Hoy en día miles de profesionales en el mundo utilizan conocimientos que están en la frontera de la ciencia convencional con resultados fantásticos, pero todavía son considerados más «brujos» que profesionales serios. En psicología, este es el caso de aquellos que trabajan con constelaciones familiares, hipnoterapia, chamanismo, terapias de vida pasada, entre muchas otras. Sus pacientes reconocen los efectos de los tratamientos, pero los colegas más conservadores los toman a la ligera. Del mismo modo, relatos de antropólogos que han utilizado métodos chamánicos –como los rituales ayhuasca o wachuma– para descubrir dónde encontrar momias y lugares sagrados de los pueblos que estudian, son relativamente comunes. También son frecuentes los testimonios de grandes artistas y científicos que dicen que «recibieron» los insigts para componer sus obras. Para la ciencia materialista todo esto son tonterías y charlatanería, aunque los resultados prácticos sean relevantes.

Para el post materialismo científico, estos descubrimientos y curaciones se explican con la noción básica de que la realidad no material permite un tipo de conexión que es independiente del espacio-tiempo. Esto se puede entender mejor a partir de conceptos como el entrelazamiento cuántico, la resonancia mórfica y el inconsciente colectivo, entre otros. Sin entrar en detalles sobre estos conceptos –que se pueden encontrar fácilmente en Internet, donde también se puede encontrar la literatura académica sobre el tema–, la pregunta que se pretende discutir en este texto es por qué hay tanta resistencia a discutir avances que apuntan a un análisis científico más amplio. ¿Por qué, siendo la ciencia un pensamiento que se sabe limitado y en constante mutación, es tan difícil abrirse a nuevos modelos explicativos en ciertos círculos intelectuales? ¿Y por qué los nuevos paradigmas, por otro lado, son tan bien recibidos por el público en general?

Las reacciones más comunes a fenómenos como los mencionados anteriormente, o a episodios de casi muerte o de mediumnidad, entre otros, son: «esto no es científico», o «uno no puede –o no debería– mezclar ciencia y espiritualidad». El hecho de que estos fenómenos estén vinculados a los conocimientos ancestrales de los pueblos de diversas partes del mundo, perturba aún más el debate. Después de haber sido negadas, estas prácticas se hicieron cada vez más respetadas, pero como fenómenos culturales y no como modos de entender y actuar en el mundo. ¿Qué es la ciencia actual sino una forma de entender y actuar en el mundo que utiliza una base racional derivada de la cultura europea, principalmente? Esta ciencia de base racional europea ha sido tan profundamente inserta en las culturas de todo el planeta, que no son sólo los intelectuales europeos los que reaccionan a otras interpretaciones del mundo como «no científicas». Esta reacción sigue siendo generalizada, aunque menos intensa en Oriente.

La idea de que la materia es energía, es algo profundamente ligado a las culturas ancestrales de los cinco continentes, pero fueron los europeos quienes, de alguna manera, la «rehabilitaron» como legítimamente científica, a partir de los descubrimientos de la física cuántica de principios del siglo XX. Las nociones de chi para los antiguos chinos, axé para los pueblos tradicionales africanos, prana para los Vedas de la India, espíritu de la Pachamama para los pueblos andinos, entre otros, explican –cada uno a su manera–, cómo el espíritu fecunda la vida. Cuando la física cuántica dice algo parecido, la ciencia tradicional –que no puede prescindir de los descubrimientos cuánticos o tendría que renunciar a los ordenadores, a los teléfonos móviles y a mil cosas más– quiere restringir el uso de esta idea al funcionamiento de los dispositivos, pero no a la comprensión del mundo. El hecho de que intelectuales como Fritjof Capra, Amit Goswami, Greg Braden y Rupert Sheldrake percibieran la relación entre estas culturas ancestrales y los nuevos paradigmas cuánticos, holísticos, sistémicos y ecológicos de la nueva ciencia, los hizo internacionalmente conocidos, pero también combatidos como «poco científicos».

