Julián Miglierini – BBC Mundo

«Una industria manchada de sangre», acusan. La industria se defiende afirmando que constituye un sector vital para la economía de muchos países y un elemento clave para la seguridad de la ciudadanía.

En pocos lugares esa posición defensiva es tan patente como en la DSEi (Exhibición Internacional de Equipamiento y Sistemas de Defensa, por sus siglas en inglés), que se está llevando a cabo estos días en Londres.
Y no se trata sólo una defensa semántica, sino también física.

Cercado por un megaoperativo policial similar al que se vio en abril pasado, cuando fue la sede de la reunión del G-20, el centro de exposiciones ExCel alberga a más de 1.300 expositores que quieren mostrar lo último en tecnología militar y establecer contactos para futuros negocios.

Y aunque la recesión mundial está impactando de manera fuerte a los gastos de defensa, el despliegue en la feria londinense disimula cualquier tipo de recorte presupuestario.

Intereses

«¡Estamos hablando de armas, no de patatas!», exclama en su teléfono móvil uno de los asistentes antes de entrar a la feria, envuelto en alguna transacción con un misterioso cliente mientras hace la cola para entrar.
Así queda plasmado el objetivo comercial de esta feria, en una industria que funciona gracias al billón y medio de dólares al año que los países del mundo invierten en defensa.

Estas ferias proveen a los gobiernos una oportunidad de encontrar, bajo un mismo techo y con cierta privacidad, gran parte de la oferta mundial de productos y servicios para sus fuerzas armadas.

El interés estratégico de un país como el Reino Unido por fomentar su propia industria de defensa es claro y por ello, junto a socios privados, son los que organizan esta feria.
El Reino Unido es uno de los principales exportadores de material de defensa del mundo y en el sector trabajan más de 300.000 británicos.
Y por ello, es la agencia de promoción de exportaciones del propio gobierno la que se encarga de elegir a los países que podrán enviar sus delegados a la DSEi.

Y, en cada edición, esa lista de invitados levanta polvareda.
Este año, la polémica involucra a China. El gobierno británico ha sido criticado por invitar a Pekín a recorrer los estands, dado que, como miembro de la Unión Europea, el Reino Unido tiene un embargo de venta de armas con el país asiático que rige desde 1989.
La respuesta de los organizadores a la crítica es que los funcionarios chinos no se reunirán con ninguna empresa que venda armamento y sólo podrán interesarse en material para tecnología de vigilancia y equipos para misiones de asistencia humanitaria.

Otras delegaciones que circulan por la feria incluyen a varios países latinoamericanos: Chile, México, Brasil, Colombia y Trinidad y Tobago. Según versiones, la delegación peruana canceló su presencia a último momento.

Silencio

En la DSEi, personas en uniforme militar -una apabullante mayoría de ellos miembros de las fuerzas armadas británicas- y hombres de negocios en trajes oscuros inspeccionan los objetos en exposición de cerca y haciendo preguntas detalladas a los expositores.
Pero, en muchos casos, la naturalidad con la que disfrutan de las demostraciones en vivo del equipamiento en oferta se acaba cuando un periodista les pregunta, simplemente, a qué se debe su presencia en esa feria.

En el estand de una empresa española que fabrica explosivos también se niegan a hablar, argumentando que prefieren tener un «bajo perfil».
Es que, inevitablemente, la industria de la defensa se maneja con un cierto secretismo que impone un halo de misterio sobre la feria.

Eso también genera más preguntas: ¿cómo puede uno asegurarse que a una feria de este tipo no entre alguien cuyos intereses representan no un ejército nacional o una empresa privada legal, sino de un grupo armado ilegal?

La organización se esmera por afirmar que los controles son muy estrictos y el proceso de inscripción muy sofisticado.
Pero las preocupaciones persisten.

*»A estas ferias asisten países que son extremadamente poco democráticos, que abusan de derechos humanos dentro del país, están involucrados en conflictos regionales y que podrían pasar estas armas que compren a insurgentes o grupos terroristas; no se puede saber en las manos de quién terminarán esas armas»*, dijo a BBC Mundo Kaye Stearman, de la Campaña contra el Comercio de Armas (CAAT, por sus siglas en inglés).

«Imposible»

También hay quejas sobre el hecho de que los expositores incluyan en su oferta productos que son, como mínimo, cuestionables y que, dentro del territorio de una democracia occidental, se pueda estar comercializando equipamiento prohibido por convenciones internacionales.
Por ejemplo, en la edición anterior de la DSEi, dos empresas fueron expulsadas porque ofrecían en sus catálogos elementos de tortura como un tipo de grilletes considerados ilegales en muchas partes del mundo.
Esto ha obligado a los organizadores a reforzar los controles: en el contrato que firmaron los expositores de la edición 2009 está claramente expresada la prohibición de mostrar elementos de tortura y explosivos como las bombas racimo, que -en al menos 98 países del mundo- son ilegales. Las minas anti-personales, también, están en esa «lista negra».

Pero como verán en el video de BBC Mundo que acompaña esta nota, el vocero de la organización afirma que «es imposible garantizar que haya un cien por ciento de adherencia a las normas».
Más allá de los controles que se puedan hacer en una feria de este tipo, lo que más preocupa a muchos es lo que sucede una vez que los negocios pasan de un centro de convenciones londinense a alguna sala de reuniones.
Y cuando el destino de las armas y el equipamiento puede ser tan incierto como las consecuencias que su uso puede traer.