La guerra entre tamiles y cingaleses duró más de 25 años, ha causado el doble de muertes que el tsunami y ha desplazado a más de 600 mil personas, obligando a refugiarse a cientos de miles de personas en la India y en otros países. Este maremoto político se ha prolongado demasiado y ha sido extremadamente costoso para este pequeño país de mayoría cingalesa. Los cingaleses (hinduistas) son el 83 % de la población, mientras que los tamiles (budistas) representan la primera minoría étnica con casi el 10 %.

En 2009 el gobierno esrilanqués barrió con la guerrilla Tamil de los Tigres de Liberación de Eelam Tamil, llegando a la cifra proyectada por el ejército de eliminación de 5 mil guerrilleros, aunque la sangre derramada asoma por todos los rincones si a esto les sumamos los 6.500 civiles muertos durante esta última ofensiva, según cálculos de la ONU.

**Del desastre natural al político**

La República Democrática Socialista de Sri Lanka es un paraíso natural, con unas flora y fauna exhuberantes y no contaminadas. Si bien el turismo fue siempre una de las grandes fuentes de ingresos de la isla, el desarrollo de esta economía había sido moderado; a causa de la imposibilidad de utilizar las playas como atracción turística. Era en ellas donde vivían cientos de miles de pescadores con sus familias.

Aprovechando la crisis asiática de finales de los ’90, que afectó toda la región, un grupo de inversores convencieron al gobierno ceilanés que el negocio era la explotación turística, utilizando como modelo a Bali. Pero el gobierno no supo convencer al resto de su ciudadanía que no veían ninguna utilidad en convertirse en un complejo hotelero 5 estrellas. El tire y afloje duró muchos largos meses. Los pescadores se organizaron y cortaron los suministros del país, concienciando al resto de la población. Las playas seguirían siendo de todos. Hasta que en diciembre de 2004 el tsunami arrasó las costas ceilanesas. Y lo que no pudieron las ideologías y la política, lo pudo la desesperación.

Las familias de los pescadores lo perdieron todo y fueron cobijados en tiendas en el interior de la isla, evitando así el desplazamiento hacia sus lugares habituales de subsistencia. Esos campamentos fueron una cárcel para este movimiento anticapitalista, haciendo que la gente tuviera que preocuparse por las enfermedades y el hambre antes que por las políticas de privatización que estaba llevando adelante el gobierno. Los inversores tenían el cuchillo preparado cuando las aguas todavía no habían bajado y estaban plagadas de cadáveres hinchados.

Las ayudas del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se ofrecían a cambio de la privatización de los servicios, del permiso de construcción a las cadenas hoteleras y al despido masivo de empleados públicos. La receta que todos conocemos bien y que tan buenos resultados da a las grandes corporaciones.

Chandrika Kumaratunga, presidenta del desastre, justificó el tsunami como una señal de la naturaleza que Sri Lanka no podía seguir negándose al progreso. El mesianismo de la presidente hundió a su pequeño país en el neocapitalismo más puro y sanguinario. Pero como el parlamento estaba dividido y quedaban muchos opositores a esta entrega del patrimonio nacional a las potencias extranjeras, la mandataria instrumentalizó la situación de emergencia creando una supercomisión que se encargaría de la reconstrucción de Sri Lanka luego de la devastación provocada por el tsunami. Una comisión con poderes absolutos y que administraría la totalidad de las ayudas internacionales. Un terremoto político en toda regla siguió al maremoto natural.

Con la oposición encerrada en sus refugios de hambre y hacinamiento, el camino de la industria hotelera estaba limpio. Para evitar que el resto de la población se opusiera a esta desproporcionada destrucción del patrimonio nacional el gobierno que sucedió a Kumaratunga, el de Mahinda Rajapaksa se enfrascó en una cruzada contra los tamiles que justificaba los gastos militares y ponía la prioridad nacional lejos de las necesidades de su pueblo, sirviéndole además esta victoria para ser reelegido presidente.

Es así como el primer país del mundo en tener un primer ministro mujer, en 1960, se ha convertido en uno de los últimos en adoptar el modelo económico feudal del siglo XX. Toda similitud con la utilización de las crisis financieras por parte de los Bancos para que los gobiernos acepten sus recetas y se opongan así al sentir general de las poblaciones es pura constatación de como se utiliza el shock provocado para inocular el veneno que permite a unos pocos quedarse con lo que es de todos.

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