La poeta, novelista, dramaturga y profesora de letras clásicas de origen martiniqués Suzanne Dracius nos recibió con la cordialidad característica del Caribe e irradiando placer por el encuentro y ganas de hacer descubrir un espacio que en su conjunto llaman los “Outre-Mer”.

Recientemente ganadora del premio de la Sociedad de Poetas Franceses por el conjunto de su obra, hemos podido ahondar durante la charla en la esclavitud, el mestizaje y la feminitud, verdaderos ejes de su pensamiento.

Su carta de presentación es Anamnésie propitiatoire (Anamnesis propiciatoria), un poema épico sobre las revueltas en la periferia parisina en 2005.

¿Pero qué es la anamnesis?

La anamnesis es lo contrario de la amnesia, un paso verdadero para recordar, para recoger todo lo que la memoria puede haber ocultado por su gravedad o falseado. Es decir, la desobediencia a la orden de olvidar. Porque hay muchos temas en los que se ha forzado a los pueblos a olvidar, hacer como si ciertas cosas no hubieran ocurrido jamás.

En nuestra casa, el Caribe y con más precisión en las Antillas es el caso de la esclavitud y las secuelas de la colonización, la postcolonización.

Mejor no remover el pasado…

Yo, en cambio, tengo la convicción inversa. Para liberarse completamente de esas cadenas es necesario saber quiénes éramos, qué es lo que pasó, saber cómo se combatió y también reapropiarse de nuestra historia. Porque la historia de la Martinica es como la historia de la caza, siempre contada por el cazador, porque el tigre no ha tenido nunca la oportunidad de contar su versión de la cacería.

Mi deseo es contar la cacería desde la mirada del tigre, contar la historia desde mi mirada de martiniquesa. Esa es mi apuesta cuando escribo.

¿Liberté, Egalité et Fraternité?

[/media-credit] Representación de «Lumina dite surprise» de Suzanne Dracius

La historia oficial francesa da un lugar secundario a sus colonias.

Hay ciertas cosas que, aún siendo buen alumno, no vamos a aprender en Francia, no se muestran. Alexandre Dumas se convirtió en el escritor francés más popular en el mundo, sus personajes de Los Tres Mosqueteros son los más conocidos de la literatura francesa en el resto del planeta. Sin embargo es difícil descubrir que Alexandre Dumas tuvo una madre negra, esclava, que provenía de Santo Domingo, que pertenecía a Francia y que luego sería Haití. Este mestizo, este mulato es casi el inventor de la novela histórica, él decía que la Historia con una gran Hache era un clavo donde él colgaba sus historias. Y lo que es chocante es que cuando estudias Letras en Francia, no te dicen que el creador de los mosqueteros era un mulato con los cabellos crespos, es algo a lo que hay que sacar el polvo para descubrirlo. Pero es peor que eso, cuando se estudia a alto nivel la Lengua francesa, se insinúa que Alexandre Dumas tenía un negro literario, es paradojal, como si un negro no pudiera ser un gran autor francés.

No podremos encontrar la paz hasta que consigamos extirpar los prejuicios , lo que me interesa en ese sentido es el apaciguamiento de todos esos prejuicios.

¿Y cómo avanzar para apaciguar los prejuicios?

Sin descartar jamás ese paso anamnésico, mi modo de obrar es el mestizaje, que no es invitar a todo el mundo a acostarse todos juntos para fabricar mestizos, si no que en el Caribe y, singularmente en la Martinica tenemos todas esas sangres que se han mezclado, con mayor o menor violencia. Y todas esas culturas que cohabitan hacen de nosotros la prueba de que pueden convivir.  Aunque resten tensiones porque los problemas sociales, económicos o políticos no se han arreglado, pero en todo caso, tenemos ejemplos culturales de apaciguamiento. La cultura mestiza es un medio para el sosiego, para la unión.

Yo tengo la impresión que el Caribe es un mundo en escala reducida, desde el punto lingüístico y cultural con el aporte de África, de Europa, de Asia, con la India o la China, con ese fondo, ese patrimonio amerindio que tenemos en nuestra casa, los Caribes y Arawaks, que han dejado su huella en toda la región. No forzosamente en la sangre, pero sí en el imaginario de la gente y eso es en extremo importante. Hay prácticas comunes en el todo el estuario caribeño. Yo me emocioné mucho cuando leí a García Márquez, en sus memorias “Vivir para contarla” él se afirma Caribe, no caribeño. Es fuerte, eso lo acerca mucho más de esos pueblos precolombinos.

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Creolizar, ayer y hoy

Para hablar de ese mestizaje se suele hablar de Creolización.

Es un término peligroso, en realidad. Seguro que existe esa forma de creolización que puede ser vista en el buen sentido que yo he descrito hace un momento: todos esos aportes que vienen del mundo entero que terminan por crear otra realidad, que no tiene la dimensión del mundo, porque hablamos de pequeñas islas, de un archipiélago que forma parte de un país, pero que es universal porque aquí han confluido de todos los rincones del planeta.

