Es desde los años anteriores a la historia independiente de los países del sur y del centro de América, en los que se celebraban rápidas y a veces furtivas reuniones, que los dirigentes no se reúnen a discutir temas propios sin estar bajo la tutela de EE.UU.
Tampoco sesionan temiendo la mirada o soportando la censura compulsiva del monarca español.

Por ahora, la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC) es una idea brillante, un proyecto, una promesa.
Hasta ahora, la CELAC es un conjunto de reuniones previas, de declaraciones de intenciones y de opiniones diversas acerca de su porvenir. Es cierto que aún no está claro si será un Foro simplemente o una Organización operativa, pero es un paso enorme, un evento de envergadura y significado similar a aquel en que a uno, siendo aún joven, le entregaban una copia de la llave de la casa.

Curiosamente, al recorrer los medios de prensa en la web y en papel, la creación de la primera entidad que congrega a los dueños de la región merece sólo algunas breves notas en las que se resaltan aspectos secundarios y no se pondera la trascendencia de este hecho.
En los periódicos españoles ‘serios’ se pueden leer algunos vaticinios sobre el inevitable fracaso futuro de la naciente instancia y en la prensa estadounidense, declaraciones cuidadosas recordando la vigencia y la ‘oficialidad’ que ostenta la OEA, como el único foro hasta ahora existente para deliberar sobre el presente y el futuro de la región.

Tan bajo perfil otorgado a un proyecto comparable en importancia al de la Comunidad Europea de naciones, tiene sin dudas sus razones.
En primer lugar, se entiende que la unión de los países latinoamericanos y caribeños es una noticia sumamente incómoda para los intereses de quienes durante dos siglos han invertido tiempo y energía así como armas y estrategias conspiradoras para mantener vivas todas las diferencias y las segregaciones que subyacen -como en todo conjunto humano- en el seno de la comunidad de nuestros pueblos. La máxima y la práctica concreta del “dividir para reinar” siguen siendo vigentes para asegurarse el acceso y el control de las inmensas riquezas que poseen nuestras tierras y mares.
Por otra parte, los medios informativos locales, cuyas identidades se dividen, ya sea en sucursales de las grandes cadenas multinacionales que tienen pautas muy precisas acerca de qué y cómo informar, o bien en vasallos de los intereses de las empresas multinacionales que lucran en la región, por lo cual no se atreven a dar luz a un evento que se desarrolla casi en la desobediencia, a espaldas de los patrones.

Con los países ocurre lo mismo que con los ciudadanos. Es muy mal visto por los poderosos dueños de las corporaciones y empresas internacionales que los trabajadores o los estudiantes se aglutinen para defender su propio bienestar. Para los partidos instalados en el poder, es peligroso que la gente se organice o pretenda -mediante plebiscitos o su opinión directa- ejercer su soberanía pasándose por alto la ‘representatividad’ que se les endilgó a través del voto. En ambos casos, se esgrime el mismo argumento mentiroso: la existencia de “un orden social, económico y natural”, con el cual se oculta la razón verdadera que no es otra que vivir bien a expensas de la precaria existencia de otros.

Hasta nuestros días la OEA, que brindó una bienvenida cortés a la CELAC, ha sido el parlamento oficial para tratar los asuntos que competen a nuestra vida social y política. En palabras sin ambages, ha sido el único organismo validado para diseñar y asegurar las políticas que han permitido que los países de la zona estén al alcance de la zarpa depredadora. Para cumplir con ese propósito no ha titubeado, a lo largo de 60 años, en incurrir en cientos de declaraciones y actuaciones vergonzosas: Cuba, Santo Domingo, Granada, Panamá, Haití, son algunas de las naciones hermanas atropelladas o invadidas ante el silencio cómplice de una organización cuya único cometido bien logrado es el de asegurar buenos sueldos y cómodas plataformas de trabajo y de viajes a quienes trabajan allí. La OEA, cuya sede está en Washington, nunca ha cumplido (al menos a tiempo) con sus mandatos primordiales que son la defensa de la soberanía y la dignidad de los países que la sustentan.

Aunque tímidamente y con pocos bombos, en estos días se está sosteniendo un encuentro prometedor en Caracas. Es un intento de ponernos los pantalones largos o de dejarnos crecer el bigote. En este momento histórico caracterizado por la violencia sin trabas y la más absoluta falta de escrúpulos en política internacional del último -y desesperado- intento de consolidación imperial de E.E.U.U. ¿Nos darán permiso para fumar, de nuestros propios tabacos? ¿Salir hasta más tarde, para ir a festejar con nuestra propia música?
¿No serán muchas nuestras ínfulas, al agregar un organismo regional autónomo al ya creado canal de TV alternativo -TELESUR-, o a la Unión para la Integración y el Desarrollo -UNASUR- o a los pactos comerciales firmados entre nuestros países?

La región de América Latina y el Caribe está conformada por 41 países en los que viven casi 600 millones de personas. En ella se hablan más de 600 idiomas y su diversidad cultural es muy extensa. Acá están las mayores reservas hídricas y de biomasa leñosa en la tierra, con 5 países entre los de mayor mega biodiversidad biológica. Nuestra región tiene las reservas de tierras cultivables más grandes del mundo, estimadas en 576 millones de hectáreas.
Existen aún miles de pequeñas y medianas naciones y pueblos al interior de los países que no viven de acuerdo al modelo único globalizado (no frecuentan ni Mall’s ni Mac Donalds) y mantienen vivos valores que ya han desaparecido en el mundo “moderno y progresista”.
Pero también, en América Latina y el Caribe se presentan los mayores niveles de desigualdad socioeconómica del mundo. El 10% más rico percibe 48% de los ingresos totales, mientras que el 10% más pobre sólo percibe 1.6%.

A diferencia del ‘primer mundo’, los modos de comunicación y de intercambio son variadísimos y no están concentrados en 4 enormes corporaciones como en Europa o Estados Unidos (las mismas que no informan sobre el nacimiento de la CELAC). Lo que comemos y vestimos puede variar cada 50 kilómetros, distinto a lo que viven casi mil millones de europeos y estadounidenses que se surten todos en las mismas 4 o 5 cadenas alimenticias o tiendas multinacionales. Las creencias y los dioses son múltiples, así como los caminos y prácticas para llegar hasta ellos, contrariamente a tantos pueblos ‘avanzados’ que se han quedado sin ningún dios, sacrificándolos a todos en el único altar autorizado: el cajero de alguno de los 7 bancos que son dueños de todo, incluso de la tranquilidad de quienes depositan en ellos sus dineros y hasta del espíritu de quienes les creen.

Quieran todos estos dioses locales extender sus fuerzas e influencias para que la CELAC, esta promesa de soberanía, entendimiento y dignidad, se materialice en nuestras tierras.