Es bueno comprender cómo operan los consensos y cómo se llega a ellos en la dinámica de
Naciones Unidas.

Naciones Unidas está basada en la ficción de que todos los países son iguales. En el mundo real
sabemos que hay diferencias importantes entre los países dentro de la ONU. Entonces, aunque en la
Asamblea General todos los paises tienen voto, en el Consejo de Seguridad solamente cinco países
tienen el poder de veto. Por otra parte, aunque la implementación de las decisiones se da a través
de los organismos de Naciones Unidas, el 70% proviene de los paìses donantes que, obviamente,
promueven lo que ellos estiman que debe ser implementado. Así, los países que están en desacuerdo,
aunque sean mayoría, tienen claro que sus decisiones no se van a implementar. Esta dinámica hace
necesario que haya acuerdos, antes que mayoría.

Lo que las ONGs hacen, básicamente, es trabajar con las delegaciones para que contrarresten
decisiones que afectan la agenda de la sociedad civil. Pero también es necesario considerar que en
la sociedad civil hay organizaciones con diferentes posturas frente a un mismo tema, de modo que
también estos desacuerdos bloquean los acuerdos oficiales (es el caso de los Derechos
Sociales y Reproductivos, para el caso de la Declaración de Río+20).

Cuando el tiempo de las negociaciones se agota, se toman medidas para que los acuerdos no fracasen
totalmente. Es lo que ha sucedido en esta oportunidad, pues ya cerca del colapso, el gobierno
brasileño tomó la responsabilidad de sacar adelante la negociación funcionando sobre la base
de “tómalo o déjalo”. La Unión Europea hizo presión sobre Brasil, pero Brasil fue firme frente a esa
presión explicitando que, si la UE se oponía, en ella recaería la responsabilidad de esto fracaso. Esto
fue políticamente valiente.

Por otra parte, si se compara con otras negociaciones, el de Río+20 ha sido un proceso de negociación
transparete. Antes, las ONGs no conseguían acceder a las distintas versiones del documento
oficial y mucho menos a los textos colocados entre paréntesis, que son los que indican qué país asume qué postura. Muchas de las
negociaciones eran cerradas y secretas, sin ninguna transparencia. Nada de esto ha pasado en esta
oportunidad.

El documento final al que se ha llegado es bastante pobre, está lejos de ser lo que nosotros hubiéramos más o menos deseado.
Sin embargo, no es un fracaso. No se han logrado plantear soluciones a problemas. No corresponde
comparar con lo que pudimos haber logrado. Así pues, desde ese criterio, no haber perdido es ya un
éxito (como en un partido de fútbol…).

El documento no contiene el enfoque de derechos. La presión de los países que no querían
mencionarlo se dio hasta el último minuto. Sin embargo, este documento oficial hubiera podido ser una
vuelta atrás, hubiera podido ser un Río-20.

Es importante recordar esto, porque lo que sucedía mientras se construía la versión final del documento es que
muchos países temían que la Cumbre se transformara en una conferencia de Medio Ambiente y
que el concepto de Desarrollo Sostenible se cambiara por el de Economía Verde, un concepto que
en realidad nunca se definió, aunque se dedicó mucho tiempo al intento de esa definición. Así, se
mantuvo el concepto de Desarrollo Sostenible, y eso es lo que permite que se toquen temas como
la educación. De lo contrario, no estarían. Ni el tema Educación, ni muchos otros temas. En suma, el
documento lo que hace básicamente es reafirmar los principios de Río 92. No es un gran progreso,
evidentemente.

La consecuencia de que se haya diluido el concepto de Economía Verde, la principal bandera
que se quería posicionar, fue que NO hay dinero para ello. No lo hubo. Por una parte, con el
argumento de la crisis de los países del Norte, pero también (y tal vez principalmente), porque no les
gustan los resultados. Este elemento es importante, porque al no haber dinero sobre la mesa, el debate
se dio. Fue posible.

La cuestión si es un bueno o malo que así haya sucedido, tiene varias respuestas posibles. En otras
conferencias, el dinero sobre la mesa ha distrosionado la discusión. Las discusiones de contenido
quedan distorsionadas por este factor. Al mismo tiempo no está claro
cómo va a ser la implementación del documento y esto hace que, post-Río, vuelva una gran
responsabilidad a la sociedad civil, que deberá reclamar sobre la implementación de los acuerdos en
cada país.

Esta vez querían que quedara fuera el principio de responsabilidad compartida y equitativa. No lo lograron.
El G77 màs China avanzaron en estas negociaciones.

En síntesis, entre lo que era el documento y lo que sale ahora oficialmente, lo central se logró y es un triunfo. La
soberanía de los países sobre sus recursos se posicionó como innegociable.