*»Tenemos la capacidad de lograr el mundo que deseamos si tenemos el valor
de emprender un nuevo comienzo»*. Barack Obama, El Cairo, 4 de junio de 2009.

Para pasar de una época de cambios a un cambio de época es imprescindible que se produzca la reacción de la sociedad, que ya no puede permanecer impasible, espectadora, testigo de lo que sucede, sino que tiene que participar, activamente, para que los gobiernos sean auténticamente democráticos, es decir, actúen en virtud de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos y escuchen y respeten todas las opiniones. No me canso de repetir la importancia que tuvo, al término de la Segunda Guerra Mundial, que la Carta de las Naciones Unidas iniciara su preámbulo de este modo: *»Nosotros, los pueblos, hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra»*. Estaba claro que eran **los pueblos** los que debían construir la paz a través de sus representantes genuinos. Y hacerlo en virtud del supremo compromiso contraído con las generaciones venideras.

Sin embargo, no fueron *»los pueblos»* sino los Estados, muchos de ellos autoritarios, los que interpretaron la Carta a su modo: la cooperación pronto se mudó en explotación, las ayudas en préstamos, los valores universales en leyes de mercado. Prevaleció el preparar la guerra para asegurar la paz, en lugar de construir la paz. Abandonadas progresivamente por las grandes potencias, las Naciones Unidas vieron cómo su sueño de democracia planetaria se convertía en agrupaciones plutocráticas (G-7, G-8, G-20…) que enarbolaban, en vez de *»Nosotros, los pueblos»*, la enseña de *»Nosotros, los poderosos»*.

Una economía de guerra, azuzada por los grandes productores de material bélico, se fue consolidando hasta alcanzar en el año 2000 inversiones diarias de casi 3.000 millones de dólares cuando la pobreza extrema y las muertes por hambre y enfermedades ya evitables se calculaban entre 60.000 y 70.000 personas cada día. No existió la voluntad política entre las grandes potencias de favorecer el desarrollo endógeno, de garantizar la igual dignidad de todos los seres humanos.

El panorama actual constituye una vergüenza colectiva, que exige un cambio tan radical como apremiante. Ahora sí es posible este cambio porque en los últimos años se ha producido una rápida *»maduración»* de las capacidades necesarias para que los súbditos se conviertan en ciudadanos del mundo y adquieran una conciencia global y, por tanto, la posibilidad de comparación, base ética fundamental; el incremento de mujeres en el escenario público y en los procesos de toma de decisión, y, por fin, la posibilidad de participación no presencial, a través de las modernas tecnologías de comunicación (Internet, SMS…).

Participación personal e institucional, anticipándonos para prevenir aquello que aparezca como más nocivo para la calidad de vida. La complejidad de los desafíos reclama una interacción permanente de los gobiernos, Parlamentos y concejos con la comunidad científica y académica con el fin de **no aplazar decisiones**, especialmente en procesos potencialmente irreversibles (biológicos, sociales, medioambientales…).

Ahora sí es posible: la *»tensión humana»* que produce la presente crisis -económica, medioambiental, alimenticia, energética, democrática, ética…- **representa una extraordinaria oportunidad** para convertir en acción la sorpresa e indignación sentida por quienes reclamaban inútilmente unos fondos razonables para erradicar el hambre o el sida, y han visto cómo se abrían los aliviaderos de inmensos depósitos para el *»rescate»* de las mismas instituciones que, con codicia e irresponsabilidad, nos llevaron a la presente situación.

Ahora sí es posible, por el *»despertar»* democrático de tantos países sometidos en el este de Europa, América Latina, África, Asia. Y tendrá que hacerlo la Unión Europea, que sigue siendo una Comunidad Económica, con mucha inercia de los instalados y la inexplicable tendencia a favorecer fuera de su ámbito políticas que no estima procedentes en casa. Pero, estoy convencido, si de verdad los países que la integran comparten valores esenciales, de que es cosa de poco tiempo.

