Que los pueblos quieren vivir en paz, es un axioma que pocos discuten. El pueblo es un colectivo que no hace declaraciones pero se expresa a través de hechos contundentes. Ayer y hoy, 2 de marzo, hemos visto por televisión playas atestadas de gente, plazas donde jóvenes y niños practican deportes o juegan ante la presencia relajada de sus padres, gente que baila en plazas barriales, otros que se reúnen en las calles,  restaurantes colmados de personas alegres, imágenes típicas  de días feriados que son más feriados que otros. En este caso, es la celebración del carnaval. Venezuela vive la fiesta y las galas diurnas y nocturnas del asueto por el carnaval.

No parecen los mismos que se manifestaban en apoyo, o en contra, del gobierno jaqueado por un ataque organizado desde fuera del país que gobierna Nicolás Maduro. En su mayoría son personas que festejan también la superación de este episodio que seguramente se repetirá porque es un plan en etapas, pero muchos que fueron a las calles protestando genuinamente se han sumado a las jornadas lúdicas y han desoído el llamado a boicotear de los políticos de la derecha.

Es evidente que los operadores de esa derecha no conocen la idiosincrasia de sus compatriotas -como la desconocen no sólo los europeos sino algunos latinoamericanos- porque están alejados y nunca se relacionaron con un pueblo de carácter festivo, informal, extrovertido y apasionado. Más precisamente, la burguesía que se enriqueció del reparto de la renta petrolera, denostó, persiguió, reprimió y asesinó en respuesta a los reclamos populares. Basta recordar la represión del ex presidente Carlos Andrés Pérez Rodríguez en su segundo mandato, al levantamiento popular del 27 de febrero al 8 de marzo de 1989, denominado “Caracazo”. Fue una demostración de barbarie por parte del gobierno que se saldó con un número de muertos que muchos historiadores calcularon en tres mil muertes y una cifra indeterminada de heridos y desaparecidos.

Lo descripto es historia reciente y pocos medios de comunicación recordaron esos hechos al difundir las escaramuzas que se produjeron hace unos días, como tampoco le dieron suficiente publicidad en ocasión de suceder los hechos en el año 1989. Era el auge del neoliberalismo y el hambre, la enfermedad y el analfabetismo asolaban a la mayoría de la población.

Más tarde Carlos Andrés Pérez fue encontrado culpable, condenado y rapidamente liberado por diversos delitos en uso de sus prebendas de presidente del país. Los ex beneficiarios ilegítimos de la renta pública venezolana, responsables de delitos de lesa humanidad, delincuentes que robaron al Estado en su beneficio personal, son los opositores al gobierno de Nicolás Maduro. Esta es la gente que defienden Barack Obama y los europeos, casualmente los socios en la entente militar Organización del Atlántico Norte (OTAN-NATO).

Recordemos que el presidente de los Estados Unidos realizó declaraciones que constituyen una injerencia más en los asuntos internos de Venezuela “con el agravante -declaró Maduro a PL-  de usar como base información falsa y aseveraciones sin fundamento.”

Recordemos también que Venezuela es una de las democracias más consolidadas en el planeta, cuya constitución establece la consulta directa y revocatoria de mandatos. Esos mecanismos pudieron ser utilizados por los dirigentes opositores, en lugar de buscar el quiebre institucional exponiendo al pueblo al ataque de criminales cuya filiación política se desconoce.

Los humanistas no defendemos el sistema de democracias formales sino que propiciamos su profundización para llegar a una democracia directa que traslade la decisión al auténtico depositario del poder: el pueblo. Lo hacemos con el convencimiento que dan los Principios y con la certeza de su factibilidad gracias a las nuevas tecnologías.

Mientras ese proyecto se concreta -la humanidad va en esa dirección-, reclamamos el pleno respeto a la decisión popular expresada en las urnas y hacemos un llamado a evitar la violencia aún en los casos en que sea una respuesta justificada. Esa actitud es la que evidencia la talla de los políticos que se ocupan del bienestar de sus pueblos.

En estos días la población de Venezuela está en paz y, si bien el peligro de golpe no ha desaparecido, ese comportamiento es un hecho tan contundente que la oposición debe reflexionar: la gente no quiere violencia y, cuando lo dejan, festeja en paz.