**Una historia recurrente**
Cada vez que los grupos ecologistas, los expertos medioambientales, o los dedicados a la gestión del riesgo hemos tratado de llamar la atención sobre los riesgos y amenazas de todo tipo a los que se enfrentan las sociedades avanzadas y la necesidad, por tanto, de abordarlos de otro modo, la respuesta ha sido la misma: somos unos agoreros, unos catastrofistas y nuestras posiciones son ingenuas y además suponen un freno para el desarrollo. Se nos acusa, incluso, de ignorantes, al desconocer los grandes avances tecnológicos que, según los defensores a ultranza del desarrollismo, garantizan la calidad de vida y el confort en nuestras sociedades.

Es más, en los últimos años los defensores de la energía nuclear han tratado de argumentar que esa forma de energía era la más “limpia”, la que menos contribuía al cambio climático y que menos riesgos entrañaba. Las presiones del lobby pronuclear en la mayor parte de países desarrollados han sido tan fuertes en la última década que habían logrado la “conversión” de algunos partidos políticos y antiguos opositores a la causa nuclear ¿Qué reflexiones hacen ahora? ¿Qué enseñanzas de futuro habría que sacar de la crisis japonesa?

**La sociedad del riesgo**
Hace ya más de una década, el sociólogo alemán Ulrich Beck propuso el concepto y el término de sociedad del riesgo, para referirse al hecho de que en numerosas sociedades el proceso de modernización y desarrollo ha ido creando nuevas amenazas que suponen nuevos riesgos de los que estas sociedades no son conscientes, o minimizan de modo interesado. Evidentemente, se trata de amenazas de muy diversa índole, naturales, tecnológicas, antrópicas, de carácter social, medioambiental … que van acumulando en la sociedad elementos de riesgo, ya que para muchas de ellas no se poseen mecanismos que permitan enfrentarlas de modo adecuado. El alocado proceso de urbanización de zonas pantanosas, en ladera, en las cercanías de las costas, la canalización y dragado de ríos, por poner solo algunos ejemplos, han incrementado el riesgo de inundación, desprendimientos, deslaves,… y provocado numerosos desastres en zonas donde antes no sucedían. Y con mucha mayor población expuesta a estos fenómenos.

La llamada ola invernal en Colombia con la inundación de casi la cuarta parte de la superficie del país, o el creciente número de desprendimientos en muchos municipios de Brasil en los últimos meses, son evidencias de decisiones imprudentes justificadas en su día por el sacrosanto progreso y el desarrollo. No son culpa del fenómeno de la Niña. Y la construcción de numerosas centrales nucleares en zonas costeras y con un elevado grado de sismicidad también debe ser vista de este modo.

Es cierto que la probabilidad de ocurrencia de ciertos fenómenos –un terremoto de caso 9 grados en la escala de Richter- es baja, pero en la planificación del desarrollo de deben considerar los peores escenarios y las peores hipótesis y no emprender huidas hacia delante que a la larga generan más problemas. Los expertos hablan de construcción social del riesgo ya que es la sociedad la que lo amortigua o amplifica. No son los fenómenos naturales los causantes del desastre, sino la interacción de estos eventos con sociedades que no han sabido preverlos y prepararse ante ellos. Y si, además, han sumado a las amenazas naturales otras de tipo tecnológico el resultante de la ecuación es claro: desastre total. Apocalipsis.

**Recuperar los esfuerzos en reducción del riesgo**
Japón ha sido un país pionero en la gestión de riesgos y no es casual que fuera allí donde se aprobara, en el año 2005, el Marco de Acción de Hyogo que hace de la reducción del riesgo de desastres su eje central. No podemos evitar todos los desastres y por ello debemos prepararnos para reducir su impacto. La sociedad japonesa lleva siglos incorporando a su cultura y sus comportamientos esta lógica de que hay que preparase para las peores eventualidades. La actitud de los ciudadanos japoneses estos días es buena muestra de ello. Si no hubiera sido así, la tragedia hubiera sido aún mayor. Pero lo acontecido tras el terremoto del día 11 de marzo debe hacer reexaminar, tanto en Japón como en el resto del planeta, los viejos análisis sobre los riesgos a los que nos enfrentamos y hacernos conscientes del elevado grado de vulnerabilidad de nuestras sociedades. Incluso de las más poderosas y aparentemente ricas y desarrolladas.

**Francisco Rey Marcos es Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)**