Una pasividad criminal, puesto que hay grupos armados no identificados que están atacando a los instigadores de esta revuelta social. No a las caras públicas, si no a esos militantes anónimos, esa gente que moviliza a sus vecinos y que son referentes en sus barrios.

Estos grupos paramilitares están persiguiendo a sus objetivos. Los van a buscar a sus casas, se los llevan detenidos delante de su familia y de sus vecinos, que claman y exigen a los militares que intervengan, que defiendan a las personas pacíficas y desarmadas.

El pánico empieza a instalarse en la población, extremando las precauciones, evitando quedarse frente a las ventanas, intentando mantenerse conectados con la familia, con los vecinos, protegiéndose los unos a los otros.

La confianza que sentían los manifestantes con la protección que podía brindarles el ejército frente a la policía y los servicios de inteligencia, se ha roto. El ejército está siendo en estos momentos cómplice de estas agresiones.

La reacción es urgente, tanto a nivel local como internacional, cada uno desde su sitio, multiplicando los gestos que logren evitar que esta maravillosa unión plural y no violenta que ha movilizado al pueblo egipcio no degenere en una masacre.

Los gritos de libertad no pueden ser silenciados. Los gritos de libertad deben ser reforzados por la exigencia internacional de terminar con la violencia. Una violencia orquestada desde el poder para intentar crear una situación de terror capaz de paralizar este clamor.