El desgobierno continuado, gabinetes creados en madrugadas de desvelo, con requechos de diferentes partidos, de diferentes facciones, de diferentes proyectos, no han hecho más que agudizar una crisis, que no es francesa sino global. Que no es económica, sino estructural. Y Francia es un fantástico ejemplo de escándalos y fastidio.

Usando la vieja táctica de discutir el número de manifestantes no se discute sobre las exigencias de esas personas. Pretendidamente utilizadas, arriadas como si fueran entes sin ideas propias, la gente que ha salido a la calle se siente insultada por el gobierno cuando así los describe.

Sesudos intelectuales quieren despegar la efervescencia actual del mayo del ’68, hablando pestes de estos jóvenes que no saben la Internacional y que se manifiestan por la jubilación sin haber entrado, siquiera, en el mercado laboral.

Bueno, lo cierto es que fuera del pote de mayonesa donde esos intelectuales viven, pasan cosas. Y esos jóvenes no reclaman por su jubilación, sino que se solidarizan con sus padres, sus abuelos, sus vecinos. Y aprovechan estas acciones para reclamar su lugar, dejar de ser vistos como un peligro, como una generación de fracasados prematuros.

Pero las calles también están bañadas por otras luchas: los sin papeles, las mujeres exigiendo un trato igualitario al hombre, profesores que no quieren seguir en condiciones de precariedad y abandono, personal sanitario que no quiere seguir esta inercia reduccionista, entre otras tantas luchas.

Porque la ley de aumentar la edad jubilatoria es la punta de un iceberg. Donde no son medidas aisladas para paliar la crisis, sino un bloque de ajustes para mantener un status quo cada vez más asfixiante. La repartición del capital está en juego. Sarkozy ha dispensado de impuestos a las grandes fortunas, ha liberalizado la producción en países tercerizados, ha flexibilizado las reglamentaciones laborales dejando a los trabajadores sin derechos, está desmantelando todo el sistema asistencial y prepara el desembarco masivo de la educación y la salud privadas.

Hay un sistema de ideas por el cual son los trabajadores, las mayorías, quienes pagan los platos rotos, quienes cubren los gastos. Pero a fuerza de hacerlo, la disparidad se ha hecho insoportable. Las empresas que antes repartían sus beneficios en un 70% para los empleados y un 30% para el capitalista, han visto aumentada su cuota hasta un 40% hace un par de décadas y ahora van a por el 50%. Lo que hace esto insoportable es que cuando el trabajador disponía del 70%, también disponía de vacaciones pagadas, de un sistema de salud y una educación de calidad, una jubilación asegurada, con el 60% esa tendencia comenzó a agrietarse y ahora con el 50% debería hacerse cargo de la medicina prepaga, de la escuela y de la jubilación privadas. Las entidades bancarias, benefactoras por excelencia, serían la solución otorgando préstamos para que la plebe pueda seguir endeudándose y mantener su nivel de vida.

En Argentina cuando asumió el gobierno hiperliberal de Carlos Menem, su jefe de ministros expresó lo que sería el decálogo menemista para salvar al país y llevarlo al primer mundo, su primer punto era: “Nada de lo que deba ser estatal, permanecerá en manos del estado”.

En Francia, se está llegando a esos niveles de cinismo. He ahí el por qué de los millones de franceses en las calles y he ahí el por qué de tanto ninguneo en los medios para con esos manifestantes.