El dogmatismo de la ciencia materialista dice que todo se basa en la materia, que la conciencia viene del cerebro, que el amor viene de las hormonas, que todo se extingue con la muerte del cuerpo, entre otros «absurdos» desde el punto de vista de la ciencia post materialista. Se ve, por lo tanto, un combate, al viejo estilo del mundo patriarcal, en el que sólo hay una verdad, en el que esa verdad es establecida por los «más aptos», y que en la lucha por establecer la verdad y ser su dueño, vale cualquier esfuerzo. Este esfuerzo hoy en día puede ser argumentativo, aunque sea irónico y desmoralizante, como tildar a un profesional de poco serio o a un argumento coherente y consistente sobre aspectos sutiles del mundo, como “no científico”. Esa ya fue una batalla mortal –por la fuerza–, en el caso de los colonizadores europeos con los chamanes de los países colonizados, o en el caso de la inquisición europea con los «herejes» de la Edad Media. Millones de herejes y chamanes –casualmente sobre todo mujeres, consideradas brujas–, fueron ejecutados y quemados en las hogueras, en los tiempos más duros de imposición de la cultura europea.

Es importante prestar atención al hecho de que las visiones del mundo que dan base a la ciencia, siempre se refieren al momento histórico en el que se insertan. El paradigma cartesiano y mecanicista que trajo consigo grandes avances a la comprensión de la realidad y que aún hoy estructura nuestro mundo, fue creado en un momento histórico en que la anteriormente irrelevante Europa consolidó su influencia económica e intelectual en todos los continentes. Renée Descartes, francés, e Isaac Newton, inglés, destacan en la base argumentativa de la ciencia todavía hegemónica. Del mismo modo la concepción de nuevos paradigmas –de base cuántica, que buscan una visión integradora del mundo (holístico-sistémico) y que avanzan en un enfoque ecológico, no antropocéntrico– es un fenómeno cultural de finales del siglo XX y del siglo XXI. En un mundo política y económicamente multipolar, amenazado de colapso ambiental y en el que asistimos a una progresiva feminización de las sociedades, es natural que otros paradigmas busquen establecerse para interpretar mejor el momento histórico.

La relación entre ciencia y espiritualidad que se destaca en los nuevos paradigmas, encuentra una base interpretativa, entre otros, en la llamada «física del alma» de Amit Goswami, o en el «tao de la física» de Fritjof Capra, pero es en las tradiciones ancestrales del conocimiento, como se ha mencionado antes, donde encuentran un eco particularmente importante. Es comprensible que las culturas ancestrales sean cada vez más valoradas en un mundo en el que las personas pierden el sentido de la existencia debido a la velocidad de las transformaciones, la invasión de los aparatos tecnológicos en sus vidas y la absurda futilidad del consumismo. La superficialidad de las respuestas actuales sobre «quiénes somos» –¿un/a consumidor/a? ¿un perfil en las redes sociales? ¿un proyecto profesional exitoso?– no tiene comparación con las respuestas que la sabiduría ancestral, ya sea china, andina, india, africana, etc., nos da, concibiendo una conexión entre materia y espíritu, ofreciendo un sentido a la vida.

Los nuevos paradigmas, sea como cosmovisión o como base para la organización de la ciencia, se ajustan mejor a las características que está adquiriendo el mundo actual. Todavía hay resistencias importantes, sobre todo en el ámbito intelectual, pero pronto serán superadas. Los nuevos paradigmas aceptan la pluralidad y validan la idea de que para comprender mejor la realidad son necesarios varios enfoques, pueden coexistir varias verdades, incluyendo algunas defendidas por el viejo paradigma, que pueden seguir siendo válidas. A medida que la realidad se hace cada vez más compleja, más multicultural, menos jerárquica –empezando por las relaciones humanas dentro de las propias familias–, sólo la cooperación entre diferentes pensamientos puede conducir a una comprensión más profunda y relacional del mundo, a una visión más integral del todo. No es casualidad que estos enfoques sean mucho más naturales para la inteligencia vista como femenina.

Clásicos de la comprensión científica como Karl Popper, defendiendo que el proceso de refutación es el arma más grande para alcanzar la verdad y que la discusión científica es una verdadera lucha en la que «los argumentos son como espadas», revelan una visión excesivamente competitiva de la ciencia. Como Popper, muchos otros autores han desarrollado argumentos epistemológicos (¿cómo sabemos y qué sabemos?), ontológicos (¿cuál es la naturaleza del ser que conoce?), hermenéuticos (¿cómo interpretamos lo que leemos en el mundo?) que ayudaron al pensamiento humano y a la ciencia a evolucionar. A la luz de los nuevos paradigmas, sin embargo, se advierte que muchas veces estos autores parten de una visión del mundo que limita esta evolución por imaginar la verdad como un hecho único a ser disputado. Una mayor cooperación haría mucho bien a la ciencia, como a la economía, a las relaciones, como a la vida en general. Entender el papel del patriarcado como concepto de dominación en el contexto del pensamiento científico, nos abre a una nueva conexión entre ciencia y valores, entre ciencia y política, entre ciencia y sentido de la vida. Los nuevos paradigmas, más inclusivos y portadores de racionalidades más plurales, más femeninos, más ecológicos, más multiculturales, están llevando a una revolución en el pensamiento científico. En el campo de la historia, un libro que destaca en esta revolución del pensamiento, fue escrito por Riane Eisler y se titula «El Cáliz y la Espada». En él la autora destaca cómo el patriarcado ha configurado la realidad y la mirada hegemónica del mundo y cómo percibir eso puede aportar nuevas perspectivas epistemológicas, ontológicas y hermenéuticas.

