Por Alberto Galeano

Seguramente, Yasser Arafat e Isaac Rabin hubieran sonreído al enterarse de que la ONU reconoció a Palestina como estado observador no miembro de ese organismo, lo que podría abrir las puertas para un nuevo proceso de paz en Medio Oriente.

El «bravo» Arafat encontró respuestas a sus reclamos en el «bravo» Rabin, el asesinado primer ministro israelí con quien firmó los Acuerdos de Oslo en 1993, mediante los cuales se creó la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para los territorios de Gaza y Cisjordania.

El reconocimiento de los palestinos como Estado observador no miembro de la ONU (como es El Vaticano), resistido por Estados Unidos e Israel, pero aprobado por amplia mayoría de los miembros de ese organismo, abre nuevas perspectivas para un conflicto que se extiende desde hace 65 años.

«El reconocimiento me parece un hecho positivo, porque genera consenso internacional. Incluso hay un avance porque los palestinos pueden demandar ahora a Israel ante la Corte Penal Internacional (CPI)”, por presuntos crímenes de guerra y otros delitos, dijo a Télam Gustavo Zarrilli, profesor en Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Quilmes.

De todos modos, para que la ANP pueda recurrir a la CPI debe firmar primero el Tratado de Roma, respaldado por 121 estados, aunque ese organismo jurídico no es reconocido por Estados Unidos e Israel.

Con las nuevas condiciones, los palestinos podrían solicitar a la fiscal del CPI, la gambiana Fatou Bensouda, que abra una investigación por magnicidio si se comprueba que Arafat murió por envenenamiento, tras ser exhumados sus restos esta semana en su tumba de Ramallah.

Lo peor que les podía pasar a los palestinos era que el gobierno del primer ministro, Benjamín Netanyahu, legalice algunos asentamientos y ponga en marcha la construcción de otros en Jerusalén Este.

Esta posibilidad ya se hizo realidad: un día después de la votación en la ONU, el gobierno israelí autorizó la construcción de 3.000 viviendas más en asentamientos en Jerusalén y Cisjordania, según el diario Yediot Ahronot.

El analista Zarrilli dijo, no obstante, que “son pocos los riesgos (que afrontan los palestinos), porque Israel tiene poco margen de maniobra”, y señaló que a su juicio el problema “es la interna palestina: Israel va a terminar negociando con (el presidente Mahmoud) Abbas”.

Es obvio, sin embargo, que Israel y Estados Unidos no se van a quedar de brazos cruzados luego de una jugada diplomática que en los círculos palestinos es considerada como el inicio de una “nueva era” con los israelíes.

Pero ni Abbas es Arafat -ya que su alcance político sólo se limita a Cisjordania, debido que Gaza es gobernado por el Movimiento de la Resistencia Islámica, Hamas-, ni el primer ministro Netanyahu puede ser comparado con Rabin, cuyo legado de paz es abrazado actualmente por muchos israelíes.

Frente a otros líderes palestinos, Abbas -que asumió la presidencia a mediados de enero de 2005- es considerado un dirigente sin carisma, cuyo mandato terminó en 2009 sin que se convocara a nuevas elecciones.

“La única forma de lograr la paz (con los palestinos) es a través de negociaciones directas con Israel”, dijo el primer ministro Netanyahu en los días previos a la votación de la ONU.

Muchos israelíes confían en el olfato político de «Bibi» Netanyahu, cuyo partido Likud es favorito para ganar las elecciones legislativas del próximo 22 de enero.

En estos días, Abbas también ve debilitado su poder luego de que Israel y Hamas acordaran una tregua en Gaza, lo que para algunos analistas fortaleció a la organización islamista. Su liderazgo entre los palestinos está lejos de ser comparado con el que tuvo Arafat, de quien fue amigo desde la década del 60 hasta su muerte.

Ni el ex primer ministro israelí Ariel Sharon, ni el ex presidente estadounidense, George W. Bush, pudieron torcerle el brazo a Arafat, quien murió el 11 de noviembre de 2004 sin ver hecho realidad su sueño de crear un Estado palestino.

Fiel a sus principios, Arafat se negó durante las negociaciones de Camp David 2000 a firmar un acuerdo de paz que no contemplara el regreso de millones de refugiados palestinos que huyeron tras la creación del Estado de Israel en 1948.

Durante ese encuentro con el ex primer ministro israelí, Ehud Barak, Arafat rechazó también la posibilidad de que Jerusalén Este no fuera la capital del futuro Estado.

Por ese motivo, y a pesar del fracaso de Camp David, Arafat se convirtió en una figura de respeto y de culto para las nuevas generaciones de palestinos que lo consideran un héroe de su futura independencia.

En cuanto al conflicto con Israel, Arafat dijo en el verano de 1994, durante un reportaje con la revista estadounidense Time: “Uno de nosotros no puede triunfar si el otro fracasa”.