Seguramente una gran mayoría de la población mundial está de acuerdo en que el Tibet debiera recuperar su independencia de China. ¿Por qué? Porque muchos han tenido la oportunidad de enterarse de que China invadió ese país y lo anexó a su propio territorio como una provincia más. Otros tantos no lo saben, pero solidarizan con el Dalai Lama y su reclamación. Es bueno preguntarse si habrá alguna diferencia entre esa apropiación de territorio y otras, como el caso de los resultados de la guerra del Pacífico.

Hay muchos otros territorios en el mundo que les han sido arrebatados a sus pueblos propietarios por medio de guerras o invasiones y tal cosa es tan poco aceptable como que alguien más grande o más armado venga y le quite a uno su billetera o su bicicleta. Es cierto que hoy en día los mapas políticos están algo más estables y las invasiones no buscan conquistar territorios sino asegurar la obtención de las materias primas que se encuentran en territorios ajenos. Siguiendo con el símil, es como si esa persona más grande no le arrebatara nada a uno pero sí usara nuestro propio baño a la fuerza para asearse porque él no cuenta con uno.

Quisiéramos pensar que esta forma violenta de avanzar por la vida encaja cada vez menos con las aspiraciones que hoy se tienen de un mundo mejor y que esa metodología guerrera y bárbara, no sólo no concita adhesión sino que se estaría incluso dispuesto a la reparación de actos pretéritos de esa odiosa naturaleza.

La actual coalición en el gobierno chileno abre esperanzas para quienes sueñan con una América del Sur unida, integrada y sin conflictos. Esta vez no se debe solamente a que un representante de los que tienen voz pone el tema de la mediterraneidad de nuestros vecinos sobre la mesa… esta vez, esa voz viene de una esfera de poder que está dando muestras de querer resolver antiguas agendas pendientes.

No sabemos si lo enunciado por el parlamentario Longueira tiene origen o no en una nueva sensibilidad epocal, pero sí nos alegramos de que el tema del mar para Bolivia se lo quiera resolver de un modo u otro, pero RESOLVER, que es un verbo que la actual administración chilena está conjugando mucho más allá de lo que muchos esperaban y eso está muy bien.

Más allá de cualquier orden mundial pasajero y acomodaticio a los más fuertes del momento, todo acto de violencia o de despojo deja heridas que difícilmente cicatrizan en su totalidad. Por otra parte, todo acto de reparación da cuenta de una voluntad de cicatrizar, de sanar, que independientemente de sus resultados, apacigua el dolor y suaviza la relación entre agresor y agredido. La voluntad de querer resolver esta antigua, molesta y confusa situación sin duda irritará a mentes burdas que valoran lo material, los metros cuadrados de patria o las riquezas minerales que puedan yacer bajo el suelo del desierto, pero quienes avizoran una nueva Nación Humana Universal valoran cualquier iniciativa que pavimente el camino a la concordia y a la buena vida en la tierra en común en la que nos tocó nacer a los habitantes del sur de América.

Convocar a un plebiscito y hacer las reformas constitucionales pertinentes para su viabilidad sería un gesto que va por ese camino. Si no se resolvieran con él las cuestiones prácticas de metros cuadrados y deslindes soberanos, al menos se resolvería un tema pendiente y confuso que se ha traspasado a quienes viven en este siglo y que siguen dudando si es mejor vivir en alianzas y unidad según dictan algunos discursos latinoamericanos o lo válido es el éxito individual o nacional aún a costa de amenazas, soberbias trasnochadas o gastos militares absurdos.

¡Muy bien Senador Longueira! Sin duda usted también vibró con la creación de todo Pacto Andino, con la ALALC, con la tan a mal traer OEA y con cada intento de hacer de América del Sur una gran nación que nos cobijara amorosamente a todos. Usted, como muchos, seguramente querría que esa herida que nos perturba y que se ha prestado a tantas manipulaciones dolorosas, ¡cicatrice de una vez!