Las raíces de esta crisis múltiple deben situarse, precisamente, en la inmensa equivocación de sustituir los *»principios democráticos universales»* de la justicia social, la solidaridad, la igualdad, por el mercado. El resultado ha sido la ampliación de las asimetrías económicas propiciando grandes desgarros sociales y poniendo en evidencia la insoportable levedad de la democracia, parafraseando a Kundera. Democracias sometidas, con ciudadanos perplejos pero obedientes y resignados, tanto por la fuerza del poder económico y militar como mediático. Es preocupante ver cómo, en una parte de la sociedad saciada, la pertenencia partidista es fanática, irreflexiva, indiscutible.

Ahora sí es posible el fortalecimiento democrático para el cambio radical que representa el presidente Obama en el liderazgo mundial: diálogo, colaboración, búsqueda de la paz a través de la justicia y de la igual dignidad de todos los seres humanos. *»Juntos»*, ha proclamado, *»podemos»*. Ahora sí es posible porque ha quedado claro que es indispensable el **multilateralismo**. Que no se trata de reforzar algunas de las instituciones del Sistema, sino de cambiarlas profundamente.

Ahora sí, en 10 ó 12 años es posible que tenga lugar el cambio de época tan anhelado, desde una cultura de fuerza e imposición a una cultura de diálogo, conciliación, alianza y paz. Ha llegado el momento de la gran transición desde la fuerza a la palabra.

Hasta hace bien poco se han seguido invirtiendo inmensas cantidades en armamento propio de confrontaciones convencionales. La Administración de Bush ha llevado el gasto militar hasta límites inverosímiles. Pero ahora, por fortuna, el presidente Obama ha decidido liderar el desarme ofreciendo un plan concreto para reducir arsenales, cambiar de enfoque y frenar la proliferación de ojivas nucleares. *»Hemos de optar»*, ha dicho Obama, *»entre inversiones destinadas a mantener la seguridad del pueblo americano y otras elegidas para enriquecer a una compañía fabricante o a un gran contratista»*.

Ahora sí es posible que, junto al fortalecimiento del sistema multilateral y la eliminación inmediata de los paraísos fiscales, puedan sustituirse parcialmente las inversiones en armamentos por **inversiones en desarrollo global sostenible**: energías renovables, producción de alimentos (agricultura, acuicultura y biotecnología), obtención y conducción de agua, salud, transportes, vivienda… Sólo así aumentará el número de *»clientes»* en todo el mundo, y se evitarán los caldos de cultivo que crean flujos migratorios de personas desesperadas y violencia.

Ahora sí es posible. Por el sentimiento íntimo de que, de una vez, debe cambiar la mano alzada por la mano tendida. Las palabras clave son involucrarse y compartir. Tengo la seguridad de que, en los momentos actuales, una gran mayoría de ciudadanos con empleo contribuirían a un Fondo Voluntario de Solidaridad Social. Lo que no podemos hacer es pensar siempre que los problemas -que hemos consentido en buena parte con nuestro silencio y abstención- sean solucionados por quienes no supieron atajar oportunamente sistemas basados en la desregulación y la especulación.

*»Todos los seres humanos iguales en dignidad»*: ésta es la clave -tan lúcidamente establecida en la Constitución de la UNESCO y la Declaración Universal de los Derechos Humanos- para entrar en la nueva era. Todos los seres humanos capaces de crear, de imaginar, de inventar, de emprender este nuevo comienzo siendo conscientes de que disponemos de las capacidades y voluntad requeridas. Y entonces, frente a los que sigan anclados en el pasado y en sus privilegios, frente a los escépticos y pusilánimes, se iniciará el cambio que anhelamos, este otro mundo de nuestros sueños. Con serenidad, porque sabemos que podemos. Como tan bellamente lo expresó Álvaro Cunqueiro: *»El ave canta aunque la rama cruja porque conoce la fuerza de sus alas»*.