación o carencia, como en «anarquista» (carencia de poder), «amorfo» (carencia de forma) o «adán» (carencia de dan – un tipo que hace años practica el karate pero nunca logró obtener su primer dan). Mirándolo así, la palabra «autopista» está entonces negando el hecho de que se trata de una utopía hecha realidad, es casi una advertencia, «ojo, van a ir mas rápido, pero en aquel afán de llegar a destinación se perderán la oportunidad de conocer todo lo que existe entre el punto de partida y el de llegada». Los creadores de las autopistas eran bien conscientes de que estaban creando un servicio eficaz pero que al mismo tiempo le quitaría romanticismo al viaje.

Visto de esta manera nos encontramos frente al eterno dilema de nuestra sociedad de consumo: elegir la opción rápida y segura o aquella más sinuosa pero que puede dar mejores frutos.
Al final casi todos elegimos la primera, más ligera y eficaz, pero mucho más cara…