Créole viene del español criar, criollo y define a todos los seres, humanos o animales, incluso los vegetales, toda persona, toda bestia, toda planta que no ha nacido en la metrópoli y que ha nacido en las Antillas. Así que el término Créole en el siglo XVII y hasta el siglo XIX designa al perro créole, al negro créole. En los archivos de la época se encuentran en los listados de las plantaciones, una diferencia muy clara entre los esclavos criollos y los otros, recién llegados de África, que eran llamados los Congos, aunque no vinieran de ese país. Y ese apelativo también era sinónimo de tener malas maneras, de ser groseros, maleducados, el negro bruto, salvaje.

Así vemos que el término créole tiene una utilización arrogante, condescendiente, porque es utilizado por los colonos. Son ellos los que empiezan a hablar de creolizar a los negros, para que sean más productivos, más dóciles, más fáciles de llevar. En cartas entre colonos de las Antillas y otros de Luisiana en Estados Unidos, los primeros recomiendan tener rápidamente descendencia con las esclavas, para obtener mulatos que nacen en el lugar, son educados en la colonia y que son educados con el blanco como modelo, diabolizando la raza negra, asociándola a la miseria, a la falta de libertad, a los malos tratos, al trabajo forzado y se produce una inclinación por lo blanco, la belleza es la blancura.

Francia nunca le perdonó a los haitianos que se independizaran tras la Revolución Francesa. Fueron castigados con ataques, pero sobre todo con sanciones económicas.

Exactamente, hubo un bloqueo terrible que explica toda esta miseria que persiste en Haití. El país fue dejado al margen de la humanidad, prácticamente. Ninguna de las potencias de la época reconoció a Haití como nación durante mucho tiempo. Hoy se habla de un país corrompido, pero esa corrupción es el resultado de un sistema sostenido por la dominación económica. Hoy necesitamos desembarazar a todas esas poblaciones de sus complejos, ya sean de inferioridad o de superioridad. El concepto de la negritud que acuñó Aimé César no ha sido suficiente, tampoco la creolización, así que es un tema irresoluto.

Napoleón restableció la esclavitud abolida tras la revolución, hablaba de “esos sucios negros”, se creó una suerte de campaña Antiantillas en Francia. Y su mujer, Josefina, era créole, una mujer blanca pero nacida en las Antillas y fue en ese momento que en los diccionarios se comenzó a definir a los créoles como blancos nacidos o educados en las Antillas, definición que perdura hasta el día de hoy. Desapareció la denominación de los negros créoles, no era admisible llamar del mismo modo a los esclavos que a la emperatriz. Esto no hay mucha gente que lo sepa.

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La femenitud y Haití

En el año 2010 hubo revueltas en Guadalupe, en Martinica que se debilitaron rápidamente, ¿es posible que pese tener tan cerca el ejemplo de Haití y lo caro que sale rebelarse contra el poder central?

Haití fascina y Haití da miedo. Da miedo por el ejemplo de la extrema miseria que ha sucedido a la independencia y despierta el orgullo de haber sido capaces de rebelarse, por primera vez la negritud se puso en pie. Hay en toda la región, de todos modos, un enorme sentimiento de solidaridad que se pudo constatar luego del sismo que sufrió Haití pero también una cierta condescendencia de la parte de los antillanos, incluso recelo considerando que a los haitianos les falta madurar, algunos incluso los acusan de supersticiosos, “si su vudú fuera tan poderoso no estarían en esa miseria”.

Háblenos de la Femenitud.

La femenitud es un neologismo que he creado yo misma, que retoma el sufijo latino, que es el mismo que en negritud, ya que al igual que la negritud ayuda a sentirse bien en la piel de negro, yo quisiera que la femenitud ayudara a sentirse bien en la piel de mujer. En mi libro Rue monte au ciel existe esa noción espiritual, de elevarse de la propia condición de mujer, de elevarse por encima de las obligaciones impuestas a la condición femenina. Partiendo de una catástrofe natural que tuvo lugar en 1902, la irrupción del volcán es utilizada simbólicamente como un disparador de la liberación femenina. Todas las culturas, en oriente y en occidente tienen en común que nos han impuesto el desagrado de ser mujeres. En Martinica se llega al extremo de dar nombres masculinos a las hijas.

El cuerpo de mujer es una cárcel para el espíritu.

El Creole es una lengua muy concreta, no tenemos pronombres personales reflexivos, no decimos “yo me baño”, decimos “yo baño mi cuerpo”. Esto puede venir de ese pasado de esclavitud, donde uno no se pertenecía a sí mismo y la única pertenencia que podía tener el esclavo era su propio cuerpo.

Tenemos mucho respeto por el tránsito del alma cuando abandona el cuerpo. Pero ese receptáculo para nosotros es sagrado. Cuando velamos a los muertos en las Antillas es para espantar los malos espíritus, impedirles que posean el cuerpo o el alma del difunto. Mi padre me contó de una tradición que ahora no se hace más, pero cuando él era pequeño durante todo el cortejo fúnebre había hombres que daban golpes con bastones de acacia sobre el ataúd. La acacia es un árbol que se renueva indefinidamente, siempre deja nuevos brotes antes de morir, es un símbolo de vida y de renacimiento, de resurrección. Y los golpes son para asustar a los pequeños demonios que podrían venir a atacar la integralidad del cuerpo. Por eso no se practica la incineración en Martinica y preferimos la inhumación, para a través de ese contacto con la tierra asegurarnos la inmortalidad, como las acacias.