Una jovencita veinteañera que se sentía adulta, tomando la cartera con el Rut cortado en la consulta lastimera que dio origen a la constitución del 80.
Pongo limón y sal, una polera de recambio por si nos toman presos, por si nos lanzan bombas lacrimógenas, por si nos empapan con el guanaco.
Vuelvo a sentirme saliendo como loca de dolor y asombro, al centro, al Ictus, donde estaba Don Roberto Parada y su tristeza inabarcable. Don Roberto, actor de voz conmovedora, padre de José Manuel, uno de los degollados arrojados en un camino cualquiera. Don Roberto, nuestro maestro, nuestro colega.

Salí con ropa negra sin pensarlo y fue como sabiendo que se nos vendría la muerte encima,
implacable,
tremenda,
una piedra que cayó en nuestros cuerpos para aniquilarnos.
No pudo con todos.
Recuerdo a Estela Ortiz, bella, desencajada.
Salió en la televisión llorando y preguntándonos a tod@s a gritos destemplados.
Nos preguntaba a tod@s l@s que la mirábamos atónit@s y asustad@s *“¡¡¡¿Hasta cuando?!!!”*.
¿Se acuerdan?

Cada vez que leo o miro noticias que hablan de esos tiempos me salen océanos de lágrimas desde lo más profundo de mi cuerpo. Y no solo noticias de muertes y barbaridades, también cuando veo los 80, “Actores Secundarios”, cuando oigo música que me lleva a ese espacio que quedó detenido, sin procesarse como deben procesarse los grandes acontecimientos que nos marcan la vida.

Ayer, dos amigas actrices relataban en mi casa, cómo estaba siendo la experiencia de hacer una serie en TVN sobre los derechos humanos en tiempos de dictadura y describían la emoción incontenible, la pena, la tristeza y la ira escondida al fondo, fondo, del alma. *“Nadie del equipo podía parar de llorar desconsoladamente.”*

¿Estamos pegados en el pasado como nos dicen despectivamente los que apoyaron esos 17 años de tragedias y terrores, también los que lucharon porque se acabara de una vez, también los que no se enteraron de nada, los que prefirieron no enterarse, los que no se involucraron? Asomarse a ese pasado apesta, no gusta, pica. Nos han tildado de amargados. Nos han conminado a dar vuelta la página para atender la imperiosa necesidad del futuro.

**Yo también quiero futuro pero… ¿Qué hago con lo que tengo adentro?**

Quiero el tiempo que no nos dimos como nación soberana para recorrer el camino paso a paso. Quiero hacer preguntas, todas las preguntas. De verdad lo necesitamos, lo necesito, para que estos diez puntos tatuados en mi cabeza dejen de doler. ¡¡¡Y no se trata de revisar atrocidades!!! Ni siquiera se trata de hacer justicia. Tampoco de victimizar.

Es que nos prohibieron llorar, hacer el duelo. Y lo más importante, nos arrebataron la posibilidad de hablar del tema, descubrir hondamente lo que esos horrorosos años de dictadura significaron para cada una y cada uno de los habitantes del largo país a punto de caerse al mar. Resultó de mal gusto seguir dándole espacio a esa conversación ciudadana. Todo lo que nos pasó fue y sigue siendo la piedra que impide entrar al futuro.

Lo que nos obstaculiza para construir una verdadera democracia, moderna, amorosa.

Lo que nos impide ser un país desarrollado de veritas y no esta patética réplica de uno. Hacemos como si fuéramos uno arrastrando nuestros pendientes. Hacemos como si fuéramos uno llenándonos de riquezas, espejos de vidrio, cuentas de colores.

¡¡¡No entraremos al futuro porque falta descubrir qué pasó en el alma de este país!!!

No importa que los niños y niñas de la patria ya no sepan qué es una dictadura, quien era Pinochet, Manuel Contreras, los desaparecidos, la crisis del 80.

Les hemos trasmitido eso que hay que descubrir cuando los hemos amamantado, cuando los miramos con eso que empaña nuestras pupilas, cuando hacemos el amor sin terminar de gozar del todo.

Aquí hay que sentarse a hablar, ¡por la misma mierda! y de una vez, qué pasa con la gente de una patria sometida al toque de queda por largos años.

Una patria sometida a prácticas autoritarias, a tardes eternas mirando Sábados Gigantes y Maluendas y piluchas y Vogdanovics y festivales mientras mataban, torturaban, exiliaban a nuestr@s compatriotas.

Hay que preguntarse qué huella dejaron los allanamientos en poblaciones, los encapuchados que delataban.

Preguntarse qué pasó con los hombres de Chile amedrentados a propósito para que nunca más sacaran la voz viril.

Qué pasó en el ADN de tod@s acostumbrándonos a vivir con autoridades que mentían y no importaba.

Qué dejó instalado en la convivencia el haber pasado tantos años callad@s, con políticas económicas impuestas y sin debate, sin tener derecho a opinar en relación a nuestros destinos individuales y nuestros destinos como ciudadan@s.

Qué nos ocurrió a tod@s viviendo marginados de la cultura y el arte, de la información amplia y diversa, de la libertad de expresión.

**Todo esto deja huellas y hay que conversar y descubrir. ¡Cuál es la textura de ellas, su color, la profundidad de la marca?**

Hoy nos parece natural vivir con tanto miedo a que nos despidan del trabajo si sacamos la voz, si pedimos que se respeten nuestros derechos.

Nos parece natural que nos tomen presos si salimos a protestar por algo que, como ciudadanos del país democrático, no nos pareció correcto.

No nos hacemos cargo del conflicto mapuche. Se ha torturado a los peñis para que confiesen culpas, se han aceptado como pruebas legítimas lo que dicen testigos encapuchados.

Nos parece natural que no se hable, que no haya diarios y revistas con otras voces.

Vemos como las autoridades actuales y las anteriores plantean, con total impunidad, que estar en desacuerdo es ser antipatriota, atentar contra la unidad nacional o, irresponsablemente, poner en riesgo nuestra democracia.

Vivimos en un clima de amenazas solapadas, sutiles, que operan desde lo más profundo.

No somos felices, estamos dormidos, asustados de que pase algo terrible, no tenemos ganas de hacer el amor, mórbidos, endeudados, dopados, hablando de plata.

Hay que abrir la conversación, no sobre lo que pasó, sino hablar de las profundas consecuencias sociales, humanas, políticas que ese modo tuvo sobre nosotr@s.

Quiero sentir y creer que la tormenta se ha desatado adentro
arrasando con el equilibrio precario
de los pendientes que habitan.

Hoy es tiempo de empaparse y tiritar bajo el cielo negro
y que Dios nos pille confesados porque es hora de conversar.

La tormenta viene a despertar lo que está dormido
y hoy empieza a tronar.