*por Nicolás Guerra Aguiar*

El soldado norteamericano Bradley Manning, de veintidós años, destinado en Irak, servicio de inteligencia militar, será juzgado -y, por tanto, condenado- por un consejo de guerra que presidirán altos mandos de su propio Ejército. La acusación, gravísima: «Robo y difusión de vídeos [operación militar en Bagdad, 2007] y mensajes altamente secretos», enviados estos por el Departamento de Estado. Se le inculpará, también, de la revelación de miles de documentos sobre la guerra en Afganistán.

El primer vídeo (video, en América) notaría que un periodista, un conductor de la agencia Reuters, y otros civiles, fueron asesinados por los bombardeos de helicópteros norteamericanos en Bagdad. El segundo, supuestamente, descubre el exterminio de cien civiles en Afganistán, 2009.

El Ejército USA lo detuvo y, hasta el momento, sigue encarcelado, aunque también es cierto que nadie, desde instancias superiores, intermedias o básicas, ha desmentido la realidad de las imágenes y de las palabras, ni tan siquiera el Premio Nobel de la Paz, señor Obama, su presidente y, por tanto, comandante en jefe.

En la ficha del soldado, el Ejército escribió la voz «humanista», término que proviene del siglo XIV (Renacimiento italiano), referida a las personas que participaban de un pensamiento intelectual con predominio de la razón. Así, estima el Humanismo que los hombres poseen capacidades -como seres racionales que son- para hallar la verdad, aunque también consideró como humanistas a quienes se dedicaban al cultivo de las letras y las artes, estudiaban el mundo clásico de Grecia y Roma y, además, intentaban comprender los porqués de la existencia. Considera, en fin, que se puede ser feliz si se respeta la vida humana, y que el poder político no puede imponer su ideología sobre la razón, la capacidad de pensamiento del hombre.

Visto lo visto, creo que el Gobierno norteamericano (USA) acierta cuando etiqueta al soldado Manning como «humanista» (o «muy peligroso», da igual), es decir, como persona que no acepta los imperativos de la fuerza, de la violencia, como ser pensante que reclama la razón, guía fundamental en el comportamiento humano. Razón que, además, se impregna de las letras, de las sensibilidades, de la cultura clásica.

Que un joven de veintidós años -servicio de inteligencia- haya difundido o enviado material visual y escrito a un medio de comunicación sobre asesinatos cometidos por su Ejército (y callados por la Administración), aun a sabiendas de que en EE. UU. será considerado como traidor, me lleva a la afirmación de que sí es un «humanista», un ser racional, un joven que se sitúa por encima de pasiones y locas arbitrariedades.

Llama la atención, bien es cierto, que entre los cientos de miles de jóvenes soldados USA de hoy -apasionados, irreflexivos, fanáticamente imbuidos de designios mesiánicos- haya uno, como el soldado Manning, que no acepta la misión redentora de su país en aquellas tierras desconocidas, aunque cargadas de millones de bolsas de petróleo, única obsesión de las empresas -y, por tanto, de la Administración-, por más que los depósitos rebosen con la sangre de los inocentes.

El soldado Manning me recuerda -aunque fueron otros tiempos- a los soldados norteamericanos que se manifestaron en EE. UU. para exigir la retirada del millón de compatriotas que permanecían en Vietnam, enviados con engaños y estafas, y donde miles de ellos perdieron brazos, piernas, nobles sentimientos, juventud, y peor aún: la dogmática creencia de que su país actuaba en nombre de la libertad, de la democracia, de la justicia social.

El soldado Manning será condenado, irremediablemente, a miles de años de cárcel. Y lo acusarán de todo y, sobre todo, de su condición de «humanista», es decir, de hombre que usa la razón frente a la barbarie de los asesinatos. Será condenado por denunciar que la felicidad no es alcanzable si no se respeta la condición humana. Pero, sobre todo, porque fue capaz de pensar por sí mismo. Ese es su gran delito.

*Fuente:* Diario «La Provincia», Las Palmas de Gran Canaria.