La participación sudamericana no pasó desapercibida, por varios motivos: las delegaciones hispanohablantes fueron una auténtica minoría, algunas de las presencias fueron de gran prestigio, como las de Quino, Hermenegildo Sábat o María Kodama, pero por sobre todas las cosas, por el nivel mostrado por las nuevas generaciones de autores, que han dado un soplo de aire fresco dentro de un salón volcado por completo a los Best Sellers y dando un espacio mínimo al intercambio de puntos de vista, de ideas.

Ya desde el discurso inaugural a cargo del ministro Mitterrand y con el beneplácito del antiguo ministro de cultura socialista Jack Lang se daba inicio a una inocua exposición de las casas editoriales y afines, con un malogrado espíritu de incluir como invitados a los escritores de Outre-Mer, los cuatro departamentos que pertenecen a Francia pero que se encuentran lejos de su territorio (la Isla de Guadalupe, la Martinica, la Isla de la Reunión y la Guyana).

Las letras nórdicas fueron los invitados de honor, aunque la sensación es que no despertaron un interés extraordinario.

El jueves inaugural tuve la oportunidad de conversar un momento con Quino, que se mostró preocupado por la situación global, en concreto habló de Japón y mantuvimos una breve entrevista en la cual argumentaba su esperanza: “Todas las denuncias que pueden aparecer en mis obras tienen la esperanza de intentar cambiar a alguien, hacer reflexionar”, estuvo de acuerdo conmigo en que su obra siempre fue muy respetuosa de la paz y la noviolencia: “Yo he intentado siempre guiarme por esos dos valores”. Más de 45 años después de la paternidad de Mafalda, admitió que ella continuaría consternada: “Lo que pasa en el mundo es muy preocupante, la cosa va de mal en peor”, agregó para contrarrestar la esperanza y mostrar ese toque paradójico que inunda su obra.

En todo caso ese militantismo de forzar la esperanza ante el desánimo se ha mostrado una constante en la mayoría de los autores australes. Si bien se escribe desde lo más oscuro, desde situaciones límites, el anhelo es de dar, incluso a través de retratos sombríos, una reacción ante esos hechos, una reacción que sería esperanzadamente transformadora.

Fieles ejemplos de esta dicotomía fueron los denominados “Nuevas voces de la literatura argentina”, un cuarteto conformado por Martín Kohan, Oliverio Coelho, Hernán Ronsino y Andrés Neuman. Todos nacidos entre 1967 y 1977 y con varios libros publicados en su historial.

“La magia de la literatura es apropiarse de algo que hacemos todos, todos los días y hacer otra cosa. Las palabras en la literatura se convierten, utilizando la misma materia prima que todo el mundo, el escritor consigue crear un universo nuevo” comenzaba el debate Kohan, profesor universitario de la Universidad de Buenos Aires. “Incluso cuando ciertas palabras tienen potencia propia, histórica, política, la literatura que me interesa es la que no se subordina a esa realidad política que por su propia potencia tiende a imponerse” agregaba, mostrando desde el vamos un inconformismo y un compromiso estético no desligado del compromiso político. Andrés Neuman acompañaba esos dichos, intentando escapar de la obra que intenta demostrar una tesis política, donde “ el mensaje político viene de la obra y no viceversa”. Defendiendo al mensaje implícito y no la explicitez de la política pura.

Ronsino, a su vez, quiso aclarar que esta generación “debe comenzar siempre por dar explicaciones, aclaraciones sobre compromiso y política, dos palabras que resultan muy indigestas para esta generación”. Aunque sean dos conceptos inherentes a todas las obras de estos cuatro autores.

Kohan retoma la palabra para intentar descifrar esta generación “Nuestro legado es la duda. Venimos después de Sartre que excluyó a la poesía de la obra polítizada”, animando la discusión sobre el lenguaje y si el compromiso viene delante o después de ese lenguaje.

Estos autores inquietos, insatisfechos por naturaleza, hijos del Río de la Plata, que como definía Oliverio Coelho es “el centro de irradiación kafkiano de Latinoamérica” muestran sus cartas y sus trabajos se muestran complejos y atrevidos, excitantes y difíciles. Es un interés legítimo el de andar caminos nuevos, rechazando la maquinaria literaria que describía Kohan “que permite cada cierto tiempo encender la máquina y producir una obra con todo lo aprendido”.

Ellos prefieren el salto al vacío de acometer nuevas obras en terrenos desconocidos, Neuman lo definía de manera radical “Yo soy un fanático de los contrarios, si hice una obra como los microrelatos, después me voy al contrario y hago una novela de casi 600 páginas”.

Esa búsqueda incesante da muestra de fuertes inquietudes estéticas y de un afán de superación artístico muy marcado, un verdadero café porteño. Con las paredes plagadas de hermosos dibujos de Sábat ilustrando a sus héroes del tango, fundamentalmente Gardel y Troilo.

Las visitas del jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires Mauricio Macri o de María Kodama, dieron la impresión de un acto menos lucido y menos vitalista, sin embargo el empuje de estas jóvenes plumas arrasaron con las inercias de los poderes establecidos, incluida la sombra inconmensurable de Jorge Luis Borges.

Oliverio Coelho es autor entre otros de “Borneo”, “Ida” y “Parte doméstico”.

Martín Kohan, por su parte ha publicado “Diecisiete segundos fuera del ring” y “Ciencias morales”, entre otros.

Andrés Neuman, presentaba la edición francesa de “La felicidad, o no” y es autor de “Bariloche” y “El viajero del siglo”, entre otros.

Hernán Ronsino, autor de “La descomposición” y “Último tren a Buenos Aires” nació en Chivilcoy en 1975.