También es interesante observar que, al menos en el ámbito de las humanidades, los artículos y los libros se valoran cada vez más con una pluralidad de referencias y ya no con citas de los mismos autores de renombre de la academia europea y americana. Cuando se ven bibliografías con referencias de autoras y autores de orígenes continentales diferentes, de épocas históricas diferentes y de orígenes disciplinarios múltiples, se percibe, de modo general, una argumentación más abarcativa, más innovadora. En la medida en que se refuerce la penetración de una visión paradigmática más amplia, textos con estas características tenderán a ser más respetados científicamente simplemente porque, al abrir perspectivas, enriquecen la comprensión del mundo, que se hace cada vez más complejo.

También es común que las y los autores que se basan en los nuevos paradigmas, estén más «arraigados» en la realidad y no sean sólo teóricos, y que se preocupen más por la democratización del conocimiento. De esta manera, buscan escribir de una manera más comprensible, traduciendo sus términos disciplinarios en palabras accesibles a un público más amplio, incluyendo imágenes y videos para comunicarse. Al demostrar sensibilidad a los desafíos humanos cotidianos y evitar las abstracciones excesivas, dialogan con la gente común, que utiliza más su experiencia personal como referencia para comprender la existencia y, por lo tanto, se sienten más cómodos para leer y opinar. Esta democratización de la experiencia del debate intelectual, aporta a la ciencia un aspecto nuevo, integrador, que reconoce la necesidad de que el conocimiento salga de sus torres de marfil, que se enriquezca y dialogue con otras formas de conocimiento, evitando el elitismo.

Es natural que las nuevas cosmovisiones y los nuevos parámetros científicos sondeen al comienzo. Incluso Einstein cuestionó principios hoy consagrados de la física cuántica. Sólo la libertad de pensar, investigar y experimentar puede consolidar nuevas visiones del mundo. Por eso, recientemente, varios documentos han sido firmados por científicos respetados que piden una mayor apertura en el medio científico, para que los nuevos paradigmas hagan su camino de abrir horizontes, de poner a prueba sus premisas, de investigar libremente. El «Manifiesto por una ciencia post materialista«, es uno de ellos. Lanzado en 2014 y con cientos de firmas de científicos de todos los ámbitos, afirma que la idea de que la materia es el origen y la organizadora del universo, es sólo una presupuesto y no una «verdad científica», ya que nunca fue demostrado. Para la ciencia post materialista, mucho de lo que hoy se considera anticientífico porque no encaja con el supuesto materialista, sería perfectamente comprensible y científico si se partiera de la premisa de que la conciencia es la base de todo.

Se han venido publicado otros manifiestos, otras investigaciones, otros artículos y libros; han sido creadas otras instituciones de investigación, la mayoría de ellas fuera de las Universidades que en este momento son, en general, guardianas del viejo paradigma. Una de las razones para esto, es que sus profesores fueron formados en él y no están dispuestos a cuestionarlo hasta por miedo a las críticas de sus colegas. Pero el tiempo no se detiene y lo nuevo siempre llega. Ayudarlo a fortalecerse es un desafío para quien tiene coraje. Siempre fue así y Descartes y Newton, fundadores del paradigma que hoy se muestra insuficiente, en sus tiempos de vida fueron lo suficientemente valientes como para afirmar que la realidad era mucho mayor de lo que cabía en los estrechos dogmas de la religión. Que la ciencia considerada actualmente como verdadera, no se convierta en algo tan dogmático como las religiones que quisieron imponerse con el argumento de la autoridad. Mantener el espíritu investigador de la ciencia, el principio de la duda, el valor de la argumentación consistente con los hechos, no es de modo alguno contradictorio con la idea de que el mundo y la experiencia humana son mucho más amplios de lo que la ciencia materialista piensa.